Juan Pablo II y Juan XXIII son llevados a los altares

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Crédito: getty images

ROMA — La canonización, hoy, de Juan XXIII y Juan Pablo II, quedará en la historia como el “día de los cuatro papas”. Como ayer confirmó El Vaticano, aunque no estará en el altar, sino junto a los demás cardenales, Benedicto XVI, papa emérito, concelebró la ceremonia solemne junto a Francisco.

La canonización de dos papas muy distintos, pero sin duda considerados “hombres de Dios” y verdaderos santos por la opinión pública, también quedará en la historia como una decisión política magistral de Francisco. Elevando al honor de los altares a Juan Pablo II, un papa amadísimo, electo muy joven y que gobernó casi por 27 años la Iglesia católica y a Juan XXIII, el “papa bueno”, electo a la misma edad que Jorge Bergoglio, 76 años, que sorprendió al convocar el Concilio Vaticano II (1962-65), llamando la Iglesia a “aggiornarse” y a abrirse al mundo moderno, Francisco no sólo envía al mundo un mensaje de unidad. También recuerda que aún queda mucho de la riqueza del Concilio Vaticano II por implementar, sobre todo en cuanto al gobierno colegial de la Iglesia católica y su descentralización; y, por otra parte, la importancia de la misericordia. No es casual, de hecho, que la fecha de la histórica canonización coincida con el segundo domingo de Pascua, fiesta de la Divina Misericordia, festividad querida por Juan Pablo II.

“La misericordia, elegida como programa de pontificado de los dos papas, es el común denominador de la canonización de dos figuras distantes en el tiempo y lejanas desde el punto de vista del recuerdo, ya que mientras todo el mundo recuerda a Juan Pablo II, sólo los más ancianos tienen memoria de Juan XXIII”, dijo el analista Luigi Geninazzi, del diario Avvenire que conoció de cerca a Karol Wojtyla.

Al principio, cuando trascendió que Juan Pablo II (1978-2005), un ídolo en su tierra, el “atleta de Dios” que hizo 104 viajes por el mundo, conquistando con su carisma a millones de jóvenes, iba a ser canonizado junto a otra persona, los polacos no lo tomaron muy bien, destacó Geninazzi. “Les costó, pero después entendieron la enorme importancia y la sabia decisión de Francisco de querer enfrentar la santidad con una perspectiva histórica: Juan XXIII (1958-1963), el papa que abrió el Concilio Vaticano II y Juan Pablo II, el papa que intentó realizar el Concilio lo más posible, llevando el mensaje del Evangelio a todo el mundo, después de la fase crítica y turbulenta de Pablo VI y el post-concilio”, explicó.

Muchos creen que la doble canonización —evento planetario al que asistió al menos un millón de personas, entre las cuales más de cien delegaciones extranjeras—, también busca equilibrar la figura de Juan Pablo II con la de Juan XXIII. El papa polaco, en efecto, más allá de los viajes, de haberse convertido en el primero que pisa un templo judío y llama los judíos “hermanos mayores” y de haberse descalzado para pisar una mezquita, fue percibido como un “conservador” en cuanto a la vida interna de la Iglesia por su ala progresista, y no sólo.

“Canonizar a un papa puede dar lugar a divisiones en la Iglesia si se vuelve un intento de un sector de la misma de imponer su modelo de papado en el futuro, reforzando el legado de su papa favorito”, dijo Thomas Reese, analista jesuita norteamericano. “La solución de Francisco es brillante, desde el momento que los dos papas son totalmente distintos y no canoniza ningún modo de ser papa. Y lo deja libre de seguir su propio camino”.

El proceso de canonización de Juan Pablo II, el más rápido de los últimos 500 años, fue criticado por sectores progresistas. “En la orgía mediática y en las emociones de masa de estos días, no es fácil comunicar la opinión contraria que se ha manifestado en la Iglesia desde el primer día, cuando los movimientos fundamentalistas han pretendido el “santo súbito” para Juan Pablo II. Pero para nosotros es un deber de conciencia hablar una vez más en voz alta, es un deber ante todo hacia nuestra Iglesia”, indicó Vittorio Bellavite, del grupo progresita católico “Nosotros somos Iglesia”.

Bellavite reconoció como “méritos evangélicos e históricos” del papa polaco el encuentro de Asís de 1986 con las religiones de todo el mundo, el “mea culpa” de marzo de 2000 por los pecados de la Iglesia en la historia y su famosa hostilidad contra la guerra. “Pero en general hemos constatado grandes límites y errores, como la represión de los teólogos no alineados, las posiciones en materia de moral sexual, el rechazo a un verdadero debate sobre la condición de la mujer en la Iglesia y sobre el celibato eclesiástico, el silencio ante los abusos sexuales del clero sobre menores, la aceptación de estructuras financieras, como el Instituto de Obras Religiosas (IOR), a menudo cómplices de poderes oscuros y criminales, el abandono de cualquier paso en la dirección de la colegialidad episcopal, la designación de obispos casi todos de orientación conservadora, la condena de la Teología de la Liberación, la desconfianza hacia monseñor Oscar Romero (asesinado en 1980 en El Salvador por denunciar la violación de los derechos humanos del régimen militar) y de los movimientos populares en América latina”, puntualizó Bellavite.

Francisco llegó al trono de Pedro cuando el proceso de canonización “exprés” de Juan Pablo II ya estaba prácticamente terminado. El de Juan XXIII, beatificado por el papa polaco el 3 de septiembre del 2000, en cambio, se encontraba estancado. Y así como Benedicto XVI decidió no esperar los cinco años que, según las reglas, deben pasar luego de la muerte del candidato para que pueda abrirse el proceso de canonización, Francisco, también optó por romper los esquemas.

En lo que se interpretó como una señal clara de su determinación a poner en marcha toda esa riqueza del Concilio Vaticano II que aún debe ser explotada, decidió canonizar a Roncalli “pro gratia”, es decir, en ausencia de un segundo milagro en su intercesión, que normalmente es necesario para llegar a ser santo. El primer milagro, por el cual fue beatificado Juan XXIII, había sido la curación inexplicable de una monja italiana, Caterina Capitani.

“Uniendo en una sola ceremonia a Juan XXIII y a Juan Pablo II, Francisco no se dejó enredar en un ‘matrimonio’ complicado, sino que quiso subrayar ante los fieles de todo el mundo el espíritu dinámico propio de estos dos papas”, apuntó Marco Politi, prestigioso vaticanista de Il Fatto Quotidiano y autor junto a Carl Bernstein de “Su Santidad”, una biografía best-seller de Juan Pablo II. “Francisco está convencido de que la Iglesia tiene que moverse, ir hacia adelante, dejando atrás estructuras fosilizadas y actitudes pastorales inquisitorias”, concluyó Politi.

—(Ver páginas 13, 18 y 19)

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