Hispanos de NY no creen en prostitución forzada

Muchos piensan que quienes son explotadas sexualmente saben lo que les espera en ese negocio ilegal

Nueva York — El reciente arresto de 13 personas de una red de trata de mujeres en Nueva York no parece inhibir la demanda de servicios sexuales en vecindarios latinos de la ciudad.

La soledad y las duras jornadas de trabajo sirven de excusa a muchos hombres para el contrato de prostitutas.

Ángel, un trabajador de la construcción de Long Island, es un cliente común en burdeles clandestinos ocultos tras la fachada de casas con aspecto hogareño, en las afueras de pueblos como Riverhead.

“Cuando no se tiene a la familia cerca, las prostitutas son un alivio para la soledad, me siento acompañado aunque tenga que pagar por ese gozo momentáneo”, dijo el jornalero de 31 años. “No tengo remordimientos, ellas quieren esa vida, lo hacen por dinero”.

Según la Fiscalía Federal del Distrito Sur de Nueva York, la red —que operaba en burdeles de Nueva York y servía a campesinos en áreas rurales de Nueva Jersey— promocionaba sus servicios con “chicas cards”, tarjetas que se reparten en zonas populosas de Queens, como Jackson Heights y Corona, y en Long Island.

A las víctimas se les obligaba a acostarse hasta con 30 clientes al día. Les pagaban $30 por 15 minutos de placer.

Pero este pago casi siempre quedaba en manos de los traficantes que fueron arrestados, quienes de ser culpados enfrentarían la cadena perpetua.

Pese a la noticia, muchos se mantienen escépticos de que la prostitución sea realmente en contra de su voluntad.

Más allá al esfuerzo de organizaciones y fiscales por sensibilizar a la comunidad, ciertos hombres parecieran ignorar que muchas trabajadoras sexuales son obligadas al oficio a riesgo de su propia vida. Tampoco que son maltratadas por quienes las trafican.

Así lo demostró un estudio del Sex Workers Project de la organización Urban Justice Center (UJC) de 2012. Esta investigación también refleja que la mayoría que ejerce la prostitución forzada en Nueva York proviene de los estados mexicanos de Tlaxcala, Veracruz y Puebla, donde crecieron en la pobreza y sufrieron experiencias sexuales violentas previas.

Actualmente, la UJC tiene más de 50 casos abiertos de mexicanas víctimas de tráfico humano en la ciudad.

Pero esa realidad no pareciera influir en la fría perspectiva que algunos tienen sobre esta práctica.

“Cuando llegué a este país estaba solo y era soltero”, recordó Gerardo, de Jackson Heights, quien recurrió a prostitutas en sus primeros tiempos en Nueva York.

El inmigrante colombiano dijo que él sabe que las condiciones de vida en sus países son las que “las lanzan a manos de estos traficantes“, pero aún así cree que estas mujeres siempre “saben a lo que vienen”.

De la misma manera, David, un puertorriqueño de Queens, piensa que la necesidad las inicia en el oficio, pero “no creo que sean todas obligadas”, comentó. Si fuera algo forzado, agregó, “le dirían al primer cliente que las ayude y avise a la policía”.

A este grupo de incrédulos se suman los repartidores de “chicas cards” en las inmediaciones de la avenida Roosevelt, en Queens, quienes no muestran temor o arrepentimiento por vender esos servicios que son ilegales en el estado de Nueva York.

“A mí me pagan por repartir tarjetas y a las mujeres por dar sexo, así que mientras haya clientes que lo pidan el negocio seguirá”, indicó un repartidor de “chicas cards” que declinó identificarse.

Algunas de estas tarjetas disimulan la promoción de la prostitución mediante propaganda como flores frescas o joyería fina.

“Soy dueño de una florería, pero hombres llaman pidiendo mujeres creyendo que se trata de un prostíbulo”, exclamó Efraín, un comerciante del área.

“Creo que la única esclavitud que estas mujeres sufren es su ambición por la plata fácil; por eso no denuncio, porque aquí nadie quiere problemas con ‘chulos”.

Residentes de la zona, que dicen estar acostumbrados a los burdeles ocultos en sótanos y que cambian de ubicación con frecuencia para burlar a las autoridades, también tienen una dura postura.

“No me compadezco de las prostitutas porque muchas veces lo hacen por su propia voluntad”, dijo Mario, residente de Jackson Heights. “Cuando uno acude a ellas no se piensa en la posibilidad de que alguna familia pueda estar en ese ambiente”.

De igual manera, algunos comerciantes expresaron su desinterés en denunciar sitios que pudieran estar vinculados a actividades ilegales, por desconfiar de la eficacia de los arrestos y deportaciones de los proxenetas.

“Los mandan a México y al rato ya están de vuelta, se cierra un burdel y más tarde se abren otros dos, dijo el propietario de un restaurante, que no se identificó. Al final, “¿cuál es la diferencia?”, expresó con frustración.

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