El ‘Charro de Oro’ encabeza la fiesta inaugural

Seguidoras del Tri cocinan a las afueras del Rose Bowl, horas antes de arrancar los duelos del Grupo A en la Copa de Oro.

Seguidoras del Tri cocinan a las afueras del Rose Bowl, horas antes de arrancar los duelos del Grupo A en la Copa de Oro. Crédito: AGENCIA REFORMA

Un par de horas antes de que iniciara la jornada inaugural de la Copa de Oro en el Rose Bowl, un cañonazo causó el sobresalto de los miles aficionados que poco a poco ingresaban al coloso de Pasadena.

El boom sónico que se escuchó en la bocina central del estadio no fue producto de un ataque perpetrado por una brigada militar de artillería pesada.

Por el contrario, el estruendo provenía de la voz de un pequeño de 11 años que posee una voz prodigiosa.

“De la sierra morena/cielito lindo/ vienen bajando….” retumbó en el inmueble.

La voz era de Seabastien de la Cruz, el “Charro de Oro”, quien en medio de la cancha y micrófono en mano, ensayó las canciones que interpretó al medio tiempo del partido entre México y Panamá.

Involucrado de manera involuntaria en una controversia étnica por haber interpretado, vestido con traje de mariachi, el himno de los Estados Unidos en la serie final de la NBA, el niño se ha convertido en un verdadero fenómeno popular.

Aguantando a pie firme los rayos de sol que caían a plomo, Sebastien practicó las canciones que entonó al encabezar a 600 mariachis, el grupo de música vernácula más grande jamás ensamblado, en el intermedio de la batalla futbolera.

Mientras el pequeño de la voz gigante afinaba su garganta, la marea verde inundaba el Rose Bowl.

Ilusionados con ver a México ganar para espantar los fantasmas de malos resultados obtenidos en el Hexagonal Final de la Concacaf y en la Copa Confederaciones, los fieles del Tri invadieron el lugar.

El distintivo sonar de las trompetas de plástico era señal inequívoca que la fiesta había comenzado.

Algunos envueltos en la bandera mexicana sin temor alguno de mostrar su fervor patrio, y otros vistiendo la camiseta verde, crearon una verdadera verbena popular.

En su alegre caminar por los pasillos del Rose Bowl, los fanáticos se encontraron con puestos de comida típicas mexicana, que aprovechando la oportunidad, pusieron los precios igual de altos que los frondosos y vetustos arboles que rodean el estadio.

Los amantes de experimentar el arte culinario mexicano debieron desembolsar 9 dólares por una orden de dos tacos de carne asada y 6 dólares por un vaso de agua de horchata.

Los que con una cerveza querían espantar el fuerte calor de 90 grados Fahrenheit que azotó ayer la región, pagaron 13 dólares por darse el lujo.

Y horas antes, algunos aficionados organizaron su fiesta afuera del Rose Bowlcon carne asada, cochinita pibil y otras delicias mexicanas.

Dentro del estadio, una enorme banderola verde, blanca y roja de 70 pies de largo y 45 de ancho, se colocó en lo más alto de la grada central.

La manta de plástico contenía 500 mensajes de apoyo de los aficionados mexicanos a su selección.

En el centro de la inmensa manta, la figura modernizada de un águila sugería la fuerza que se requiere para emprender el vuelo en busca de la cima.

El momento culminante de la fiesta que rodeó al juego de futbol fue cuando al medio tiempo el grupo de 600 mariachis hizo su aparición en la cancha.

Al grito de “¡échale…échale…échale!” y el tradicional “¡ay…ay…ay..aaay…!”, Sebastien dejó escapar de sus potentes pulmones coplas bravías mientras, tololoches, trompetas, violines, guitarras y guitarrones conformaban un concierto de música mexicana que quedará para la historia.

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