Las vibras positivas de Daniel

Por la tarde los pasillos se abarrotan de estudiantes buscando sus clases; un muchacho mueve su bastón blanco camino de una sesión de percusión, y un grupito de seis se desplaza en sillas de ruedas en busca del estudio donde se dicta el curso de canto y voz. Daniel Trush se abre paso para guiarles: “Hola a todos, la clase que buscan es por aquí”, dice señalando en dirección al aula indicada con los rígidos dedos de su mano izquierda. Todos lo saludan y corrigen la marcha de sus rodados, algunos ellos mismos y otros auxiliados por sus padres o cuidadores.

La mayor parte de estos estudiantes ha sufrido en algún momento de sus vidas un ACV -Accidente Cerebro Vascular- que les ha dejado secuelas neurológicas permanentes, pero hay muchos con otro tipo de condiciones como parálisis cerebral, autismo, desórdenes cromosomales, síndrome de Down y ceguera. Para estos niños, jóvenes y adultos la presencia de Daniel, quien tuvo que superar ese tipo de dolencias en su infancia, es clave.

Daniel sabe sus nombres y no les escatima ni sonrisas ni high fives. “Recién llegamos aquí y todos estamos ajustándonos”, explica el joven de 29 años haciendo referencia a la mudanza de la fundación que lleva su nombre, Daniel’s Music Foundation que acaba de inaugurar nueva morada en la esquina de la Avenida Lexington y la calle 101. “Funcionamos en un basement durante 7 años y esto” -dice mientras mira como se cuela el sol por las ventanas- “es un sueño”.

“Fuimos capaces de crear música en un ambiente tan oscuro”, agrega Ken, el padre de Daniel -quien trabaja codo a codo con él en la fundación-; “me imagino las maravillas que crearemos aquí”. El lugar huele a nuevo y las paredes lucen inmaculadas, pintadas de un suave tono amarillo.

Fundada en 2005, la Daniel´s Music Foundation instruye musicalmente a más de 300 ‘miembros’ con edades entre los 3 y los 100 años. “Las clases son todas gratuitas y pueden asistir a tantas como ellos deseen”, explica Ken, “hay quienes nos vienen acompañando desde el principio, como Antoinette”, comenta mientras se acerca en su silla impulsada a baterías una mujer negra, de cabeza rapada a quien, en broma, llaman la sindicalista. “Cuidado”, dice ella sonriente, “si hacen algo que no me gusta, ¡piquete en su casa!”.

Daniel conoce exactamente su situación. Él sabe cómo se siente que tus dedos no respondan o que tu brazo se mueva involuntariamente en un espasmo. “Comparto mi historia con todos los que me preguntan”, afirma, “pero lo que más nos iguala es nuestro amor por la música”, explica.

Su inspiradora historia empezó en 1997. Daniel tenía sólo 12 años cuando colapsó por un aneurisma en la cancha de básquet de su escuela, y entró en un coma profundo. “Los doctores no daban ninguna esperanza”, cuenta su padre. “Pero ni él, ni mi esposa, ni su hermano ni yo nos rendimos y empezamos a usar la música, que siempre le apasionó, para volverlo a la vida. Todos los días le ponía un CD con la canción ‘I’m not giving you up’ de Gloria Estefan”.

Daniel estuvo 30 días en coma, y volvió al mundo de los vivos tras una riesgosa operación cerebral. Tras casi un año hospitalizado y pasar por más de dos años en una silla de ruedas, volvió a caminar.

La recuperación de Daniel dejó a todos boquiabiertos, en especial a la comunidad médica. “Mi forma de agradecerle ha sido llevar la música a otros; permitirles sentirla como yo la siento y ser felices aunque sea por un rato”, apunta Daniel. “Porque esta es gente que vive bombardeada por terapias constantemente. Aquí simplemente disfrutan”.

Un recorrido por los distintos estudios confirma eso al cien por ciento. Hasta Reed y Tanner, los perros guía de Emmanuel y Tom, -dos guitarristas ciegos-, mueven sus colas escuchando los rasgueos de sus amos. “Muchos nos preguntan qué herramienta científica usamos para medir el progreso que hacemos”, apunta Daniel. “El sonrisómetro, les digo, cuántas más sonrisas mejor vamos”.

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