Se declara culpable para evitar la muerte

Pasó 12 años en prisión hasta que una prueba de ADN lo exoneró del caso

Chris Ochoa, Inocence Project

Chris Ochoa, Inocence Project Crédito: authors

Washington — Christopher Ochoa jamás olvidará el día en 1988 cuando, bajo amenaza de recibir la pena de muerte, la policía de Austin lo obligó a confesar un crimen que no cometió. Pasó 12 años preso hasta que una prueba de ADN lo exoneró y salió libre en 2001, pero aún sufre las secuelas de la vida en prisión.

“Me amenazaron con que me iban a dar la pena de muerte, me mostraron fotos de la camilla, y un policía me agarró el brazo y me tocó la vena, diciéndome que ahí me iban a inyectar”, recordó el mexicano (47) durante una entrevista telefónica desde su hogar en Madison (Wisconsin).

“De menso, le creí a la policía cuando me dijeron que solo tenía que confesar y que si no lo hacía me iban a mandar a la cárcel para ser ‘carne fresca’ para los otros presos”, afirmó Ochoa, quien en 1988 estaba recién graduado con honores de la secundaria.

Ochoa y un amigo fueron acusados y condenados por la violación y asesinato de Nancy DePriest en un restaurante de Pizza Hut en Austin, adonde solo habían pasado “por curiosos”.

Tras firmar una confesión falsa, Ochoa fue condenado a cadena perpetua en 1989 y fue exonerado sólo después de una prueba de ADN y la confesión del verdadero culpable, Achim Josef Marino.

El grupo Innocence Project, que defiende a personas falsamente acusadas, fue clave para lograr la libertad de Ochoa, quien obtuvo una millonaria compensación en una demanda contra la ciudad de Austin.

Antes de su arresto, Ochoa soñaba con una casa, un coche, una familia, y hasta ser beisbolista en las Grandes Ligas, pero se topó con la realidad de la cárcel, que calificó como “una zona de guerra”.

“Más que rencor sentí tristeza, confusión. A veces lloraba y le reclamaba a Dios porque ahí me tenían como un animal, un salvaje, y un día el dolor fue tan fuerte que quise quitarme la vida en una Navidad”, señaló.

Ochoa, quien es ciudadano estadounidense, ha participado en “Sábado Gigante” y otros medios, fue voluntario en la primera campaña presidencial de Barack Obama en 2008, y recibe invitaciones y correspondencia de todo el mundo. Sin embargo, todavía vive a diario las secuelas de la vida en prisión.

“Cuando salí de la cárcel, sentí que me quitaron algunos ladrillos de encima, pero vivo con desconfianza. Me diagnosticaron trastorno de estrés postraumático, tengo pesadillas muy feas y despierto sudando, me levanto de madrugada…”, afirmó.

Hoy, es un abogado especializado en bienes raíces y a veces ayuda en casos de violencia doméstica. Ha dado asesoría en casos criminales como el de Daniel Villegas, quien afronta un juicio en mayo próximo por un doble asesinato en El Paso en 1993, y asegura que es inocente.

Sobre la ejecución del mexicano Edgar Tamayo el miércoles, Ochoa solo comenta que se opone a la pena de muerte. “La vi cerquita”, dice, y lamenta que Texas “sea su propio país y no le hace caso a nadie”.

“EE.UU. violó su derecho al acceso consular, y eso puede traer graves consecuencias a estadounidenses en México, en Colombia, donde se les puede negar hablar con su consulado”, señaló.

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