Con el perdón de los pájaros

Alguna vez me tocó presenciar cómo un carro fantasma arrollaba una paloma que andaba con su amor

Siempre en octubre, aprovecho para recordar el aporte de los pájaros en el descubrimiento de América.

Siempre en octubre, aprovecho para recordar el aporte de los pájaros en el descubrimiento de América. Crédito: Morguefile

Como octubre es el mes dedicado a los pájaros, aprovecho la coyuntura para darme golpes de pecho por haber abatido aves en mi niñez. Cauchera en mano tenía la brutal eficiencia del sicario.

“Con el perdón de los pájaros” he continuado la travesía. Ahora, en mínima reciprocidad, redistribuyo el ingreso con ellos.

Y releo el bello poema de otro arrepentido pajaricida, Antonio Mejía Gutiérrez, Palabras a mi hijo para que no use cauchera: “La cauchera es traición. Es alevosa, tiene el sigilo de los criminales”.

Siempre en octubre, aprovecho para recordar el aporte de los pájaros en el descubrimiento de América. Colón y los navegantes portugueses de la época, aprendieron de los pájaros que reemplazaban a los satélites de hoy en el suministro de información náutica pertinente.

Después de largas jornadas y cuando la tripulación amenazaba con engullirse al capitán, aparecían garjaos, ánades, alcatraces.

El políglota de a bordo traducía al español el mensaje que dejaban los pájaros entre el viento. En esos mensajes aclaraban que la tierra estaba a la vuelta de la ola, que ellos comían en el mar, su hotel de todas las estrellas, pero que siempre dormían en tierra, así que paciencia, pueblo.

Como decía, fui capaz de hacer las paces con los pájaros. Me perdonaron mi condición de pajaricida y me encimaron el olvido. Es más sanador el olvido pues nos ahorra el rencor. Perdonar, perdona cualquiera.

Hicimos este cambalache: los paájaros nos regalan su canto. Nosotros aportamos comida y bebida así “no cambien nunca de canción”.

Hasta nos montaron sindicato: si no madrugamos a servir la mesa, se dejan venir con tremenda algarabía. Encabezan el pliego de peticiones los alborotadores siriríes.

Muchos de ellos han clonado las habilidades de otros pájaros: hemos visto azulejos reencarnar en colibríes que tratan de comer suspendidos en el aire, como el punto sobre la i.

Otros que quieren ser la contraria del gremio clonaron las destrezas de los pájaros carpinteros y picotean el alimento en posición vertical. Los carpinteros los ven en esas y se totean de la risa. Ellos son los maestros de la prestidigitación.

Sin excepción, los pájaros trinan por amor al arte. Cantan sin esperar el aplauso. La vanidad no es su fuerte.

Alguna vez nos visitó el barranqueño o soledad, una especie pavo real que vuela. Vino, posó para la foto, examinó el menú, no le interesó y jamás volvió. No le dimos la talla a su espléndida arrogancia.

Claro que no nos visitan las 316 especies que hay en la ciudad. Tendríamos que gastarnos todos los ingresos en ellos. Y la caridad empieza por casa.

Nos visitan azulejos, el bravío y elegante mayo; las silgas vienen a ducharse. Pero los reyes de la pajarera siguen siendo los cucaracheros que nos han hecho abuelos cuatro veces. No volvieron. ¿Qué les chocaría?

Alguna vez me tocó presenciar cómo un carro fantasma arrollaba una paloma que andaba con su amor. Me fluyó este conato de poema:

Vuelo interrumpido

La paloma espera que su compañero

se levante del asfalto

para reiniciar su idilio entre el viento.

No acepta que un carro fantasma

haya convertido su amor

en puré de plumas.

¿Cuánto tiempo pasará antes de que admita

que una ráfaga de caucho la dejó viuda,

que es hora de que busque otro solitario

para volver a soñar?

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