Lo amargo y lo dulce

Hace 13 años me arrestaron por la madrugada. Luché por seis años en contra de mi deportación y por el derecho de permanecer en este país para estar con mi hijo, un ciudadano estadounidense. Después de haber pasado un año en el santuario, opté por llevar mi caso al Congreso, pero fui detenida una segunda vez delante de mi hijo, y deportada a México.

Esta semana, seis años más tarde, me encuentro de nuevo en Chicago junto a muchas de las familias que ayudaron a fundar la organización “Familia Latina Unida” que lucha en contra de sus propias deportaciones y las de miles de otras familias. Esta vez yo observaba mientras que más de 50 pastores y oficiales electos fueron arrestados cuando hicieron un plantón delante de las puertas de la oficina de Seguridad Interna.

Juntos estábamos le exigimos al Presidente a que detenga las deportaciones, expanda los aplazamientos que ya se otorgaron a los “soñadores” y ofrezca libertad provisional a madres y padres deportados como yo, que piden asilo para estar con sus hijos ciudadanos en los Estados Unidos.

Por supuesto fue una cosa bien dulce estar de nuevo en Chicago junto a mi hijo. Pero hubo amargura también.

Da un sabor amargo cuando se piensa que 13 años después de que me deportaron, y 6 años después de la elección, y la promesa, de Barack Obama, el gobierno sigue deportando a 1,100 personas todos los días.

Es difícil que miles de madres como yo realmente tenemos casos sólidos para pedir asilo porque ellas y sus hijos que son ciudadanos norteamericanos ya se han convertido en blancos de secuestros para rescate en mi país, ya tan destrozada por la pobreza y la violencia.

Como es inherente en la vida que vivimos, tenemos que aceptar lo amargo con lo dulce. Pero jamás debemos olvidarnos del sufrimiento de las familias divididas, de niños abandonados, de vidas perdidas. Jamás podría olvidarme de cómo familias de Centroamérica que viajan encima de los carros de “La Bestia”, sabiendo que en la mayoría de los casos estas personas son madres y padres cuyo único deseo es de unirse de nuevo con sus familias. Jamás me voy a olvidar del caso de una madre obligada a ser testigo mientras un maleante le arrojaba a su criatura del tren, pues ella no tenía unos centavitos más para dar.

¡Que se acabe este horror! El presidente dispone de la plena autoridad de por lo menos proporcionar un lugar seguro donde vivir a nuestras familias mientras que el Congreso completa su tarea. Estoy convencida de que el sendero a una reforma migratoria pasa por los portales de la Casa Blanca. Si el presidente actuara bajo la autoridad que goza, el Congreso hará lo suyo.

Ahora, el presidente ha prometido que si para julio a más tardar los republicanos no logran ningún avance, entonces el emitirá las órdenes ejecutivas que tanto necesitamos. Tenemos 90 días para presionar y asegurar de que El cumpla con esta promesa.

El sábado habrá una serie de eventos en diferentes ciudades de los Estados Unidos, cuando se prevé que la cifra de deportaciones habrá alcanzado a 2 millones. Entonces el 1 de mayo debe ser un día de no ir a la escuela, no trabajar, y no a las deportaciones.

La solución queda en nuestras manos.

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