El mecanógrafo cuentero y ambulante

C.D. Hermelin no necesita del internet ni de una editorial para ganarse la vida

A este mecanógrafo a veces le duelen los dedos, pero no la imaginación.

A este mecanógrafo a veces le duelen los dedos, pero no la imaginación. Crédito: Joaquín Botero / EDLP

Nueva York- Según el diccionario ‘rebusque’ significa “mirar para seleccionar lo mejor”. Pero en Argentina y en Colombia así se llama a la economía informal. A la gente, como tantos hispanos en Nueva York, que van a la calle con un producto o un servicio para ganarse la vida: cantan, bailan, tocan instrumentos, venden comestibles y bebidas. Extraño ver a un anglosajón rebuscándosela en Nueva York, menos con algo tan inusual como escribiendo historias cortas en una máquina de escribir, un objeto que ahora sólo se ve decorando espacios. Y que muy pocos todavía usan, como el director de cine Woody Allen.

C.D. Hermelin se llama sí mismo el ‘Roving Typist’, el mecanógrafo itinerante o errabundo. Compró su máquina por diez dólares en una venta de garaje y desde hace dos años se gana la vida con la misma. A veces en el Washington Park en el Greenwich Village y otras en el High Line en Chelsea. Sus clientes le fijan un tema o a veces la otorgan libertad creativa. Él escribe como mínimo una página que equivale a media hoja de tamaño carta o a veces hasta dos en este formato. No hay un precio establecido, pero espera como mínimo diez dólares. “Lo más que me he demorado es una hora y media y lo mínimo quince minutos”.

“Una vez una niña me pidió que escribiera una historia sobre un tigre de bengala que conoció en un zoológico y luego con su familia se lo llevaron a un crucero por el Caribe y después descendieron a una isla y me siguió dando todos los detalles y no tuve que usar nada de mi imaginación. Sin embargo la niña leyó la historia, y me felicitó por mi capacidad narrativa”.

El nacido en San Francisco se considera un contador de historias innato y espera hacerlo toda su vida. Aunque todavía no le han publicado nada en periódicos ni revistas. Dice que heredó el talento de su abuelo quien podía contar cualquier anécdota entretenida en cualquier momento.

Al principio, por la novedad, tuvo muchos clientes y quedaba agotado al final de día. “Pero cuando sabía que el cansancio, el estrés o el gentío afectaban mi capacidad narrativa, sabía cuándo parar y cerrar el negocio”.

El mecanógrafo errante también está disponible para eventos. Por si se va a casar o graduar de sus estudios y quiere una historia y un final feliz.

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