El sueño americano es una pesadilla

Tenemos que recordarle a la nación estadounidense que alrededor de 5 millones de agricultores perdieron sus puestos de trabajo bajo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte cuando se permitió que corporaciones gigantescas basadas en los Estados Unidos vendieran granos en México a la mitad del precio de producción. Millones más perdieron sus empleos cuando bancos estadounidenses pidieron la devolución de sus préstamos obligando a México a devaluar el peso.

Estas políticas tampoco beneficiaron a los trabajadores en los Estados Unidos mientras que destruyeron a las vidas de trabajadores mexicanos y sus familias. No fuimos a los Estados Unidos en búsqueda del sueño americano, sino por la pesadilla estadounidense que habían creado en nuestros países.

En Estados Unidos, nuestra labor y nuestros impuestos recibieron una calorosa bienvenida. Cuando la economía estadounidense andaba bien, ¿qué cambió? Según los expertos, los indocumentados siguen beneficiando a la economía, y lo harían aún más si tuvieron posibilidades de legalizarse. El problema es en cuanto a los niños que nacieron en los Estados Unidos, que ahora constituyen parte de una nueva mayoría. Esa es la razón para hacer campaña y expulsar a los indocumentados. Esto sabe a racismo.

El congresista Luis Gutiérrez, en forma correcta, hizo un llamado para que la nación estadounidense acepte la responsabilidad compartida para las familias que se formaron y los niños que nacieron en los Estados Unidos. Pero la nación, inclusive tanto los demócratas como los republicanos, andan en plan de castigar a los que menos culpa tienen y que son los más vulnerables dentro del sistema de mano de obra indocumentada por la cual los Estados Unidos se ha beneficiado tanto.

Antes de que el Dr. King, en 1963, hablara de su sueño de una nación que iba a juzgar la gente a base del “contenido de su carácter y no el color de la piel” había condenado al país por sus atropellos y la explotación que había infligido a la gente afroamericana. Hablaba de la promesa incumplida, el cheque que había regresado marcado “no hay suficientes fondos”.

Para que haya redención es indispensable una confesión. No se va a poder resolver el asunto de los 11 millones de indocumentados sin que la nación acepte la responsabilidad por lo que ha hecho.

Si los ciudadanos de Estados Unidos les enseñan a sus propios hijos que deben mirar y aceptar las lágrimas de otros niños cuando familias son separadas a la fuerza, los niños que observen quedarán para siempre con las cicatrices emocionales de la indiferencia. Lo mismo sucede con las víctimas inocentes de esta atrocidad que son marcados con rabia y sueños destrozados.

Pero hoy, los corazones y mentes de millones están enfocados en una generación que no aguantará la separación, la discriminación, la indiferencia y la irresponsabilidad. Son estos corazones sin cicatrices que representan la fuerza que una nación necesita para guiarse hacia los retos del futuro.

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