Francisco, el último de la lista

A lo largo de la Historia de Occidente han ido surgiendo adivinos, pitonisas y videntes que han pretendido ver y conocer el final de los tiempos. Quizás el más conocido de todos es Michel de Nostredame, quien latinizara su nombre convirtiéndolo en Nostradamus. Junto a él destaca un obispo irlandés llamado Malaquías, quien se desempeñó como Abad de diversos monasterios y terminó siendo Arzobispo de Armagh. Se cuentan muchos milagros llevados a cabo por él, pero el mayor recuerdo es por su don de profecía. Entre las muchas que se le atribuyen hay una referente a los papas, la cual se ha ido siguiendo con gran celo por muchos de los fanáticos de lo exotérico, no habiendo certeza alguna de su autoría y, por supuesto, de su validez.

Malaquías- canonizado por Clemente III en 1199- escribió un “lema” para cada uno de los 112 papas desde Celestino II, elegido en 1130, hasta el último, quien sería “Pedro Romano” y con él acabaría la Iglesia.

Obviamente estas profecías no tienen valor alguno. ¿O quizás sí? Este año 2013 se cumplen los 1,700 años del Edicto de Milán, según el cual el Emperador Constantino daba carta de libertad a la Iglesia. A cambio se hacía protector y benefactor de la misma.

Lo que en un principio se vio como una solución y salida airosa y triunfante, ha resultado, a lo largo de la historia, una hipoteca y una esclavitud.

El Edicto de Milán fue el maridaje y la sumisión del mensaje del evangelio a intereses políticos, sociales, culturales y mortales. Dio comienzo a una Iglesia como poder político. La semilla de los Estados Pontificios se sembró en esos momentos. El árbol que nació en Milán duró demasiado. Exactamente hasta el 20 de septiembre de 1870, cuando el ejército italiano abre una brecha en la Muralla Aureliana y tomó posesión del ya minúsculo Estado Pontificio gobernado por el último Papa-Rey. Logra Víctor Manuel II con ello coronarse Rey de Italia entera. De esa forma la Iglesia se liberó del poder político nacido bajo Constantino.

Las secuelas sin embargo han seguido hasta el día de hoy. Los diversos papas que sucedieron a Pío IX fueron poco a poco desprendiéndose del concepto del Papa como Rey. Había cierta añoranza de tiempos pasados. La herencia del Imperio Romano aún hoy sigue pesando demasiado en las estructuras de la Iglesia.

Sorpresivamente este año 2013, a los 1,700 del Edicto de Milán, un Papa en plenas facultades renuncia al Papado porque desea una Iglesia distinta, más libre, más sencilla, más pobre, más cercana. Da paso no a un Romano Pontífice-herencia del Imperio- sino a un Pastor, que no se cansa de afirmar que es el Obispo de Roma, que no tiene reparos en mezclarse con la gente ni en decir que el Papado tiene también que convertirse y renovarse. Que nombra las cosas por su nombre, que se siente cercano a la gente. Que invita al diálogo y al encuentro. Que quiere renovar-una vez más-la burocracia más antigua del mundo, la Curia. Que titula su primer documento con el nombre de “La alegría del Evangelio”.

¿Será que Malaquías tuvo razón, que con Francisco desaparece la Iglesia, la que creció y se envenenó con la herencia de Constantino? ¿Veremos hecha realidad la Comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret? Esperemos. Confiemos.

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