Un centenario por partida doble

Abuela puertorriqueña y El Diario celebran un aniversario poco común

Sara Lugo, oriunda del municipio de Cabo Rojo, en Puerto Rico, y residente en Nueva York desde la década del 50, cumplió 100 años de vida al igual que El Diario-La Prensa que celebra hoy su onomástico.

Sara Lugo, oriunda del municipio de Cabo Rojo, en Puerto Rico, y residente en Nueva York desde la década del 50, cumplió 100 años de vida al igual que El Diario-La Prensa que celebra hoy su onomástico. Crédito: <copyrite>EDLP</copyrite><person>Gerardo Romo< / person>

NUEVA YORK — La abuelita puertorriqueña Sara Lugo tiene algo en común con El Diario-La Prensa: ambos están celebrando su 100 aniversario de existencia este 2013.

Para ella, El Diario, más que un periódico, “es el libro de los hispanos”, porque desde hace un siglo recoge las luchas de esta comunidad.

“Yo empecé a leer El Diario desde que llegué a Nueva York en 1955”, dijo doña Sara. “Yo compraba El Diario diariamente, porque encontraba allí las noticias hispanas, y todo estaba en español, bien escrito y no ofendían a nadie de mi comunidad, había respeto para todos. Yo lo leía por la tarde, cuando estaban todos los muchachos durmiendo”, recordó.

La sección de El Diario que doña Sara leía más era la que hablaba de Puerto Rico, y la noticia que más la impactó en aquellos años fue el asesinato del presidente John F. Kennedy, ocurrida en noviembre de 1963.

“Me sentí muy triste en mi alma. Kennedy era un hombre que la gente adoraba”, dijo la abuela de cuatro nietos.

Nativa de Cabo Rojo, doña Sara es bajita y delgada, y pese a su avanzada edad y el derrame cerebral que padeció unos meses atrás no le tiembla la voz, es muy lúcida, y se vale por sí misma en su apartamento de Inwood, donde vive sola y hasta hace poco cocinaba. Sus hijas, Alma e Hilda Sánchez, la visitan diariamente y están pendiente de sus necesidades.

Caminando con su andador, se acomoda en un sillón y empieza a narrar la odisea que pasó hace más de medio siglo, cuando por razones económicas decidió emigrar a los Estados Unidos con sus tres hijos.

El viaje duró 10 horas, cuatro en carreteras en mal estado y seis en un avión de hélices. Llegaron un viernes en la noche y ya el lunes doña Sara empezó a trabajar en una fábrica de blusa del Garment Center, ganando $35 a la semana, empleo del que se jubilaría a los 65 años.

“La vida era muy simple entonces. Los sueldos eran muy bajitos, pero daban para el alquiler y la comida. Un apartamento costaba unos $80 al mes, el galón de leche costaba 12 centavos, y el pasaje en tren 15 centavos”, dijo doña Sara. “El Diario valía unos 5 ó 15 centavos, no recuerdo bien”, indicó.

Para los hispanos, según la abuelita, la vida era dura, porque había mucha discriminación.

“En ese tiempo no había mucha gente de color. Eran la mayoría blancos y europeos. La gente era ruda, porque no querían que los puertorriqueños que llegaban se acercaran mucho a ellos, y nos trataban con indiferencia”, dijo doña Sara.

Comparando los viejos tiempos con los actuales, doña Sara dijo que antes había mucha inseguridad ciudadana, debido a las pandillas juveniles, y en dos ocasiones le intentaron robar la cartera.

Pero se bailaba mucho y ella a veces iba junto con la bailarina de la familia, su hermana Josefina, al Club Caborojeño de la calle 145, a escuchar las canciones de Rafael Hernández y Daniel Santos.

Y nunca ha dejado de acudir a las urnas los días de elecciones.

“Yo siempre voto”, dijo. “Y cuando tenía energía salía a las calles a participar de la política”, agregó, recordando el momento memorable en que le dio la mano a Robert Kennedy, cuando éste fue a hacer campaña por su barrio.

Doña Sara tiene buen sentido del humor, pero, según dijo, “tengo mi genio, y a veces estoy que no hay quien me suba ni me baje (se echa a reír)”.

Cuando se siente abrumada con muchos problemas, recita lo que ella llama su versito:

“No busques la dicha ansiosa, nadie la dicha nos da, la dicha es perla preciosa, que en el corazón reposa del que buscándola va”.

Cuando le preguntan por el secreto de su longevidad, la adorable ancianita dice que no se explica cómo ha podido llegar a la bonita edad de 100 años, “con tantos problemitas por detrás y por delante” a los que ha hecho frente.

“Porque yo, como madre soltera, tenía que trabajar y criar a mis tres hijos, darle una educación, e iba a todas las citas de la escuela, que para mí era lo principal”, dijo doña Sara.

Gracias a su empeño, sus hijos recibieron una buena educación: Hilda es maestra, Alma es empresaria, y Edwin es médico.

Su mayor secreto para mantenerse saludable, es comer pequeñas porciones y que no falte en la mesa una buena sopa de pollo con verduras y un pedazo de pan.

Más inf. págs. 12, 18 y 19.

Suscribite al boletín de New York

Recibe gratis las noticias más importantes de Nueva York diariamente en tu email

Este sitio está protegido por reCAPTCHA y Google Política de privacidad y Se aplican las Condiciones de servicio.

¡Muchas gracias!

Más sobre este tema
Contenido Patrocinado
Enlaces patrocinados por Outbrain