Cámara en mano, violín al cuello

El violinista y fotógrafo se las ingenia para tocar música y  , tomar fotos de todo lo que ocurre a su alrededor.

El violinista y fotógrafo se las ingenia para tocar música y , tomar fotos de todo lo que ocurre a su alrededor. Crédito: Cortesía: Sergio Reyes

Las historias con él son largas, le gustan los detalles y es, en su forma de contar, riguroso como un científico. Pero hay algo que narra en forma simple: su absoluta devoción por el violín y la cámara de fotos. La música y la imagen están, para Sergio Reyes, íntimamente ligadas, al punto que el guatemalteco no concibe la una sin la otra.

En oportunidades, es su instrumento musical el que antecede a la cámara y en otras decide primero documentar

sus alrededores para luego, inmediatamente, calzarse el violín al cuello y sacarle una melodía de Piazzolla. “Mi meta”, explica este muchacho formado en música clásica y barroca y dedicado ahora al tango, “fue siempre tocar bien, respetar la música y el tipo que la creó pero desde que empecé a sacar fotos mi objetivo se hizo más abárcatelo y también quiero dejar una evidencia en imágenes de todo lo bello que me rodea: otros músicos, bailarines y personajes que voy conociendo”.

Pasar de la cámara al violín, es para él, lo más natural y sencillo. En su entorno, nadie se sorprende cuando, unos diez minutos antes de que se levante el telón para arrancar un show, la silla de este violinista chapín aún esta vacía. “Ya todos saben que ando por ahí en el backstage tomando fotos”, apunta.

Ser músico le permite un acceso inmejorable a un mundo vedado a los simples espectadores. Así, Sergio logra captar postales únicas de bailarines y colegas; nervios pre-escénicos, cábalas y rituales. Momentos de festejo por una gran performance o la simple imagen de un artista enlongando o hablando por celular en el intervalo de un espectáculo.

Tanto la fotografía como la música son sus refugios. Ya desde pequeño, cuando vivía en el barrio marginal Zona 5 en Guatemala City los instrumentos eran su vía de escape. “En mi casa la situación no era fácil”, comenta, “mi papá era alcohólico y mi mamá trabajaba de sol a sol en la Universidad San Carlos. Desde chico me di cuenta que tocandopodía salirme de todo eso”.

A pesar de ser un ambiente por momentos hostil, en su casa siempre había lugar para la música –su padre tocaba el acordeón y su madre el piano- y Sergio está agradecido con ellos por haberlo incentivado a continuar en este camino. “Todo era muy pobre y no había terreno fértil para el arte. Muchos de mis compañeros de primaria me veían como un bicho raro; me apodaban el filosofo o el músico loco pero mis padres siempre confiaron en que yo saldría adelante”.

Fue gracias a su mamá y las cientos de cartas que escribió,que a los 17 años Sergio logró estudiar en una prestigiosa escuela de Michigan. “Una de las cartas le llegó a una señora en Suiza y ella me ayudó a financiar mis estudios de composición en la Interlochen Arts Academy”.

Después de pulirse musicalmente y de destrabar un poco la lengua con el inglés llegó en 1993 y aún adolescentea Nueva York. “Recuerdo que al principio la ciudad me pareció totalmente impersonal y fría”, cuenta. “En Michigan la maestra era casi como una madre;aquí aprendí a arreglármelas solo en todo”.

Las noches siempre lo encuentran tocando y fotografiando en Tango House, donde tiene un show diario o en Milongas; durante el día practica. “Ser músico es un poco como ser un atleta, hay que entrenar todos los días”. En un apartamento que comparte con varios otros artistas en la 125 y Broadway Sergio toma su violín y ejercita escalas a sus anchas no sin antes colocarle una sordina, un aparatito de metal que se ubica arriba del puente del violín y que le permite ensayar en silencio. “Ya los he fotografiado y les encanta mi música pero si hay una regla que aprendí en NY es que debes respetar a tus roommates.”

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