Falcao

El 'Tigre' deja atrás su lesión, ilusiona a sus fans y se lleva los titulares

La obstinación y la paciencia le vienen bien. Pero la tenacidad y la contundencia lo definen mejor.

Radamel Falcao. El ‘Tigre’, le dicen.

Una combinación en proporciones desconocidas, de creyente y depredador. Demonio del área y oportunista confeso. Un transgresor de códigos que le agradece a Dios con el mismo fervor con el que acribilla a sus víctimas.

Antes de su aventura en el f[utbol de Mónaco y de cara a su nuevo reto en Inglaterra con el Manchester United, ya había sembrado el terror en Argentina, Portugal y España, metiendo goles con una desmesura que parecía el ritual insólito de un suertudo al que siempre le sale el color al que él apuesta. No sabe cómo explicarlo, pero siempre gana.

Ganaba tanto que estaba así de cerquita de perder. Eso pensamos todos cuando aquel 21 de enero le vimos rodar aparatosamente en un partido del Mónaco ante el Chasselay por la Copa de Francia.

Diagnóstico: rotura de ligamento cruzado. Pronóstico: Se pierde el Mundial.

En aquel ritus de desesperanza trazado en la cara de Falcao, allí en el Gerland Stadium de Lyon, estaba toda la angustia de un país con historia corta y sueños muy grandes en el fútbol.

La ilusión de un gran Mundial para Colombia, después de una clasificación brillante conducida por José Néstor Pekerman, pasaba por contar con un hombre que ponía su nombre en las tapas de las revistas europeas al lado de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo.

“Dios lo quiso así… y si él quiere que me recupere a tiempo para jugar el Mundial allí voy a estar”, dijo desde la camilla en la que era un pasajero a marchas forzadas, rumbo al quirófano.

Un coleccionista de alegrías que escribía su historia con la mira puesta en el Mundial de Brasil, que había marcado en su calendario como si tuviera allí un cita suprema, se quedó por una vez con la manos vacías. Porque Dios lo que quiso fue que tuviera una paciencia férrea para afrontar una recuperación lenta y sin plazos posibles.

“No me parece justo que yo ocupe un lugar en el grupo, cuando no estoy en situación óptima de ayudar a mi país… No quiero quitarle el lugar a un compañero”, dijo de manera rotunda, el 2 de junio en Buenos Aires para dejar la concentración.

“No voy a estar en el Mundial”, dijo con lo que le quedaba en el alma.

Así se perdió la fiesta con la que había soñado toda su vida y así lo vio por televisión mientras en los mentideros del fútbol corría la especie sobre si Falcao podría volver a jugar. O si después de regresar a los campos podría ser el mismo.

Un pesado signo de interrogación que de una vez señalaba para Mónaco, donde flotaba en el aire la sensación morbosa de haber hecho un pésimo negocio en el que podían perder muchos millones de euros.

Ya Colombia brillaba en el Mundial, sin Falcao, pero con James, su socio en Oporto, en Mónaco y en la selección cafetera, ejes de una generación de talentos de esas que, en los países sin un gran ADN futbolístico, se dan muy de vez en cuando.

“Mierda… si hubiera estado Falcao… con el equipazo que tenemos hasta habríamos ganado el Mundial”, quedó como un graffiti tatuado en la conciencia más expresiva de los colombianos.

La hora de volver y una sentencia de potrero de esas que se cosen a la piel del fan del fútbol.

“Siempre habrá otro domingo”, se decía antes para dejar abierta la puerta del regreso… el camino de la revancha. Volver a jugar, lo más importante. Jugar para ganar, lo único.

Ya Falcao corría en los campos apurando su recuperación y apuntando a su regreso mientras un hervidero de negocios subía la temperatura en el mundo del fútbol.

No se había calzado las botas en un partido de ninguna índole cuando ya se reunía en un restaurante de Madrid con su representante Jorge Mendes en una mesa en la que estaban Florentino Pérez de Real Madrid, directivos del Manchester City y del Mónaco. La conversación ponía en órbita un negocio a tres puntas e involucraba a Ángel Di María, ‘Kun’ Agüero y Falcao.

Como si fuera necesario que le recordaran lo que valía como jugador de fútbol apenas empezaba a regodearse con la pelota y ya recibía un envión anímico que le disparó de plano para su regreso a los campos.

Londres, 1 de agosto. Estadio Emiratos, frente al Valencia. Fue el día en que Radamel Falcao volvió a sentirse futbolista. De nuevo vestía la camiseta nueve. La del Mónaco esta vez. Como la de River. La de Oporto o la de Atlético de Madrid. La misma nueve de la selección Colombia.

Sinónimo de gol. Advertencia de riesgo.

Lo nuevo aquella vez era que no estaba James, socio de tantas “maldades” con una pelota de fútbol. Lo malo era que se había ido del Mónaco. Lo mejor, que lo había fichado el Real Madrid por una cifra escandalosa.

“La llegada de James al Real Madrid es un gran premio para un gran jugador… Eso habla bien de los futbolistas colombianos…”, puso Falcao en las redes sociales.

Hoy es presente continuo. Dos partidos, dos goles en la Liga de Francia y la percepción de que el ‘Tigre’ ha vuelto con su olfato goleador intacto y otra vez el hervidero de pasiones de un mercadillo envolvente y supermediatizado que lleva y trae a los futbolistas por varios equipos, países y continentes, varias veces en 24 horas.

Mientras su agente cocinaba una salida hacia el Real Madrid, donde Falcao querría estar, otros lo ponían en Manchester City, Arsenal, Juventus y hasta en AC Milan.

El futuro es hoy y el dictamen del mercado y la tiranía de los millones ya marcaron el nuevo camino de Radamel Falcao, que ahora jugará en la Premier League con el Manchester United, a donde fue transferido por el Mónaco en una operación que ronda los $91 millones de dólares.

La suerte es un duende desbocado que viaja en el lomo del viento. Suerte la de Falcao que vuelve a ser el goleador impenitente de siempre y suerte la de los amantes del fútbol, que tenemos este 5 de septiembre a Falcao, al frente de la selección de Colombia, para medirse a Brasil en el calorcito de Miami.

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