La creciente crisis de la frontera

Mientras tratamos de comprender la historia de los 52,000 menores no-acompañados de América Central que han ingresado en Estados Unidos desde octubre de 2013, lo que capta nuestra atención parece ir muy a la zaga de lo que está ocurriendo en el terreno.

Mis fuentes, que conocen bien los asuntos de la frontera, me informan que los medios y el pueblo estadounidense no tienen idea de la gravedad de la crisis.

¿Cómo podemos tenerla? Aún estamos discutiendo quién tiene la culpa.

Los conservadores están aferrados a que todos estos niños viajaron al norte porque el presidente Obama esencialmente los invitó, cuando ofreció la acción diferida para jóvenes indocumentados hace dos años. Según esa teoría, las noticias llegan con mucha lentitud a América Central.

Como suele suceder en el tema de la inmigración, la teoría de la derecha es incorrecta. Obama nunca ha sido suave con los inmigrantes. Y, en este mismo momento, está esforzándose por ser extra duro.

Algunos liberales se están remontando hasta la década de 1980 para echar la culpa de la crisis a su enemigo favorito: Ronald Reagan. Si Reagan no se hubiera entrometido en América Central con tanto entusiasmo, afirman, esta gente no estaría viniendo. Otros en la izquierda dirigen las críticas a George W. Bush, quien en 2008 firmó legislación que combate el tráfico humano, brinda protección legal a menores no acompañados de países que no sean México y Canadá, y les permite quedarse con parientes en Estados Unidos mientras esperan una audiencia en el tribunal.

Ambos bandos deben dejar de hacer juegos políticos con esta historia de sufrimiento humano, y tratar de encarar esta situación que se mueve tan rápido.

Ya no se trata de niños que cruzan la frontera, me advierten mis fuentes. La nueva preocupación es que, ahora que hemos anunciado al mundo que existe ese caos, el factor disuasivo por el que los individuos desistían de cruzar la frontera —a saber, el temor a ser apresados, arrestados, deportados o encarcelados— ha desparecido.

Uno de los problemas es la percepción de puertas abiertas. Cuando se permitió que los niños pasaran, ya fuera por normas existentes sobre menores no-acompañados o porque la enorme cantidad abrumó el aparato de seguridad fronterizo, otro tipo de potenciales indocumentados consideró eso como una luz verde. Mis fuentes me indican que todo tipo de humanos están tratando la frontera como una entrada libre para todos.

En las olas más recientes de inmigrantes hay adultos que vienen en busca de trabajo en los Estados Unidos, e —increíblemente— algunos pandilleros adolescentes de los que la primera ola de refugiados estaba huyendo

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