Ay, Morfeo…

Sociedad

No recuerdo cuál exactamente, pero fue una de mis maestras de la escuela elemental —probablemente a punto de perder los estribos por mis modalidades alternativas de frenética charla y bostezos aletargados— la que grabó en mí el famoso refrán: “Si vas pronto a la cama y madrugas, serás rico, sano y sabio, sin duda.”

Intenté dormir de niña. Realmente traté. Pero nunca fue fácil.

Podía estar en la cama cuatro horas, observando cómo pasaban los minutos en el reloj analógico, al otro lado del cuarto. Con una lentitud insoportable los números saltaban del 8 al 9, del 9 al 10 y otra vez hasta 11.

Muchas noches, estaba totalmente despierta a medianoche, tratando de generar una conversación con mis exhaustos padres, que dormían en una cama de una plaza, sólo a unos pies de la mía. Aprendieron a no hablar de nada importante a la hora de irse a la cama.

O a veces me dormía temprano en la noche y me despertaba en la madrugada, me sentaba en la cama en la oscuridad, hablando conmigo misma para evitar el aburrimiento.

Al día siguiente era una niña difícil en la escuela. Llegaba con energía en la mañana, reforzada por un cereal ultraazucarado, y ponía a mis maestras a prueba saliéndome de mi asiento constantemente, hablando demasiado y haciendo demasiadas preguntas.

Oh, y además estaba la cuestión de silbar. Mi maestra de cuarto grado mascullaba habitualmente: “No silbes, Esther, o harás que los ángeles lloren”.

Después, por la tarde, durante la clase de Estudios Sociales, me dormía. Algunos días, iniciaba el día en una bruma enfermiza y me aceleraba después del almuerzo. El resultado neto era, al menos, el mismo. Durante toda mi experiencia en la escuela elemental, las maestras, los monitores del almuerzo y los directores me advirtieron, repetidamente, que tenía que aprender a ejercer autocontrol.

Esos recuerdos —que no son para nada distantes, ya que aún sufro de frecuentes episodios de insomnio— bulleron en mí, el otro día, cuando me topé con un nuevo estudio sobre el sueño de los niños.

Investigadores de University College, en Londres, recogieron estadísticas de niños entre 3, 5 y 7 años; y su conducta fue calificada por madres y maestros.

El estudio halló que los niños que en la temprana niñez no tuvieron un horario fijo para irse a la cama presentaban más hiperactividad, problemas de conducta, conflictos con otros niños de su edad y dificultades emocionales.

“No tener horas fijas para irse a la cama, acompañado por un constante sentido de fluidez, induce un estado corporal y mental parecido al jet lag, y esto es importante para el desarrollo saludable y el funcionamiento cotidiano”, expresa la principal autora, Yvonne Kelly, en el comunicado de prensa del estudio.

Investigaciones anteriores hallaron que los niños que tienen un horario irregular para irse a la cama se desempeñan peor en pruebas de lectura, de matemática y de conciencia espacial que los que tienen horarios fijos.

Y los niños con horarios irregulares o que se van a la cama después de las 9:00 de la noche tienen más probabilidades de provenir de entornos socialmente desfavorecidos.

El caos característico de la pobreza generacional apoya ese punto. Ruby K. Payne describe en A Framewwork for Understanding Poverty, que los hogares sumidos en la pobreza carecen de todo tipo de estructura que imponga horarios fijos de comidas y para irse a la cama.

Y existe una división racial en el sueño. Durante años, los investigadores han sabido que, en Estados Unidos, los blancos no hispanos obtienen más sueño de calidad que la gente de otras razas, y los afroamericanos son los que gozan de menos horas de sueño. También existen diferencias culturales documentadas sobre la manera en que los diversos grupos raciales y étnicos encaran la falta de sueño.

Algunos estudios han señalado incluso un posible vínculo entre la disparidad en el sueño y la mayor incidencia de enfermedades entre las minorías.

Sin embargo, no todo es triste y deprimente.

Según el estudio británico, los niños a los que se colocó en un horario estricto de sueño demostraron mejoría en su conducta y en la relación con sus pares. Y los autores señalaron “claras oportunidades para intervenir” —como que los pedíatras “receten” horarios para irse a dormir y sugieran rutinas de sueño a padres jóvenes.

Ahora bien, si la medicina moderna pudiera encontrar una cura para el insomnio y el desasosiego nocturno, todos podríamos dormir mejor e iniciar nuestros días en un terreno más igualado.

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