Una maestra, su gato y sus aventuras

Kristina Rivera y sus niños o fanáticos número uno.

Kristina Rivera y sus niños o fanáticos número uno. Crédito: Silvina Sterin Pensel para EDLP

Kristina Rivera da vuelta las páginas de su libro ‘Cloudy’s adventure through New York City’ y les cuenta a sus alumnitos el periplo que vivió su gato en la Gran Manzana que incluye, entre otras cosas, una visita al Yankee Stadium, donde el osado felino vio el último juego de Mariano Rivera antes que se retirara como pitcher, un paseo por el Central Park donde dio mordisquitos a un hot dog comprado en un carrito tan callejero como él supo ser, una visita al Belvedere Castle y hasta una vuelta en el famoso Cyclone de Coney Island donde a Cloudy se le erizaron desde pelaje hasta los bigotes.

Los niños de -4 y 5 años- abren bien ojos y le preguntan: ‘¿Tu gato se fue solito por Nueva York?’ “Sí”, les asegura Kristina, conteniendo la risa, “es valiente y conoce muy bien la ciudad porque vivía en la calle hasta que mi familia y yo lo rescatamos”.

El recorrido es invención de la propia Kristina pero la historia de Cloudy, que pasó de mendigo a príncipe –así lo llaman en casa- es real y esta puertorriqueña con una paciencia sin límite –como requiere su trabajo de maestra jardinera en la escuelita Rhinelander, del Upper East Side- se las cuenta a sus pequeños, innumerables veces.

“Sucedió hace unos tres veranos”, afirma en tono misterioso, “cuando con mamá y papá escuchamos un llanto que venía del jardín. Allí estaba, todo flaquito y sucio, gris como las nubes cuando amenazan tormenta. Nos dio tanta pena que lo adoptamos”, prosigue, ante los atentos niños.

De valores profundos, honesta y noble, esta muchacha que hace 14 años llega puntualmente a las 7:30 de la mañana a la escuelita en la calle 88 entre la primera y segunda avenidas dice tener devoción por este gato al que saca a pasear dos veces al día mientras vecinos y comerciantes del Sur del Bronx lo saludan y consienten.

Cuando en Hostos Community College -donde casi completa el programa de Educación Temprana- le encargaron escribir algo relativo a historia barrial, Kristina no lo dudó: Cloudy sería el protagonista. Las ilustraciones, de trazo dulce, las hizo, Skylah Ríos, la hijita menor de su mejor amiga. “Nos juntábamos a trabajar en Barnes & Noble”, cuenta. “Cuando lo terminamos lo publiqué yo misma”, apunta mientras da golpecitos a la tapa dura del ejemplar que sostiene. “La primera copia se la regalé a Skylah también en Barnes & Noble y estaba tan emocionada que se puso a vendérselo allí a los clientes”, dice riendo.

Alegre, creativa y chispeante, esta joven boricua hasta la médula que devora bacalao guisao y se aferra a sus raíces, siempre tuvo inclinación por la docencia: “Mi primera práctica fue aquí en Rhinelander y también mi primer trabajo, a los 16, y que conservo hasta hoy. Aquí he pasado la mitad de mi vida enseñando”, agrega.

Con el tiempo, Kristina cayó en la cuenta que para ascender necesitaba estudiar. La experiencia la tengo toda pero me faltaba educación y decidí anotarme en la universidad”, apunta con gesto satisfecho.

Nacida y criada en los Carver projects de East Harlem –ella y su mamá compartían un apartamento de 3 ambientes con sus abuelos, tíos y primos- Kristina tuvo una infancia compleja. “Mi papá biológico estuvo casi toda mi vida preso y de chiquita mi mamá me llevaba en autobús a visitarlo. Eran viajes largos, upstate, y me mareaba mucho”, narra. “Recuerdo los controles de seguridad en Sing Sing y otras prisiones y a veces durante la visita, exhausta, me quedaba dormida. Mi mamá continúa al día de hoy pidiéndome perdón pero yo no tengo nada que perdonarle, todo eso me ha hecho más fuerte y valorar muchísimo lo que significa tener una familia”.

Su madre, Janet, su padrastro, Angel, a quien adora, su novio y por supuesto Cloudy, el gato, viven juntos en una casa de dos plantas cerca de Prospect Avenue y están orgullosos del camino de Kristina, que pronto será la primera de la familia en tener un título universitario.

Su otra familia son las maestras y staff de Rhinelander, esta escuela que la vio crecer y donde se formó profesionalmente y cuyo futuro es incierto debido a que el brownstone donde funciona fue puesto a la venta por la Children’s Aid Society, la organización que opera la escuela. “Llegué aquí de teenager y tengo 30 años; me duele enormemente pensar que mi escuela será un condominio y estamos luchando duro por salvarla junto a la comunidad”, explica. “Ojalá lo logremos”, afirma. “Por lo pronto, voy a apurarme a traer a Cloudy para que mis niños lo conozcan personalmente. Me piden eso, siempre”.

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