Letitia James llenó la cuota

Gracias a la elección de Letitia James como la candidata demócrata para Defensora del Pueblo, están mejorando los prospectos laborales de los hombres blancos. Y justo en el último minuto. Al tener posesión de casi todos los puestos municipales y todos los puestos estatales, los hombres blancos necesitan toda la ayuda que se les pueda dar. Por eso tiene sentido que la victoria de James despeje el camino para seguir con el status quo.

Como la primera mujer de color elegida a un puesto municipal, el estatus de James se está interpretando ante todo como un triunfo del formulismo, en vez de un hito en la lucha por la igualdad de oportunidades. A pesar de que el New York Times informó sobre la naturaleza histórica de su victoria, el mismo artículo mencionó que los que saben de política ahora consideran que la competencia para presidente del Concejo ahora está “abierta de par en par” para los hombres blancos.

La lógica es que si Daniel Squadron hubiera ganado la primaria, los hombres blancos hubieran controlado los tres puestos municipales. Esto hubiera intensificado la presión sobre los concejales y jefes condales para elegir un presidente que fuera mujer o miembro de una minoría. Al parecer, la victoria de James alivia la preocupación: ahora podemos tener a tres hombres blancos en puestos altos, gracias a una mujer de color. Este análisis absurdo se ha repetido en el Wall Street Journal, Crain’s y casi todos los artículos sobre la campaña.

Hay tres mujeres de color en la contienda para presidente del Concejo: Inez Dickens, Melissa Mark-Viverito y Annabel Palma. Sin embargo, sus características inmutables ahora son una desventaja en vez de una ventaja debido a la victoria de James.

La situación está al revés, pero de acuerdo a la sabiduría popular que se informa en muchos lados, es el punto de vista prevalente de los cinco hombres que presiden los condados, y que tienen un poder importante sobre la presidencia. Ya que los presidentes no le rinden cuentas al electorado, solo a sus comités. Y no hay presión externa de conformarse a un estándar amplio de igualdad más allá de algo simbólico. Pero los estándares necesitan mejorarse con urgencia.

La división actual por género del Concejo Municipal de Nueva York es 17 mujeres y 34 hombres, lo que quiere decir que un tercio de los concejales son mujeres. En enero, este número bajará a 27%, cuando cuatro puestos que las mujeres tienen ahora se darán a los hombres (Quinn/Johnson, Lappin/Kallos, Reyna/Reynoso, Gonzalez/Menchaca), y un puesto que tiene un hombre irá a manos de una mujer (Charles Barron/Inez Barron). Esto sigue siendo mejor que en la legislatura estatal, donde las mujeres constituyen 24% de la Asamblea y el presidente Silver todavía no tiene un rival serio a pesar de que ha protegido a depredadores sexuales en vez de a las empleadas de la legislatura.

En el Senado estatal, las mujeres solo representan 17%, con lo que casi empatan con el 18% del Congreso. ¿Por qué aparentemente los dirigentes políticos neoyorquinos llegaron a la conclusión de que deben abandonar la tarea después de elegir a la primera y única mujer negra en nuestra historia a un puesto municipal?

El formulismo crea una escasez de opciones para las personas marginadas, mientras permite que las instituciones muestren una ilusión de progreso. A los pocos suertudos que logran ingresar a las esferas del poder se les convierte en fetiches y se les reduce a la suma de sus partes políticamente correctas. Esto también causa resentimiento entre el público, que tiene que competir por incluso menos plazas.

Malcolm Gladwell recalca este punto en su último libro, David and Goliath, en el que incluye una lista de 30 mujeres jefes de estado que nunca tuvieron otra mujer como sucesora. Es una lástima, porque reprime la continuidad y hace que sea más difícil expandir los triunfos de las agendas políticas previas.

Este artículo apareció en City and State.

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