Repatriados por avión al interior de México

Deportados en el autobús que los llevará a sus lugares de origen.

Deportados en el autobús que los llevará a sus lugares de origen. Crédito: <copyrite>edlp</copyrite><person>gardenia mendoza< / person>

MÉXICO, D.F.- El avión aterriza en la capital mexicana después de dos horas y media de vuelo desde El Paso, Texas, y sólo hasta entonces la tripulación del gobierno estadounidense quita los grilletes de los pies y manos a los 135 emigrantes deportados.

Ninguno es delincuente, según constatan las autoridades mexicanas en sus bases de datos, pero todos viajan esposados como en cada vuelo de repatriados enviado por EE.UU. dos veces por semana, los martes y los jueves.

Los paisanos no recuperan la libertad hasta el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, cuando salen del avión rumbo a la sala de recepción y estiran los brazos, las piernas, saltan y gritan “Viva México” sin saber con certeza si la expresión es de “alegría” o de “burla”, dicen.

Muchos siguen mentalmente en el centro de detención de Otero, donde concentra a los indocumentados a deportar vía aérea, aunque ya se encuentren en México, a punto de recuperar las pertenencias que el ICE empacó en bolsas de malla plástica parecidas a las que se utilizan para empaquetar naranjas.

Un grupo de activistas voluntarios de la Organización Internacional para las Migraciones se las devuelve uno a uno. Apenas las reciben, se precipitan a buscar zapatos: el par que llevan puestos no tiene agujetas porque las normas de repatriación de EE.UU. las prohíbe y, sin ellas, dan tumbos.

Cuando se incorporan, Paulina Blasquez, directora del Programa de Repatriación Humana al Interior del Instituto Nacional de Migración que tiene como misión desde junio de 2012 dignificar el trato a los deportados, habla para todos.

“Aquí es su país, aquí son bienvenidos”, dice antes de dar detalles del procedimiento que desde que arrancó al programa han seguido 9025 retornados.

Primero se entrega una constancia de recepción de repatriados y la Clave Única de Registro de la Población como documentos de identidad junto con un boleto de autobús al destino que eligen, siempre y cuando no sea a los estados de la frontera norte.

Después cambian la arpilla plástica por mochilas de tela; reciben información sobre posibles fuentes de empleo, un lunch para llevar, un neceser de higiene, una tarjeta telefónica y la posibilidad de hacer una llamada de larga distancia.

Al fondo del salón hay servicio médico. En esta ocasión, el equipo del doctor Raymundo Ramirez atiende a 30 personas, unas diabetes o hipertensión o por ansiedad y depresión con múltiples manifestaciones.

Días atrás, un padre de familia convulsionó cuando le informaron por teléfono que sus cinco hijos menores de edad serían enviados a custodia del Estado en EEUU tras su repatriación. Ahora, un hombre de 40 años dice que “se le cerró el pescuezo” y apenas articula palabra.

Hasta después de dos horas de la llegada del vuelo, los repatriados se relajan. Terminan los trámites, salen a la pista de aterrizaje para abordar el transporte que los lleva a las terminales de autobuses y regresan, ahora sí, a México.

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