Hay que construir puentes

El capital humano es un aspecto fundamental en la relación entre Estados Unidos y México

El puesto fronterizo de Otay Mesa en San Diego, California, es uno de los principales puntos de cruce fronterizo con México.

El puesto fronterizo de Otay Mesa en San Diego, California, es uno de los principales puntos de cruce fronterizo con México. Crédito: Archivo / AP

Visión empresarial

Hace pocos días tuve la oportunidad de conversar con algunos miembros de New America Foundation, un think tank con sede en Washington D.C., en un diálogo encabezado por su directora Anne-Marie Slaughter sobre mi visión del México actual y su relación con los Estados Unidos, a 20 años de la firma del TLCAN que transformó para siempre la economía mexicana.

La relación entre estos dos países es una de las más especiales en el mundo: México no es sólo la puerta de entrada a América Latina, es también un socio estratégico. Entre todos los grandes temas de la relación bilateral, el de la migración es fundamental porque toca la vida de millones de personas: 12 millones de indocumentados del lado norte, y más de 20 millones de familiares de estos migrantes del lado sur. En un mundo globalizado es natural y hasta deseable que fluyan libremente todos los recursos: capital, mercancías, tecnología y personas.

Hoy, la comunidad latina en los Estados Unidos es joven, creativa y emprendedora, con lo que imprime una gran vitalidad a esta nación. Los argumentos antiinmigrantes no podrían ser más falsos e hipócritas; de hecho, es gracias al flujo constante de mano de obra extremadamente competitiva que la economía de los Estados Unidos ha mantenido su dinamismo por tantos años.

Es momento de erradicar los mitos.

La gran mayoría de los hispanos son ajenos a los problemas que, muchas veces con malicia y racismo, se les atribuyen. Los hispanos no le roban el trabajo a nadie, no explotan los servicios públicos por encima de su contribución impositiva, ni son la causa del crimen. Por el contrario: los hispanos trabajan jornadas extenuantes, pagan más en impuestos de lo que consumen en servicios públicos y su contribución a la sociedad norteamericana es invaluable.

Por cada migrante indocumentado existe siempre alguien dispuesto a contratarlo y pagar por su trabajo, su habilidad y su talento. La ciencia económica nos enseña que siempre que se realiza una transacción en libertad, ambas partes ganan. Por esto y por muchas otras razones, debemos apoyar a los hispanos en sus esfuerzos por alcanzar una reforma migratoria. Pero los políticos siempre nos dirán que no es el momento.

En México, durante los últimos 20 años y gracias al TLCAN más de 10 millones de personas han abandonado la pobreza. Es evidente que nuestras economías son complementarias, lo cual obliga a reflexionar sobre el futuro de la relación de ambos países, en la que un aspecto fundamental es el capital humano.

El recurso más valioso son las personas y aún no encuentra condiciones de libertad como las que tienen los capitales, las mercancías y la tecnología. Los latinoamericanos nos seguimos exportando a nosotros mismos, a pesar de todas las restricciones no-arancelarias. Se necesita un sistema justo que valore la contribución de los migrantes y que abra la oportunidad que la gente requiere para contribuir económicamente. En resumen, necesitamos construir puentes que nos acerquen y no muros que nos separen.

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