“Coyotes” encuentran puerto seguro en Nueva Jersey

Inmigrantes relataron a El Diario/La Prensa el riesgoso camino al que se enfrentaron desde que salieron de Veracruz en busca de pasar la frontera hasta llegar a Estados Unidos

Raúl Aguirre, residente de Dover, indicó a EDLP que los polleros se contactan sólo por recomendación de familiares.

Raúl Aguirre, residente de Dover, indicó a EDLP que los polleros se contactan sólo por recomendación de familiares. Crédito: EDLP

DOVER, Nueva Jersey — La trágica muerte de la niña ecuatoriana Nohemí Álvarez Quillay (12), quien esperaba reunirse en Nueva York con sus padres pero que se suicidó cuando el grupo de inmigrantes indocumentados con el que buscaba entrar a los Estados Unidos fue detenido en la frontera por autoridades mexicanas, volvió a poner el foco en los enormes riesgos del cruce “al Norte”, especialmente en el caso de menores.

EL DIARIO/LA PRENSA pudo, sin embargo, confirmar que estos cruces son casi una rutina en Dover, Nueva Jersey, una apacible localidad ubicada 30 millas al oeste de Manhattan, que es parte de una ruta nacional que los coyotes mexicanos utilizan para el tráfico de inmigrantes.

La hondureña Cristina Montoya (31), mesera de un restaurante, pagó recientemente $12,000 por el cruce de sus hijos de 8 y 14 años.

“Me separé de mis niños hace tres años y ansiaba verlos, todo este tiempo me sentí culpable de dejarlos solos al cuidado de una tía”, dijo la mujer con lágrimas en el rostro. “Un familiar venía de Honduras y fue una decisión rápida”.

Los chicos se reunieron con su madre luego de un rápido viaje de una semana.

Montoya indicó que decidió traer a sus hijos de manera ilegal luego de haber fracasado en su intento por obtener una visa para ellos.

“Cruzaron en lancha por el río en Matamoros. Yo no conocía al pollero (coyote), pero mi familia dijo que era de confianza. El hombre trajo a muchos de Honduras”, relató.

Pero estos niños no siguieron la ruta de los coyotes hasta Dover, sino que al llegar a Texas fueron entregados a autoridades migratorias, que luego los reunieron con su madre, que se encuentra tramitando una visa por violencia doméstica. “Fue un riesgo, pero no tuve otra alternativa”, sostuvo Montoya.

Según residentes de Dover que usan los servicios de los polleros, el viaje se inicia en el puerto de Veracruz, en la costa del Golfo de México. El grupo cruza la frontera por Tamaulipas y sigue camino por Texas, Florida, Georgia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Maryland, Delaware, y Nueva Jersey, y de allí a Chicago.

“Dover es un punto estratégico, porque necesitan la Ruta 80 para llegar a Illinois”, dijo el mexicano Raúl Aguirre (39), residente de la ciudad por 15 años. “Vienen en camionetas van. Nunca es el mismo vehículo”.

Los lugareños indican que las camionetas se reconocen por las placas de Texas y vidrios polarizados.

Los coyotes quitan los asientos de la parte trasera para acomodar a los pasajeros, que se tapan con cobijas para pasar desapercibidos”, indicó.

Los inmigrantes que continúan su viaje a Chicago descansan y comen en los negocios latinos del área. Los polleros llegan cada dos o cuatro meses y gozan del silencio protector de la comunidad, pero no por miedo.

“La gente los aprecia porque traen a sus familiares. Prestan un servicio, son de confianza”, expresó Aguirre.

Los inmigrantes mexicanos pagan $5,000 por cruce, pero los centroamericanos y sudamericanos pueden desembolsar de $10,000 a $20,000. El precio se incrementa porque antes de penetrar la frontera reciben un entrenamiento, que consiste en adoptar el acento mexicano, aprender el himno nacional y algunos capítulos de historia.

El ecuatoriano Enrique Ordóñez (32), un trabajador de la construcción, contó que el acento mexicano evitó la deportación a Ecuador, al ser arrestado por autoridades migratorias en su intento de cruzar la frontera en 2007.

“Fue tan convincente que el consulado mexicano abogó para que me dejaran en Sonora”, enfatizó. “Nadie quiere volverse a su país y pagar de nuevo ese dineral”.

Los coyotes no se limitan al tráfico de personas. Parte de sus servicios incluyen el “ride” de indocumentados a otras ciudades del país. Aguirre, quien pagó $600 por un viaje de Seattle el año pasado, dijo que los polleros se contactan sólo por recomendación de familiares. “Van a dejar a la gente que cruzan y te avisan que día regresarán a Dover. Se viaja así porque nadie quiere arriesgarse a tomar un avión y caer en manos de inmigración”, apuntó.

De acuerdo con los residentes, los “raidteros” también ofrecen el servicio de paquetería a las familias que conocen.

El mexicano Manuel (31), recuerda su experiencia de niño migrante como una pesadilla. Cruzó la frontera en 1999, a los 14 años, y tardó un mes en llegar a Dover luego de seis intentos.

“Comía una lata de atún al día. Perdí mucho peso y la esperanza de sobrevivir. No tenía vida en mi país y pensé que aquí todo sería mejor”, apuntó. “Tomé agua verde que consumía el ganado y dormí en arbustos. De 60 inmigrantes pasamos a menos de una decena”.

Manuel, quien hoy es dueño de un restaurante, hizo el cruce con unos tíos; familiares suyos habían pagado a los coyotes que los pasaron.

Como en muchos otros casos, el abuso de estos personajes llegó al extremo de obligar a Manuel y sus compañeros de travesía a pasar droga. “De no hacerlo, me pegaban un tiro. Cruzar la frontera es la muerte”.

Según residentes, la ruta de los coyotes: Puerto de Veracruz a Tamaulipas; sigue por Texas, Florida, Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur, Maryland, Delaware, Nueva Jersey y termina en Chicago.

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