Ramona Castillo: Más que sazón en Williamsburg

Ramona Castillo ha pasado casi un cuarto de siglo sirviendo a la comuidad del este de Williamsburg.

Ramona Castillo ha pasado casi un cuarto de siglo sirviendo a la comuidad del este de Williamsburg. Crédito: <copyrite>EDLP</copyrite><person>Fotos: mariela Lombard< / person>

Nueva York — En el restaurante Ramonita su propietaria sirve mucho más que un menú, ella sirve la historia y la cultura que su comida representa.

Desde detrás del mostrador en su restaurante localizado en el popular mercado “Moore Street Market”, ubicado en área comercial del este de Williamsburg, Brooklyn, conocida como la marqueta, doña Ramona, nos cuenta la historia del restaurante que va muy ligada a la suya.

Después que un ciclón en 1979 arrasara con su restaurante en San Cristóbal, Santo Domingo, Ramona Castillo Rodríguez, de 65 años, y su esposo Virgilio Rodríguez, se tuvieron que ir a vivir al Viejo Continente, adonde su hermana en Holanda. Allá vivieron durante cinco años, pero Virgilio no le gustaba el ambiente y decidieron probar suerte en Nueva York.

Doña Ramona cuenta que una noche le pidió a Dios que la ayudara y que le indicará que podía hacer en este país y a través de un sueño la señal divina le dijo que un restaurante.

¿Cómo comenzó todo?

Comencé cocinado en la casa y a la vez vendía ropa. Mi marido tenía dos trabajos de camarero en Manhattan. Por un año ahorramos y prestamos dinero para comprar este negocito. Mi esposo es el dueño del restaurante.

¿Cómo surgió la idea?

Todos los días hacia sopa y la vendía aquí en la marqueta. Un día un señor me dijo que yo cocinaba muy bueno y que tenía que montar un restaurante. Le contesté que ya me lo había soñado y que iba a poner uno y le dije que no tenía un lugar adonde ponerlo. Él me dijo ‘no te apures que te voy a conseguir un local para que lo pongas’. Ese señor, que ya falleció, me consiguió este local.

¿Cuánto tiempo lleva en el establecimiento?

Estoy aquí desde 1987, o sea que llevó 26 años en este lugar. Tengo clientela de muchos años y las personas que venían antes ya están mayores como yo.

¿Cuál cree usted que es el secreto del éxito de su negocio?

Aparte de mi sazón, mi carisma. Soy alegre, simpática y me gusta conversar con los clientes. Ellos son locos conmigo, aquí hay clientes que si yo no los atiendo no comen.

¿Hace 26 años, cuánto costaba una alcapurria y un almuerzo?

La vendía a un dólar y desde ese tiempo le he subido sólo cincuenta centavos. Los almuerzos cinco dólares.

¿Cómo era antes?

Había mucho más comercio. Ahora mismo la que tiene más tiempo en la marqueta soy yo. No ha cambiado mucho, lo que pasa es que mucho de los dueños de los negocios se volvieron viejos y se han retirado o han muerto. Este lugar siempre ha sido bueno para la venta.

¿Qué es lo que más extraña de los viejos tiempos de la marqueta?

Antes se vendía cerveza, ahora la ciudad no quiere que se venda alcohol. Los sábados y domingos, poníamos música y bailábamos. Yo gozaba mucho con los clientes.

¿Quién es su clientela? ¿Con el desplazamiento, cómo es la acogida de los nuevos residentes a su cocina y el mercado étnico?

Boricuas, dominicanos y ecuatorianos, pero más que nada puertorriqueños porque vendo alcapurrias. Llega mucha gente de Pensilvania y otros lados a comprar alcapurrias y pasteles. Pero no creo que la marqueta corra algún peligro en desistir. Todavía el vecindario es hispano.

¿Ha pensado en retirarse?

Sí, estoy cansada y queremos vender. Tengo planes de quedarme un tiempo aquí, otro tiempo en Santo Domingo y otra temporada ir a Europa donde mis nietos.

Otros vientos llevarán doña Ramona de regreso al Viejo Continente a visitar a sus nietos, pero su condimento y su sazón harán historia en la marqueta

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