El mexicano de las calabazas gigantes
Leonardo Ureña tiene un hobby que le quita el estrés y lo hace sentirse rico en espíritu
SANTA ROSA. Las joyas de la abuelita. Las reliquias familiares. Pero también, una planta cuyas semillas fueron guardadas generación tras generación. Esas semillas no deben estar contaminadas con fertilizantes químicos, mucho menos haber sufrido manipulación genética alguna. La palabra heirloom significa todo eso: reliquia familiar, y también, variedad de cultivo que sobrevivió al tiempo gracias a los esfuerzos de personas bienintencionadas que guardaron las semillas intactas, cosecha tras cosecha.
En septiembre tuvo lugar en Santa Rosa la Exposición nacional de cultivos del tipo heirloom. En una época en la que los agromonstruos demandan y llevan a la quiebra en algunos casos a los productores del campo que guardan sus semillas de una cosecha a otra, es de importancia capital que haya muestras como ésta. Los gigantes de los agroquímicos y de las alteraciones genéticas alegan que la patente de esas semillas les pertenece, y que como tal, son de su exclusiva propiedad.
Mucha gente anglo, muy pocos latinos, pero además mesas del tipo banquete romano que contenían decenas de variedades de melones, por ejemplo; de tomates de todos colores, de sandías. Una torre de calabazas de diferentes tipos, que llegaba casi hasta el techo: de las de Halloween, calabacines, de tipo espagueti, cabello de ángel… Comida estrictamente orgánica, mucha vegetariana o vegana. Gallinas, cabras, algún ternerito. Música popular del campo estadounidense. Y calabazas gigantes, de las que se ven para esta época en una famosa competencia en Half Moon Bay. Bueno, aquí también compitió uno de esos pocos hispanos que El Mensajero pudo encontrar: don Leonardo Ureña.
Una vez Serrat dijo que si le preguntan a un campesino cuál es su psicólogo, responderá que es su azada. Y Leonardo Ureña, jaliscience, de 45 años y residente de Napa, coincide: “Esto del cultivo de calabazas nunca te va a dejar dinero, pero yo me siento afortunado de tener este pasatiempo. Tengo la certeza de que es una terapia para mí. Nunca me miras a mí estresado, no me ves renegando de una cosa u otra; esto me quita todo el estrés”.
Leonardo cuenta que su familia está contenta, que lo apoya, y que él se siente aliviado por ello porque “te lleva mucho tiempo”. En Santa Rosa, Ureña presentó una calabaza gigante que pesa 1,080 libras, es decir unos 490 kilos. Aunque no ganó por el peso, sí se llevó una cinta azul de reconocimiento a la “calabaza más hermosa” de la exposición.
Su testimonio es interesante porque hacer lo que a uno le gusta, pese a no ganar toneladas de dinero, puede ser otra forma de vivir el escurridizo ‘sueño americano’ para un inmigrante.
“Me vine a los diecisiete años, era un teenager. Y llevo veintiocho de trabajar para el granjero Lee Hudson, de Napa. Me han tratado bien, pero hay que trabajar duro para merecerlo. Aprendí muchas cosas con él”.
Leonardo vive y trabaja en el rancho Hudson. “Ahorita estamos enfocados en lo de las uvas [para el vino]. Pero además, tenemos 42 clientes, gente común como tú y yo, que nos compra cajas de verduras todas las semanas. Les damos nueve o diez tipos de verduras distintas, desde lechuga, rábanos, uvas para comer, depende de lo que estemos produciendo. Pagan 30 dólares por semana, pero reciben todo fresco. Algunas cosas las piscamos el miércoles, y el jueves ya las tienen en la puerta de su casa”.
“Tratamos de tener todo sin químicos, sin tóxicos. Para nosotros mismos, porque también estamos consumiendo esos productos. Mi familia los consume… Si hay productos orgánicos para combatir las plagas, pues los usamos. Si no, encontramos preferible perder la cosecha”.
El rancho mexicano donde se crio Leonardo de “chavalo” se llama como él: Ureña, municipio de Zacoalco de Torres, Jalisco. “Yo traigo la agricultura en la sangre, vengo de un lugar donde mi familia es campesina. Tenían vacas, maíz, frijol, garbanzo. Aquí fui mejorando lo que me enseñaron mis padres en el pueblo; mucho o poco, aquí he seguido aprendiendo y no paro de aprender”.
“En esto de las calabazas gigantes […] tengo el récord del estado. Lo conseguí en la ciudad de Half Moon Bay en 2011, con una calabaza de 1,704 libras [773 kilos]. Este año vamos a ir de nuevo a ver cómo nos va”. El Festival de las calabazas gigantes en Half Moon Bay es a mediados de este mes.
“Usamos explica Ureña materiales orgánicos: estiércol de vaca o de guajolote. En el invierno enriquecemos la tierra con una “remolacha verde” que le llamamos. Habas y janamargo, que es como una avena. Plantamos en el invierno y no necesitamos regarlas: en octubre y noviembre ya ves que llueve. Cuando tiene un tamaño de dos o tres pies, las trituramos con un tractor, las volvemos a la tierra para que el suelo esté rico en microorganismos. Para el tiempo que vamos a plantar la calabaza, ya la tierra está rica en nutrientes y vitaminas. Para lograr una calabaza gigante, mientras más preparada esté tu tierra mejor va a ser el resultado”.
Sin químicos…
Si le pones químicos, atacan a la planta porque los absorbe al instante. No va creciendo de a poco y con consistencia, de una vez crece y se truena. Con el fertilizante orgánico, la calabaza usa sólo lo que necesita, y no la estamos forzando a que crezca rápido. Con el químico explotan, o se les hacen huecos, y ya no sirven.
¿Y después de las competiciones, comen las calabazas?
No, la tradición es que durante el Halloween se les rentan a restaurantes que quieren exhibirlas; en Napa, enfrente de los viñedos, les gusta tener arreglos de calabazas. Si podemos sacar un dinero rentándolas, nos sirve para comprar materiales que ocupamos, como estiércol. En las competencias, cuando nos toca suerte, también ganamos un poco de dinero y lo aplicamos para lo mismo.
¿Y los hijos le siguen los pasos?
Tengo tres, dos niñas y un niño. La más grande tiene 18 y va a la universidad, la del medio 16 y está en Napa High, y el hijo está en segundo de primaria, tiene siete. Ahorita nomás mi hijo es el que quiere seguirme los pasos… Está bien orgulloso de un girasol que tiene, quiere llevarlo a una competencia. Su sunflower tiene como 18 pulgadas de diámetro. Es su primer competición, si lo dejan ganar uno de esos moñitos que dan, eso lo haría muy feliz. No importa el dinero, sino participar. Es bonito que le aplaudan a uno cuando gana.
Leonardo Ureña cierra la plática con frases que invitan a pensar: “Tengo dieciocho años viviendo en el mismo rancho en el que trabajo. Mis hijos se han criado allí. Creo que están viviendo una vida envidiable. Yo tengo buenos recuerdos de México, tuve carencias pero también grandes satisfacciones, muy feliz. Y ojalá ellos digan lo mismo de donde están viviendo. Aquí las cosas son diferentes, pero igual uno trata de enseñarles cómo comer saludable. Ellos ven que llevo a la casa productos frescos, sanos; yo mismo prendo el asador y los cocino. Y veo cómo los disfrutan, tanto como yo. Y quiero pasarles eso a ellos también”. Como las semillas que se van pasando de generación en generación y de granjero responsable en granjero responsable.