Prensa y violencia en Latinoamérica
Tristemente el interés general por la noticia de la muerte de un periodista en México, Honduras o Venezuela, tiene la vida de una pastilla efervescente en el agua.
En Latinoamérica, está socavada la capacidad para conmoverse por las agresiones contra periodistas. Algunas razones son: (1) el alto nivel de violencia que afecta a algunos países, y (2) la accesibilidad a las imágenes y noticias por medios tradicionales (televisión, radio, periódicos impresos) y la Internet.
Algunos sociólogos opinan que la violencia se “normaliza” y el ser humano se desensibiliza ante una constante exposición a la violencia, directa (en zonas rojas) o indirecta (para los afortunados que se enteran de ella en los periódicos, al ver fotografías o videos, y/o escuchar la radio). Da escalofrío observar una fotografía de El Faro, en 2011, de dos niñas comprando granizada (minuta) a pocos metros de donde yacía el cadáver de un hombre muerto en un asalto en La Ceiba, Honduras. Otra, tomada en Guatemala, en la prensa local, muestra a unos muchachos jugando futbol a pocos metros del cadáver de un joven asesinado en un aparente acto de sicariato.
Tal vez este es un mecanismo de defensa de quienes residen en zonas violentas porque no tienen a donde huir. En Honduras, el país con la tasa de homicidios más alta del mundo, si bien muchos buscan las fotografías de la nota roja por morbo (como en otros países), se observa este fenómeno en algunas personas: cuando toman el periódico, van directo a la sección deportiva o de farándula. Al preguntarles por qué, responden que no les interesan las noticias de los muertos. Otros, ni siquiera leen las noticias, en el periódico o la Internet. No quieren saber lo que ya no es novedad. Sucede lo mismo con las noticias de los periodistas agredidos o asesinados.
México está entre los países más peligrosos en Latinoamérica para ser periodista (desde 2000, hay 86 periodistas asesinados y 20 desaparecidos, según la Comisión Nacional de Derechos Humanos de ese país). Pero al insertar ese dato en los cerca de 80 mil muertos por la violencia del narcotráfico desde hace siete años (según la prensa mexicana), los asesinatos de los periodistas se pierden en el mar de los otros muertos. Por aparte, la UNESCO dice que Honduras es el país con más asesinatos de periodistas per cápita (al menos 34 periodistas fueron asesinados entre 2003 y 2013), donde en 2013 unas 18 personas murieron violentamente por día, en promedio.
Más recientemente, en Venezuela, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa del país denunció este mes que durante las protestas contra el gobierno al menos 120 periodistas han sido víctimas de agresiones, a manos de autoridades o de civiles armados. El dato se pierde ante la tasa de 79 homicidios por cada 100 mil habitantes en Venezuela (sólo cuatro menos que Honduras), y los abusos (golpizas, capturas, muertes) contra los venezolanos en general, a manos de las fuerzas estatales o la delincuencia. Sin embargo, la violencia en ese país sudamericano ocupó titulares de prensa internacionales hasta que entre las víctimas figuraron la ex Miss Venezuela Mónica Spear, y su esposo. Tristemente el interés general por la noticia de la muerte de un periodista en México, Honduras o Venezuela, tiene la vida de una pastilla efervescente en el agua.
La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) dice que la muerte de un periodista lanza un mensaje grave a la sociedad, a lo que se agrega que también lo hace la impunidad del caso: si quien denuncia injusticias, por su profesión y vocación, es asesinado impunemente, ¿Qué le espera al ciudadano promedio? Mucha gente opta por cerrar la boca. No es casualidad que los países con altos índices de violencia también tienen altos índices de impunidad (es un circulo vicioso) y en ellos los ataques a la prensa son comunes. Lo que no se subraya es que una prensa silenciada (autocensurada, a veces, como último mecanismo de defensa) también abona al nivel de impunidad para todos—no sólo de los crímenes contra los periodistas.
Pero la lucha de la prensa se hace en soledad—la soledad del gremio. Esta todavía no es una causa de la cual se apropian las sociedades golpeadas por la violencia y la impunidad. ¿Qué hace falta para cerrar esa brecha? No lo sé. Un punto de partida sería mayor solidaridad institucional de los medios de comunicación hacia sus periodistas, en especial, con los amenazados y agredidos, y una memoria y persistencia más duraderas para impedir el olvido de estos casos y que no permanezcan en la impunidad.
Si los medios en Latinoamérica fueran mas proactivos en este sentido, harían comprender al público que el silenciamiento de una sociedad empieza con el silenciamiento de la prensa. La región no necesita más violencia, de la misma manera que el periodismo latinoamericano no necesita más mártires olvidados.