La guerra de Calderón

La razón de su énfasis en la guerra contra el narcotráfico tuvo un origen de legitimidad electoral

La visión épica de la guerra contra las drogas que proyecta Calderón, está incompleta.

La visión épica de la guerra contra las drogas que proyecta Calderón, está incompleta. Crédito: Archivo / Notimex

México

Muchos meses antes de terminar su sexenio, el entonces presidente Felipe Calderón diseñó con su equipo una ruta para construir la narrativa de su gobierno en la guerra contra el narcotráfico. A Guillermo Valdés, que dejó el CISEN, le pagó un año sabático en Madrid para que escribiera la historia de los cárteles de la droga, y Alejandro Poiré, al terminar su gestión como secretario de Gobernación, se fue a la Universidad de Stanford para escribir un libro sobre la seguridad, a partir de una encuesta a 20 mil personas realizada por esa institución, pero financiada por Calderón. El ex presidente hizo lo suyo y este miércoles presentó Los Retos Que Enfrentamos, un libro que incluye su alegato a favor de esa lucha contra las organizaciones criminales.

Calderón reanudó su vida pública en México luego de un año y medio en la Universidad de Harvard, y el miércoles recorrió noticiarios de radio para empezar a contar su historia, aunque como siempre, en forma tramposa, maniquea y en algunos casos, notoriamente mentirosa. Juega Calderón con la falta de memoria y las lagunas de información para ocultar que esa cruzada personal, que defiende desde una perspectiva ética, tuvo motivaciones ocultas, personales y, sobretodo, de coyuntura política.

La mentira más relevante, que ha repetido desde hace meses para vaciar de contenido bélico su discurso sexenal, es afirmar que nunca definió esa lucha como una “guerra”. No obstante, Calderón la concibió de esa manera desde que el término fue utilizado por el entonces jefe de la DEA en México, durante una reunión secreta en Cuernavaca septiembre de 2006, a la que asistieron Eduardo Medina Mora, que iba a ser procurador general, y Genaro García Luna, que sería designado secretario de Seguridad Pública. El jefe de la DEA expuso a Calderón la necesidad de desatar una “guerra” contra los cárteles, a lo cual el presidente electo, que tenía información sobre la penetración en su estado Michoacán, accedió.

La guerra se lanzó a los pocos días de haber asumido la Presidencia, en Michoacán y Guerrero. Pero esa lucha frontal, incuestionable para frenar la penetración criminal en las instituciones, no se había pensado que fuera el eje de su gobierno, que estaba originalmente diseñado sobre el crecimiento y el empleo. Calderón no lo dice, pero la razón de su énfasis en la guerra contra el narcotráfico tuvo un origen de legitimidad electoral. Cuando en el arranque de su gobierno la Policía Federal detuvo en la ciudad de México a Flavio Sosa, uno de los líderes que tomaron Oaxaca en 2006 para derrocar al gobernador Ulises Ruiz, las encuestas en Los Pinos registraron un incremento en la popularidad de Calderón, por lo que se decidió tomar esa línea de acción como herramienta para legitimarse en la Presidencia, tras el largo conflicto electoral con Andrés Manuel López Obrador que lo había dejado manchado.

Calderón decidió jugar la propaganda al extremo. Durante sus primeros 60 días de gobierno presidió 18 actos militares y en uno de esos eventos, en Apatzingán, el viejo bastión de La Familia Michoacana, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, como lo marca la Constitución, se vistió de militar. Más aún, vistió a sus hijos con uniforme militar. Nunca antes ningún Presidente mexicano había jugado con los símbolos, pero Calderón no tuvo escrúpulos para hacerlo. Tampoco tuvo freno para definir esa batida contra los criminales, como una guerra. Hoy dice que no es cierto, y que se lo prueben. Como botones demuestra:

* El 29 de enero de 2009, dijo: “Cuando empezamos, sabíamos que esta guerra contra el crimen organizado tomaría tiempo, dinero, y que también costaría vidas humanas”.

* El 15 de mayo de ese año, afirmó: “Si bien hay costos en términos de la guerra que se libra contra la delincuencia, son más, muchísimos más, los costos que tuvo que padecer México por el hecho de no enfrentar a la delincuencia como debe enfrentarse a los delincuentes”.

* El 28 de abril de 2010, admitió: “Aprendiendo un poco de la estrategia o de la lógica de combate, yo lo que veo en la historia, que es un tema que además me fascina, las guerras se ganan con tecnología”.

No fue la única vez que usó la palabra “guerra” en su discurso, que a lo largo del sexenio tuvo como eje central el énfasis militar, policial y criminal. En la actualidad quiere empaquetar ese combate contra criminales, bajo diferentes parámetros. En marzo de 2013 en la Universidad Trinity en San Antonio, Texas, Calderón dijo sobre la lucha contra la delincuencia en su gobierno, fue “un deber moral con nuestro país”. Efectivamente, el deber era moral, político, jurídico e histórico. Pero lo hizo con excesos retóricos, propagandísticos, de autoridad y de derechos humanos que hoy se quieren ocultar.

Esta narrativa aún no termina. La visión épica de la guerra contra las drogas que proyecta Calderón, está incompleta. Otros capítulos, de autores independientes, están escribiéndose en forma de juicios por genocidio, que no tendrá el espacio amable, casi cómplice, como el que tuvo este miércoles al presentar su lado de la historia.

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