Cuando la policía nos da la espalda

El deber más importante de un servidor público es defender la Constitución de su país. De allí es que nace que la labor primordial de un policía sea proteger y servir al pueblo. La Constitución no es más que un reflejo de la voluntad del pueblo.

Desde esa misma Constitución se desprende el Estado de derecho: el orden democrático, las instituciones, las leyes y reglamentos, la policía misma. Las fuerzas del orden existen porque como sociedad hemos decidido armar, uniformar y remunerar a un grupo de hombres y mujeres para que lo mantengan.

Es por eso que la muerte de los oficiales Rafael Ramos y Wenjian Liu sacudió a Nueva York. Cuando se atenta contra la vida de un policía, se atenta contra el Estado de derecho. Todos nos sentimos desprotegidos.

Pero igual nos sentimos desprotegidos cuando la policía nos da la espalda. Fue exactamente eso lo que ocurrió el sábado cuando decenas de uniformados —supuestamente de luto por la muerte de Ramos—, le dieron la espalda al alcalde Bill de Blasio durante el funeral del fallecido oficial.

Lo que hicieron estos uniformados no fue una protesta. Una verdadera protesta es parte legítima del contrato social, consagrada en el derecho a la libre expresión. Nada le impide a un policía expresarse y criticar a una autoridad cuando está fuera de servicio o en conversaciones privadas con colegas y familiares.

Pero cuando un uniformado, dotado de un arma y una insignia del Estado, se rebela en contra de un líder elegido por el pueblo en un acto público, su actuar no tiene nada de democrático. Es insubordinación. No es nada más y nada menos que una renuncia a su compromiso a resguardar la ley y el orden.

Imagínense que un maniático hubiese irrumpido en la ceremonia fúnebre, pistola en mano. ¿Habrían estado dispuestos los manifestantes a dar la vida por el alcalde? ¿A protegerlo del peligro? Lo más probable es que quizás ni se habrían percatado del riesgo. Un héroe da la cara en tiempos de crisis, no la espalda.

La ironía de todo es que el show mediático que causó la policía neoyorquina el sábado es un capítulo más de una batalla campal que comenzó cuando De Blasio asumió el cargo. Porque fueron los votantes los que se cansaron de “stop and frisk”, una práctica discriminatoria e inconstitucional. Y fueron los votantes los que le dieron el poder a De Blasio.

Ahora esa misma promesa de campaña se ha vuelto en una espada de doble filo: la policía la está usando en contra de la voluntad del pueblo

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