No puede ser por su propia voluntad

El Diario – La Prensa reportó la semana pasada los resultados de una encuesta de hombres latinos sobre sus perspectivas en cuanto a la prostitución de mujeres latinas en la urbe neoyorquina. El reportaje es sumamente importante porque vira el enfoque a nosotros mismos como pueblo latino. Y los resultados fueron asombradores pero no, tal vez, inesperados. Parece que nuestros hombres han concluido que la prostitución es una carrera como cualquier otra entre las opciones limitadas de nuestras hermanas latinas. “Muchas veces lo hacen por su propia voluntad” dijo un señor, “ellas quieren esa vida, lo hacen por dinero” dijo otro, “no creo que sean todas obligadas” dijo el último.

Los comentarios se basaron en un informe del Urban Justice Center que confirmó que en ciertos barrios latinos en Nueva York la prostitución forzada enreda a ciertas mujeres de varios estados de la nación mexicana. Estas mujeres, explica el informe, sufrieron experiencias violentas en ambientes llenas de pobreza.

Existe un contexto para todo esto, y es el que define a la gran mayoría de la industria del sexo. Y se define por un hecho incontrovertible: la edad promedia de mujeres que son prostituidas en este país no tienen la edad de consentimiento para tener relaciones sexuales. Ni siquiera es la edad de adultez en todos sus sentidos. Mi gente, la mujer que es prostituida en este país, es sometida a esa “carrera” cuando apenas tiene trece años!

Es por eso que la compañera Norma Ramos, luchadora incansable contra el tráfico de humanos en la industria del sexo y directora de la Coalición Contra el Tráfico de Mujeres me abrió los ojos el año pasado, al señalarme que el léxico más apropiado es “mujeres prostituidas” y no meramente “prostitutas”. Son víctimas de una larga trayectoria de abuso y explotación. El sustantivo que utilizamos para categorizarlas, no puede ser el mismo que el verbo, que los hombres que las dominan las ponen a ejercer. Categorizar a las mujeres en esta manera es divorciar el ambiente en la cual se usaron para la ventaja económica. Es como tapar el sol con la mano y negar el contexto que trajeron estas mujeres al negocio de “chicas cards” en nuestra urbe.

En Nueva York, apenas cinco años pasaron cuando el estado estableció una ley de zona protegida (Safe Harbor) para mujeres adolescentes que fueron sujetadas a cargos criminales de prostitución cuando tenían 13, 14, o 15 años – ni siquiera la edad para entrar en relaciones sexuales con consentimiento voluntario por ley. Por los esfuerzos de Ramos y otros luchadores claves como Rachel Lloyd de GEMS, la ley se aprobó en Albany en 2008. Es decir, que antes de arrestar a los machos que se aprovecharon de niñas en la industria de sexo, el sistema criminal prefería victimizar a las jóvenes que fueron prostituidas por sus negociantes ilícitos.

Como pueblo tenemos mucho que entender en este campo. Y no podemos pensar que una mujer de edad de adultez, que es explotada y prostituida en la gran mayoría de los casos cuando era niña, actúa de forma voluntaria en esta industria. La percepción que El Diario – La Prensa reveló el otro día es contundentemente verdadera: ¿a quién le importa las condiciones de estas mujeres prostituidas? Pero la realidad es una historia de explotación y abuso. Es tiempo de dialogar sobre estos hechos y hablar de la percepción y la realidad.

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