El asesino en serie que cambió la práctica médica

El fantasma de Harold Shipman, apodado el "Doctor Muerte", todavía impacta a la industria médica en Reino Unido

El mundo de la medicina recibió un duro golpe a comienzos de este milenio cuando se determinó que Harold Shipman, un médico de familia inglés que contaba con la confianza de sus pacientes, era culpable de la muerte al menos de 215 de ellos.

En esos días, la prensa lo calificó como un asesino en serie y lo llamó “Doctor Muerte“.

Shipman se suicidó en su celda, en 2004, pero el fantasma de su historia todavía planea sobre los médicos de Reino Unido y vuelve a cobrar relevancia ahora que Escocia debate una ley sobre suicidio asistido.

La mayor parte de las víctimas de Shipman eran mujeres mayores, con buena salud para su edad, asesinadas con inyecciones letales de diamorfina (heroína producida farmacéuticamente).

El tema de los médicos que ayudan a morir a sus pacientes, ya de por sí muy sensible, se volvió todavía más incómodo.

Pero esto no ha sido siempre así.

El doctor Iain Kerr, que alcanzó los titulares tras admitir haber ayudado a morir a pacientes suyos, habla con franqueza sobre sus experiencias tratando a personas con enfermedades terminales.

Uno de sus pacientes, al final ya de su enfermedad, le pidió una dosis adicional del tratamiento para el dolor.

Kerr dijo que sí, pero le explicó los riesgos: si le daba la dosis en ese momento, podía “no volver a despertarse”.

El paciente le respondió que su hijo iba a ir a visitarle esa tarde y le preguntó si podía administrarle la dosis después de haberse despedido de él.

El médico aceptó y esa noche le proporcionó al paciente la dosis normal. Murió poco después.

“Estas son el tipo de actuaciones que ya no se consideran apropiadas estos días, después del caso de Shipman”, dice Kerr.

Si un médico o familiar ayuda deliberadamente o anima a otra persona a acabar con su vida, se considera que ha practicado un suicidio asistido.

Si acaba deliberadamente con la vida de otra persona para aliviar su sufrimiento, ha cometido eutanasia.

En la mayoría de los países del mundo, ambos prácticas son crímenes.

Pero el sistema legal no es solo blanco o negro.

En muchos casos, puede prevalecer la “doctrina del doble efecto”, un precepto ético que dice que una acción moralmente apropiada con un efecto colateral negativo es permisible.

Esta doctrina se utiliza con frecuencia para explicar la aplicación de cuidados paliativos.

Los médicos saben que altas dosis de morfina pueden acelerar la muerte de los pacientes, por ejemplo, pero la utilizan de todas formas para aliviar el dolor.

Sheila McLean, profesora de Derecho y Ética de la Universidad de Glasgow, explica que aunque el principio es bastante criticado, “está ampliamente aceptado por los tribunales en situaciones médicas”.

McLean indica que “si tu intención era aliviar el dolor, no provocar la muerte, aunque acabes provocando la muerte o acortando la vida, esto actuará en tu defensa”.

Nadie entiende los motivos de Shipman, apodado “Doctor Muerte” por los tabloides, pero se asume que sus intenciones eran maliciosas, algo que distingue sus acciones de la doctrina del doble efecto.

Pero eso no evita que médicos con buenas intenciones teman que alguien les acabe llamando también “Doctor Muerte” si uno de sus pacientes muere debido al suministro de sustancias para aliviar el dolor.

“La doctrina del doble efecto estaba establecida como una práctica aceptable”, dice el doctor Kerr.

“Había una actitud más relajada”, señala. “Había más respeto por la autonomía del médico, la mereciesen éstos o no”.

Kerr cuenta la historia de Lord Dawson, el médico del rey Jorge V, que -según cuenta la historia- aceleró la muerte del monarca con una inyección letal de forma que la noticia alcanzara a aparecer en The Times en lugar de en los periódicos de la tarde, porque esto era lo que correspondía al rango real.

Pero los tiempos cambian.

El caso de Shipman hizo a mucha gente dudar sobre si es bueno que los médicos puedan controlar el final de la vida de alguien.

Quizás por eso muy pocos médicos han apoyado públicamente el proyecto de ley de la parlamentaria Margo MacDonald para el suicido asistido en Escocia.

El proyecto “es totalmente diferente a esas espantosas historias de Shipman”, afirma Charles Warlow, profesor emérito de Neurología Médica, es uno de los principales neurólogos del país.

Pero los medicos “están nerviosos” (…) No quieren que sus pacientes les vean como alguien que los va a liquidar”, agrega.

MacDonald murió en abril de este año a causa del Parkinson, la enfermedad que la llevó a hacer campaña por la legalización del suicidio asistido para las personas con enfermedades terminales.

Está por ver si éste, su segundo intento de cambiar la ley, será aprobado.

Si es así, Escocia pasará a formar parte de la pequeña lista de países que permiten el suicidio asistido bajo ciertas condiciones.

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