Confieso ser un acosador

Papeles

Lo lamento. Debo admitir que defraudé a la galería. Casi me da pena salir a la calle. Huyo del cliente que me devuelve el espejo. Iba bien en esta encarnación. Pero fui humano, demasiado humano. Me equivoqué. Espero no quedarme sin lectores cuando se sepa la verdad.

Merezco memo con sanción de 15 días sin carne y sin internet. (No manejo BlackBerry ni afines). No creo que me fíen más en la tienda de la esquina. Los maestros que trataron de desasnarme dirán que perdieron su tiempo que en la jerga gringa “is money”.

¿El que me vende los aguacates volverá a hacerme la rebajita? ¿Con qué cara volveré a leer las crónicas de Talesse, las cartas de Cortázar, los estremecedores libros del ruso Vasili Grossman, los versos del suicida Lugones? ¿Será que en el restaurante donde despacho mi proletario pero delicioso almuerzo meridiano me vuelven a cambiar la sopa por un huevo de gallina feliz?

Mi argentino ego está de capa caída. Me siento como si me hubiera caído una hora del Big Ben — que pesa más de ocho toneladas— en el dedo gordo del pie.

Cuando se llega a una edad en la que el hombre propone y el señor Alzheimer dispone, ¿será que se me olvida —¡por fin!— el Brindis del Bohemio que aprendí de joven sin que haya podido desembarazarme de él para darle paso a textos de Whitman?

¿Las tildes que tanto me costó aprender a marcar se me trocarán y volveré esdrújulas inofensivas palabras agudas o graves?

Mi desazón se origina en el hecho de que parientes y amigos no se aguantaron y han empezado a criticar mi prontuario de acosador, el pecado que me tiene con la casa por cárcel, como cualquier corrupto con suerte. Creí que ese pecadillo quedaría entre mi almohada y yo.

Aclaro que no soy ningún acosador sexual. El pecado que pesa sobre mí es nuevo. Señoras y señores, abróchense los cinturones: Soy irrefrenable acosador cibernético.

Mis abonados abren su correo y tiemblan. Suelen encontrarse con “miles” de envíos míos. (Un médico que monitorea mi salud casi me cobra tres vales de la medicina prepagada. Me encontró bien de mis achaques pero mal de mi irrefrenable tendencia a disparar correos electrónicos).

No sé de médicos que curen esta nueva dolencia. Se llenarían de oro. Raro que no haya esta especialidad. En buena hora, los médicos han parcelado, incorado, nuestro cuerpo. Se lo reparten. Asi mejoran nuestra calidad de vida y nos permiten durar más. Agradecido.

Un médico es especialista en todo lo que ocurre del ombligo pa arriba, otro se responsabiliza de lo que sucede del ombligo pa bajo, incluida esa plaga de Egipto llamada disfunción eréctil. Fulano es especialista en este centímetro de mi anatomía, el centímetro vecino exige otro bisturí especializado. Pero faltan másteres en bullyng cibernético.

Hago esta confesión para demandar cristiana tolerancia y prometer que reduciré la avalancha de correos. A manera de indemnización les encimo un remedio infalible como el papa Francisco: borrar, borrar, borrar. Los acosadores estamos a un clic del cesto y de su carnal el olvido.

Otra opción menos piadosa es extraditarme al correo basura. O exigirme que los excluya de mi lista de contactos. Completa satisfacción o la devolución de su tiempo, ese recurso no renovable, así su materia prima sea la eternidad de la que se alimenta…

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