Iguala: “No vamos a descansar hasta encontrarlos”

Estudiantes comparten video de compañeros desaparecidos

Omar García Velázquez cree que su vida está en peligro.

Omar García Velázquez cree que su vida está en peligro. Crédito: Tomada de video de Fusion

Omar García Velázquez cree que va a morir pronto. Este alumno de segundo grado de la Escuela Normal de Ayotzinapa está convencido de que los narcos o la policía van a matarlo apenas puedan. Pero no tiene miedo. Siente que los días que está viviendo son “de gracia” tras haber sobrevivido a la brutal represión de Iguala, el 26 de septiembre pasado.

“Quien te está hablando es un alumno que de antemano ya se considera muerto porque en este momento no estamos luchando solo contra instituciones estatales, estamos luchando contra instituciones no legales, contra organizaciones que sabemos cómo operan en el país. Pero es por nuestros compañeros”, confiesa con una paz que perturba.

Sentado en el patio central de la escuela que ha puesto de pie a todo el Estado de Guerrero, en México, Omar confiesa: “Antes les teníamos miedo al Estado. A que no nos dieran una plaza, a que no nos dieran trabajo. Ahora no tenemos miedo. Todos los que estamos aquí, incluidos los padres de familia, estamos dispuestos a todo y queremos que la población entienda que tiene que sumarse porque no somos los únicos. En el país han ocurrido multitud de veces estos hechos”.


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Estos hechos son el ataque a balazos, en medio de la noche, que policías de Iguala lanzaron contra unos 80 estudiantes de la escuela tras la toma de dos buses en esa ciudad. Los alumnos se los habían llevado para poder recorrer Guerrero durante sus prácticas como aspirantes a maestros. Los agentes, bajo las órdenes del alcalde José Luis Abarca Velázquez según la investigación de la Fiscalía, dispararon a matar. Y mataron. Seis personas murieron y 25 resultaron heridas. A 43 compañeros de Omar se los llevaron con los brazos cruzados sobre la nuca, en medio de insultos y golpes. Se cree que los policías de Iguala entregaron a los jóvenes a colegas de Cocula y estos, a su vez, a miembros del grupo criminal Guerreros Unidos. Y ya nadie volvió a ver a los estudiantes. Los narcos, al servicio del poder y la represión.

“Soy guerrerense y los he visto actuar multitud de veces. Han entrado aquí a nuestra Normal en años anteriores porque no hemos permitido la distribución de enervantes dentro de la institución. Cuando no lo hemos permitido han venido por compañeros y los han golpeado. Han entrado armados”, recuerda Omar sobre su contacto con Guerreros Unidos.

Esa es una de las teorías que podría explicar el ataque: la oposición de los alumnos a convertirse en distribuidores y consumidores de la droga que trafica Guerreros Unidos. Otra de las posibilidades, que baraja la Procuraduría General de la República, es que la esposa del alcalde, Maria de los Angeles Pineda, pidió a su marido que impidiera la llegada de los estudiantes al acto de lanzamiento de su campaña electoral para sucederlo, aquella noche del 26 de septiembre.

Sea una u otra versión, todo apunta a que narcotraficantes tuvieron participación en la desaparición de los estudiantes. Tres hermanos de María de los Ángeles han sido operadores del cártel de los Beltrán Leyva, de donde han surgido Guerreros Unidos. El alcalde y su esposa están prófugos desde el ataque.

“Cuando esto se relaje, cuando la gente deje de vernos y deje de ver a Ayotzinapa como las victimas que somos en este momento, vamos a relajar la guardia. La vamos a relajar automáticamente. Vamos a regresar a nuestros salones de clase. Vamos a ir a nuestras comunidades a practicar, a observar ¿y qué nos garantiza que no nos van a hacer algo? ¿Qué nos garantiza que vamos a estar seguros?”, se pregunta este joven que sueña con enseñarles a leer y a escribir a los chicos más pobres de México.

Omar sabe que no tienen en quien ampararse. No confían en las autoridades, mucho menos en las diferentes policías. “En este país, precisamente, si algo queda impune son los actos de la delincuencia organizada”, asegura con firmeza.

“Tenemos que empezar un movimiento generalizado que arranque de tajo, de fondo,, que cambie la situación y que la modifique”, pide Omar, poco antes de salir en procesión para pedir, una vez más, por la aparición con vida de sus amigos.

Omar no oculta su rabia y no duda en confesar en que tomaría en sus “propias manos la Justicia y la seguridad”.

“Ya hay precedentes. Están las (policías) comunitarias, están las autodefensas que tanto se las ha reprimido. Es una alternativa. Hay más alternativas. Hay que explorarlas todas. Es la hora, nosotros creemos que es la hora”, dice bajo el sol fuerte de Ayotzinapa.

“Es preocupante la situación. ¿Qué va a pasar cuando sigan corriendo los días? Y nosotros qué vamos a hacer es lo que nos estamos preguntando. ¿Cómo vamos a contener la rabia que tienen los padres de familia en este momento?”, comparte sincero.

“No puede ser que haya sido una operación perfecta en la que no hayan dejado la más mínima pista de a dónde pudieron haberse ido o a dónde pudieron habérselos llevado”. Son muchas preguntas y casi ninguna respuesta las que tiene Omar.

Una certeza que sí tiene Omar es que daría cualquier cosa por “estar en los zapatos” de sus compañeros. No dudaría en cambiar su lugar por el de ellos: “Igual que cualquier padre de familia o cualquiera de mis compañeros. Sabemos que si ellos estuvieran en nuestro lugar estarían exactamente haciendo lo mismo. Buscándonos, moviendo cada hilo, cada hebra, de este tejido social roto”.

Es lo que Omar, sus compañeros, decenas de voluntarios y los padres de los 43 desaparecidos vienen haciendo hace más de 30 días. “Se ha ido a muchos pueblos. Se ha ido a muchos lugares donde la gente que nos da información dice por aquí pasaron, por aquí se les vio, por aquí pasó una camioneta sospechosa, por aquí opera (el grupo narco) Guerreros Unidos, por aquí operan desde hace mucho tiempo “tales”, han venido a tirar muertos, etc. Y a donde nos dicen, vamos”, explica Omar que se ha metido en lo más profundo de las sierras de Guerrero buscando a sus “hermanos”.

“Este mes ha sido muy difícil”, reconoce Omar. Su búsqueda es solitaria y ardua –“no somos expertos”-. Se sienten abandonados por las autoridades. Pero saben que tienen el apoyo de miles de personas. “Muchísima gente en el país y a nivel internacional se están solidarizando con nosotros”, se entusiasma por un momento.

“Todos mis compañeros quieren seguir estudiando. Todos queremos seguir con nuestra profesión. Obtener una plaza (de maestro)”, sueña Omar, pero el futuro le preocupa: “¿Y si cuando salimos nos mandan a trabajar a Iguala? ¿Y si nos mandan a trabajar a Huitzuco?”, la localidad en la que pidieron dinero a los vecinos horas antes del ataque en Iguala.

Muchos compañeros de Omar sienten que narcos y policías “se la tienen jurada”. “Están desarticulando y golpeando a una organización delincuencial, es obvio que no vamos a escapar a eso”. “Eso” son las represalias, las persecuciones, la muerte.

“Si el Gobierno federal no resuelve el problema de fondo, van a quedar células (del crimen organizado). Van a quedar sobrevivientes de ellos. Y de ahora en adelante ser de Ayotzinapa, ser sobreviviente del 26 de septiembre, se va a convertir en ser un blanco perfecto para ellos”, piensa y no hay nadie que le saque esa idea de la cabeza y el alma.

Blanco del narco. Pero no solo del narco, también“de los propios gobernantes que tienen intereses con la delincuencia organizada. Ellos se han dedicado a buscar, pero también se han dedicado a intervenir nuestros teléfonos”, sostiene Omar y agarra fuerte su celular.

Omar, al igual que todo Ayotzinapa, vive, piensa y respira por sus compañeros. Antes de salir a pedir por ellos, quiere enviarles un mensaje especial: “Donde quiera que estén, si están vivos los compañeros, que aguanten. Tengan la esperanza y tengan la seguridad de que nosotros estamos buscándolos. Y que los vamos a encontrar cueste lo que cueste. Bajo el precio que tenga que ser”. Aunque eso implique pagar con su propia sangre.

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