‘Fray Tormenta’ tiene una fe a prueba de asesinos (fotos)

'Fray Tormenta' ayuda a indocumentados pese a las amenazas de muerte que recibe

El sacerdote Tomás González en su oficina del albergue para Migrantes La 72.

El sacerdote Tomás González en su oficina del albergue para Migrantes La 72. Crédito: Gardenia Mendoza / La Opinion

TENOSIQUE, MÉXICO.— El sacerdote franciscanoTomás González, de 39 años, pasó de tener un trabajo tranquilo como acompañante de enfermos de sida en Yucatán a ser el blanco del gatillo de criminales que lo traen “entre ceja y ceja” desde que llegó aquí hace dos años para fundar el albergue La 72 que da cobijo a indocumentados.

Ofrece comida, un colchón para dormir y una lengua muy larga que no se calla ni siquiera por las amenazas de muerte que llegan mal apersonadas hasta la casa para los inmigrantes. “Aquí vamos a seguir hasta que se detenga esta crisis humanitaria”.

“Fray Tormenta”, como lo llaman los amigos, tiene una custodia permanente de policías federales y municipales desde el último amago a principios de marzo que lanzó alertas solidarias de una decena de organizaciones de derechos humanos internacionales.

Acepta esta condición con suspicacia y desgano. Algunas tardes prefiere salir a arreglar sus asuntos sin una sombra armada en la que no confía porque podría volverse en su contra como ocurrió a la gente que hoy defiende.

“En cuanto llegué a Tabasco, supe por testimonios de mujeres violadas y hombres secuestrados que eran los mismos soldados, policías y agentes de migración que en conjunto tenían casas de seguridad para someter a los migrantes”.

Así comenzó la batalla del día a día. La mitad de tiempo es responsable de que haya arroz, frijoles, café, un trozo de carne, jabón para los trastes y la limpieza de sus asustados huéspedes y la otra forcejea con las autoridades.

Su lucha es frontal, abierta, sin complejos para valerse de cualquier medio para difundir los sinsabores. Comunicados de prensa, entrevistas o acciones extremas: recientemente se encadenó frente a las oficinas del Instituto Nacional de Migración porque agentes de la delegación regional golpearon a algunos centroamericanos.

González desprecia la injusticia tanto como ama rodearse de buenos colaboradores como su mano derecha Rubén Figueroa, un entusiasta muchacho que como tabasqueño reconoce por cuál pie cojean los zetas o los malandrines locales, quién es traficante, quién tiene buenas intenciones o es espía.

Su olfato lo hizo una especie de guardián del orden de La 72 cuyo nombre es un recordatorio a los migrantes asesinados en San Fernando, Tamaulipas, en el verano de 2010.

A principios de marzo pasado, bloqueó el paso a uno de los bandidos que buscaba “enganchar” a desprevenidos sinpapeles dentro del albergue .

El rechazado juró venganza mortal y luego regreso a lo suyo: la extorsión en el lomo del tren, la imposición de cuotas para quienes lo usan como medio de transporte clandestino. “Ahí está bien identificado, ahí lo hemos visto”, asegura Figueroa

Fray Tomás y diversas organizaciones civiles lanzaron en ese momento una dura campaña que obligó a la Policías Federal a desarticular la banda. Capturaron a tres hombres, pero el líder un sujeto conocido como “La Sombra”- se escapó. “Posiblemente con apoyo de algunas autoridades”, señala el cura González. ” No es la primera vez que ocurre algo así”.

En sus recuerdos tiene guardadas historias increíbles de complicidades y arbitrariedades de funcionarios, pero sólo un caso ha llegado a prisión: el de Jorge Luis Mendoza Cruz, un ex delegado del INM que violó en 2011 a una hondureña de 15 años a quien ofreció la regularización a cambio de su silencio.

Este diario solicitó sin éxito una versión regional de los hechos ante el INM y grupo Beta.

“Es inexplicable cómo México da la espalda a esta tragedia humanitaria de la que no quieren hablar”, replica González.

El sacerdote vive codo con codo el dolor, pero también tiene su compensación dentro de La 72. El año pasado atendieron a 12,000 personas. “Tenían hambre y se les dio de comer. Tenían frío y se les dio de vestir”, reza en una de las paredes la voz de Jesucristo escrita por un migrante.

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