Reforma integral: mucho ruido y pocas nueces

“Los movimientos migratorios se pueden iniciar, pero no se pueden detener”. Una lección memorable de una profesora universitaria. Ahora, en retrospectiva, parece irrisorio que Estados Unidos pensó que el fin del Programa Bracero (1942-1964), que llevó a 4.6 millones de trabajadores agrícolas mexicanos a ese país, significaría el fin de la migración mexicana.

Lo mismo sucedió con los migrantes chinos empleados en California para la construcción del ferrocarril y la explotación del oro (1850-1880s), o en Alemania, que llevó trabajadores turcos (en los 1950s) para sostener la mano de obra después de la Segunda Guerra Mundial, y acabó con la población de turcos más grande afuera de Turquía.

Todos los movimientos migratorios son causados por el hombre, directa o indirectamente. Las opresivas dictaduras en Centroamérica, seguidas por cruentos conflictos armados, generaron el éxodo de familias completas hacia EE.UU. Más recientemente, los desastres naturales, producto del calentamiento global, generaron otra ola migratoria de gente que perdió todo,como después de la tormenta tropical y huracán Mitch en 1998. Desde entonces, las condiciones socioeconómicas han empeorado, igual que la seguridad ciudadana—como en algunos sectores de México que el narcotráfico golpea con más fuerza.

No asombra que un estudio del Banco Mundial, hecho en 1998 en Latinoamérica, reveló que a menos años de escolaridad promedio por persona en un país, mayor el nivel de violencia. ¿Esto qué significa? Que muchos “jóvenes en riesgo” (el objeto de los programas que involucran a niños y adolescentes de zonas marginales en actividades educativas y recreativas para alejarlos de la delincuencia), ante la falta de oportunidades educativas, laborales o profesionales, tuercen el camino. Otros optan por emigrar, e intentar sobrevivir la vorágine violenta en México, para llegar a EE.UU.

Desde la época de aquel estudio, transcurrieron al menos cuatro administraciones presidenciales en los países del istmo, y la situación sigue mal. Las causas de la migración prevalecen: violencia (ya no del conflicto, sino del narco o las pandillas), desempleo, miseria. Entonces, los migrantes optan por rifarse el físico en México por un empleo mal pagado en EE.UU., pero mejor pagado que en Centroamérica, y vivir con la paranoia de la deportación.

Durante su reciente visita al istmo, el presidente de EE.UU., Barack Obama, le pidió ayuda a sus homólogos centroamericanos para prevenir las causas de la migración, mientras los legisladores estadounidenses trabajan en una reforma migratoria integral. Pero la historia de los últimos 15 años apunta a que Obama, y sus sucesores, deberán esperar sentados a que los gobiernos del istmo tengan la voluntad política para entender que la migración no se reduce al TPS (Status de Protección Temporal) o al envío de remesas, sino abarca una perspectiva de 360 grados: causas, origen, tránsito, destino y retorno.

Por ejemplo, aunque el presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, dijo todo lo políticamente correcto a Obama y la prensa, las acciones de su gobierno anuncian con elocuencia su falta de voluntad política. Una muestra es haber caído en el absurdo de enviar como Cónsul de Guatemala en Miami, Florida—según un diario guatemalteco—a Gabriela Aparicio Urízar, la amiga y maquillista de la Vice-Presidenta Roxana Baldetti. ¿Así de importantes son los migrantes guatemaltecos para Pérez Molina? ¿Es que acaso no había nadie más idóneo?

reunificación familiar, o porque en sus países no logran ganarse la vida. En ese sentido, Honduras y El Salvador no parecen estar mejor que Guatemala, sino, que lo digan los cientos de migrantes hondureños y salvadoreños que diariamente pasan por Guatemala para llegar a México y EE.UU.

La mayoría, adolescentes, rostros jóvenes, muchos, con una mirada que la vida no ha endurecido, ansiosos de lograr un futuro mejor. ¿Lo encontrarán en alguna parte?

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