Abuelos por Skype

La Corte de California ofrece recursos a los abuelos para ver a sus nietitos.

La Corte de California ofrece recursos a los abuelos para ver a sus nietitos. Crédito: Archivo | Morguefile

Papeles

El oficio de padre sigue en alza. Quienes nos han remplazado en el ejercicio de la paternidad, han mejorado sustancialmente la talla que les pusimos.

Los nuevos padres que celebran este domingo su fiesta anual en varios países, están comprometidos desde que la criatura pega el grito de independencia y abandona el hotel mamá sin pagar la cuenta de nueve meses por concepto de comida y techo.

El papá de internet no escurre el bulto. Disfruta del primer do de pecho del bebé, celebra el diente inicial que irá a engrosar las arcas del ratón Pérez.

Madrugan a asumir la dialéctica del pañal, el tetero, tienen un master en limpiar caquita. Mamá ya no está sola.

A pesar de los avances, la paternidad es materia que debería enseñarse desde kínder, luego en la escuela, el bachillerato. Harvard ha tardado demasiado en incluir posgrados en esta disciplina.

Muchos “adultos mayores” —como nos dicen a los viejos para dorarnos la píldora— estuvimos ausentes en esos primeros años de crecimiento de la prole. ¿Disculpas? Miles: que el trabajo, que el estrés, que el billar…

En este desorden de ideas, hay una profesión que no requiere estudio: la de abuelos. Se aprende por inercia, ósmosis, contagio. Recuerda a esos músicos que aprenden a tocar sin partitura.

Nace el petacón y los abuelos ya estamos metiendo las narices. Queremos ser el niño y el padre que nunca fuimos. Si nos dejan, los abuelos de internet imponemos Dios, ideología, complejos, modas, equipo de fútbol.

La presencia es tal que en los diálogos con la almohada papá y mamá se preguntan: ¿Y estos bichos llamados abuelos no se nos están metiendo demasiado al rancho?

Mientras papá y mama despejan semejantes interrogantes, los abuelos nos dedicamos a encontrar parecidos con los nuevos terrícolas: tiene mi nariz, mis ojos, mi inteligencia, mi esternocleidomastoideo. Nos sentimos clonados en el dedo gordo, en la curvatura de la oreja.

Si el bebé resultó explosivo es porque se le salió tal apellido. La ternura es atributo que reclaman para ellas. ¿Y los padres? Como si no tuvieran acciones en el bebé. Apenas cuentan para llevar la lata y despertarse setenta veces siete en la noche para dar el tetero, o averiguar si el crío respira cómo ordenan los manuales.

Los que tienen cerca a los nietos se adueñan de ellos. Terminan llevándolos y trayéndoles del colegio, incitan a papá y mamá a “darse sus espacios”, alcahuetean que vayan a cine, a comer, de rumba, a evitar hijos en algún motel.

Ese altruismo que es egoísmo del bueno no alcanza a esconder el operativo que hay en el fondo: “Apoderarse de los bajitos”.

Muchos abuelos tenemos que contentarnos con verlos crecer por Skype. Nos quedamos sin habla cuando los menudos empiezan a distinguirnos y tratan de pasar a través de la cámara para darnos un beso, o quedarse con nuestras mechas.

Lo hemos vivido con Sofía Mo, la nieta de 10 meses nacida en Rio, a quien Víctor, su contemporáneo, paisano y vecino, le arrastra el ala. Pero la Mo, ama a Caetano. “Quien yo quiero no me quiere…”.

Gracias a Skype supimos que en Melbourne, su ciudad natal, nuestros mellizos Mateo y Patrick George, de tres años, por despiertos, fueron ascendidos a una guardería para niños más grandes. Los “mayores”, celosos, envidiosos, les hicieron bullyng llamándolos “bebés”. “No somos bebés. Somos grandes”, protestaron en medio del llanto. Ahí los vi bien, pinticas.

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