Migrantes mutilados por “La Bestia” son tratados como estorbos

Hondureños miembros de la Asociación de Migrantes Retornados Discapacitados se reunirán con la subsecretaria de Gobernación de México, Paloma Guillén

MÉXICO – Tomar un analgésico contra el dolor de cabeza le recuerda a José Luis Hernández su condición de incapacitado y la razón por la que ahora se encuentra en un albergue de la caridad de la capital mexicana, donde llegó la madrugada del martes sin una pierna, un brazo y sólo un dedo con el que lleva la pastilla a la boca.

“Estas desgracias tienen que parar”, dice.

Es optimista aún después de 10 años desde que se cayó del ferrocarril que lo mutiló en México. “El presidente Enrique Peña Nieto nos tiene que escuchar”.

Él y 14 hondureños buscan desde hace 20 días una entrevista con el mandatario, contarle sus historias de otras 450 que representan como Asociación de Migrantes Retornados Discapacitados (Amiredis) y sensibilizarlo.

En los próximos días, los recibirá la subsecretaria de Gobernación Paloma Guillén; Presidencia aún no responde.

“Una visa de transmigrante”, plantea la organización. O, al menos, seguridad en la ruta migratoria porque desde que cayó el primero de ellos, hace 15 años, los accidentes en el tren de carga se dramatizaron.

Antes ocurrían porque se quedaban dormidos, cansados, como Hernández en Delicias, Chihuahua, a unos pasos de la frontera; actualmente, perseguidos por el crimen organizado o algunas autoridades que, por igual, miran a los indocumentados como un botín.

El accidente de Wilfredo Filio, en 2010, es una mezcla de causas viejas y nuevas: saltó del tren en medio de la selva del sureste cuando escuchó balazos en los vagones delanteros (él siempre viajaba en el último).

“Caminé durante tres días para llegar a un pueblo y poder comer algo y luego quedé dormido sobre las vías como almohada hasta que sentí un dolor como el de una mordida de perro”.

La mordida era un animal mecánico: “La Bestia”, como llaman los centroamericanos al tren. “No dolió tanto, ¡hasta me levante!, pero me fui de lado”.

Al caer, Filio vio su pierna debajo del ferrocarril que seguía la marcha. “Me aventé debajo para rescatarla: pensaba que todavía en el hospital podían pegármela”.

No fue así, unos médicos “muy amables” le pusieron una prótesis y el Instituto Nacional de Migración (INM) lo regresó a su país.

En Honduras vio su suerte: un migrante repatriado, sin extremidades, es considerado un “fracaso”; algunos viven de sus familias, otros de la caridad de la calle, no del Gobierno.

“Nunca nos ha escuchado, somos un estorbo mientras no enviamos remesas”, describe José Antonio Correa, de 37 años y padre de dos niños, de 15 y 9 años, que sobrevive por el trabajo de su esposa en una fábrica.

Correa perdió una pierna, en 2002, al soltarse del tren a la altura del céntrico estado de Querétaro, donde se quedó colgado de un vagón al intentar subir.

Aún lisiado, se considera un hombre con “suerte”, porque la mujer no lo dejó; a la mayoría los abandonan, algunos con todo e hijos.

Por esta desventaja, algunos sueñan con una indemnización en México o, al menos, las condiciones mínimas para garantizar que no haya más mutilados dentro de 15 años.

Hace unos días, en el albergue Jesús El Buen Pastor, en Tapachula (frontera sur), mientras el grupo de AMIREDIS esperaba una visa humanitaria, una muchacha de sólo 22 años y un joven de 20 llegaron sin brazos ni piernas porque las perdieron unas horas antes.

gardenia.mendoza@laopinion.com

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