Una guerra para continuar

La Guerra contra la Pobreza iniciada hace 50 años lanzó importantes programas federales que ayudaron a millones de estadounidenses en mejorar su calidad de vida y sus oportunidades.

El problema es que a partir de la década de los ochentas se comenzó a revertir la tendencia comenzada por la iniciativa del presidente Lyndon Johnson.

En vez de continuar, con algunas correcciones lo iniciado en 1964, el arribo del presidente Ronald Reagan dio vuelta la tendencia de ayudar al más necesitado mediante una redistribución de fondos de impuestos, con recortes federales y la satanización del pobre —entre otras formas— como la imaginaria figura de la “Reina del Welfare” creada y promovida por Reagan.

Es una simpleza declarar hoy la iniciativa de Johnson como un fracaso por el solo hecho de que todavía hay pobres. De no haber sido por las propuestas surgidas de esta “guerra”, sin lugar a duda la cantidad de indigencia sería mucho mayor. Los programas de Medicare, Medicaid, Head Start, la Ley de Educación del 1965 y los cupones de comida son solo algunos de los instrumentos surgidos de esta estrategia.

Estos programas integraron una red social que hoy sigue bajo ataque republicano como lo estuvo a lo largo de estos 50 años. Con la gran diferencia que ahora se sabe que la desregulación y los mercados son incapaces de crear un crecimiento económico parejo para los estadounidenses. Por el contrario la fórmula republicana esbozada actualmente para combatir la pobreza creó la mayor disparidad de ingresos.

El aumento del salario mínimo, el crédito impositivo a los ingresos bajos (EITC), el acceso a una buena educación y una red sólida que ayude al más vulnerable es el camino para combatir la pobreza. La historia de estas década confirman la importancia de reforzar la senda iniciada por Johnson.

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