¿Por qué la culpa hace todo más placentero?

La tentación de hacer lo que no se debe es a veces irresistible, y si nos rendimos ante ella, el placer que sentimos antes de la culpa puede ser grande. Quizás si nos diéramos gusto tendríamos una vida más sana.

El sentimiento de culpa puede hacer que las tentaciones sean incluso más seductoras. Así que, ¿no seríamos más saludables y felices si aceptáramos nuestros vicios?, se pregunta David Ronson, periodista de la BBC especializado en el cerebro, la medicina y la tecnología.

Esta vez mis buenos propósitos para el nuevo año serán diferentes a los que hice en el pasado.

Dejaré a un lado mis objetivos habituales, como beber menos, comer más fruta e ir al gimnasio en lugar de quedarme en el sofá viendo televisión.

Sólo hay una cosa a la que planeo renunciar en 2015: al sentimiento de culpa ante aquello que me da placer.

No es por llevar la contraria. Estoy siguiendo los consejos de los expertos.

Tenemos más que suficientes asuntos de los cuales preocuparnos y que escapan de nuestro control como para sentirnos mal por las cosas que nos divierten.

Es más, los psicólogos han descubierto que el sentimiento de culpa relacionado con nuestra dieta o nuestro estilo de vida parece no ayudarnos a ser más saludables.

Lejos de alejarnos de la tentación, la culpa a menudo nos conduce directamente hacia nuestros vicios.

Los expertos han identificado varias razones posibles de esta ironía.

Una de ellas es que la culpabilidad que da placer está tan arraigada en nuestra psique que lo que los sentimientos de pecado y arrepentimiento desencadenan realmente son pensamientos de deseo en el cerebro.

En otras palabras, nuestros vicios son tan tentadores en parte porque sabemos que son malos para nosotros.

Para demostrar que nuestro subconsciente funciona de esta manera masoquista, Kelly Goldsmith, de la Northwestern University en Evanston, Illinois, Estados Unidos, les planteó unos juegos de palabras a unos voluntarios.

Hizo dos grupos, y a los integrantes del primero les pidió que descifraran algunas frases que contenían términos como “pecado”, “culpa” o “arrepentimiento”.

A los miembros del segundo grupo les pidió hacer lo mismo, pero con frases que contenían palabras más neutrales.

Para la segunda parte del experimento, le mostró a ambos grupos palabras sin completar y pidió que añadieran las letras que faltaban.

Aquellos que en la primera fase de la investigación tuvieron que descifrar las frases que contenían palabras relacionadas con la culpa formaron términos que tienen que ver con el placer.

Por ejemplo, ante “PL_ _ _ _”, formaron la palabra “placer”, en lugar de, por ejemplo, “plagio”.

En otras palabras, en lugar de desviar los pensamientos relacionados con el pecado, el subconsciente culpable comenzó a pensar con más lujuria.

Es importante destacar que Goldsmith halló estos sentimientos también en experiencias reales.

Aquellos que tuvieron que descifrar las frases que contenían palabras relacionadas con la culpa sintieron mayor placer que los otros al comer caramelos en el laboratorio, por ejemplo.

Y también creció su culpa, tanto como el placer que sintieron, al observar revistas de fitness.

Además, la investigadora vio que el fenómeno no se limitaba a la comida.

Los voluntarios del primer grupo sintieron más placer al observar imágenes sexuales en una página web de citas.

Pero los giros irónicos de la culpabilidad no terminan ahí.

Además de aumentar la atracción por lo que nos tienta, el sentimiento de culpa también nos puede llevar al efecto “qué diablos”.

Este fenómeno psicológico ha sido estudiado en profundidad y es la razón por la que no nos conformamos con una sola porción de pastel.

Si ya caíste una vez, podrías rendirte por completo ante la tentación.

Cuando Roeline Kuijer y Jessica Boyce, de la Universidad de Canterbury en Nueva Zelanda, se fijaron en los hábitos alimenticios de la gente, descubrieron que aquellos que asociaban el pastel de chocolate con la culpa tienen menos confianza en su autocontrol que los que relacionan ese postre con las celebraciones, por ejemplo.

Esos pensamientos se convertían, además, en una especie de profecía.

Kuijer y Boyce llevaron a cabo un experimento.

A los tres meses de haber empezado, a aquellos que asociaban el pastel a la culpa les costó más perder peso que a los que lo vinculaban al placer.

A pesar de los resultados de sus investigaciones y de otras, Goldsmith insiste en que las conclusiones no pueden explicar cada uno de nuestros fracasos personales.

La investigadora sospecha que el sentimiento es distinto si, por ejemplo, se le hace daño a alguien en el proceso.

Como cuando dejas de visitar a tu abuela por ir a un concierto, dice.

“Quizá hay más sentimientos negativos asociados a esa clase de culpabilidad que cuando la culpabilidad tiene que ver con algo que nos hemos provocado a nosotros mismos”.

Estos descubrimientos destacan un problema muy común en las campañas de salud pública.

“Si tomas una actividad que no sueles asociar con la culpa y, de repente, la vinculas con algo travieso, el placer de realizarla aumenta”, asegura Goldsmith.

En ese sentido, un estudio concluyó que una señal de “no fumar” aumentaba el deseo de hacerlo de los fumadores.

Y tal como Kuijer y Boyce explicaron en un artículo publicado a raíz de su investigación, quizá no sea una coincidencia que Estados Unidos tenga un nivel de obesidad más alto que Francia, a pesar de que los estadounidenses se sientan a nivel personal más culpables de los alimentos que consumen que los franceses.

Así que Goldsmith se pregunta si no sería más efectivo enfocar las campañas en lo positivo y enfatizar los beneficios de escoger lo saludable en lugar de sobrecargar al público con advertencias sobre los peligros de lo “prohibido”.

En esa misma línea, he decidido ser menos puritano este año.

Con esto no quiero decir que adoptaré más vicios deliberadamente, sino que intentaré disfrutar los placeres por lo que son, en lugar de sentirme ansioso por sus efectos a largo plazo.

Al fin y al cabo, darse gusto podría ser fundamental para mantener tu fuerza de voluntad para objetivos más ambiciosos.

“Cada vez que echamos mano del autocontrol para resistir tentaciones o para continuar con tareas desagradables, ese ‘músculo’ pierde fuerza”, explica Leonardo Reinecke, de la Universidad de Mainz, en Alemania.

“Y como consecuencia, nos es más difícil resistir el deseo en situaciones posteriores”.

Eso es algo que definitivamente no pongo en práctica en relación a mis hábitos televisivos.

Soy capaz de ver episodios de series como Keeping Up With The Kardashians uno tras otro, compulsivamente, a pesar de que a veces me produzcan náuseas y me sienta algo mareado.

Este tipo de entretenimiento no culto es, para Reinecke, una buena manera de relajar el “músculo” del autocontrol.

Pero ahí también hay una trampa.

El investigador descubrió que la gente que se sentía culpable por sucumbir ante este tipo de actividad era la menos propensa a obtener algún beneficio de ella.

Y lo que es aún más irónico, a menudo era la gente con menos autocontrol la que se sentía más culplable.

En otras palabras, perdonarme a mí mismo por un poco de inactividad debería beneficiarme, en el sentido que reuniría las fuerzas para ir al gimnasio al día siguiente con más facilidad.

“Este tipo de actitud no se suele enfatizar lo suficiente”, opina Goldsmith.

“Algo que creo que ha sido ignorado en la literatura es que está bien darse gusto y sentir placer a partir de la indulgencia”, añade.

“Si comes correctamente la mayoría del tiempo no tienes que preocuparte por ese helado que te hace sentir culpable”, dice.

“Disfruta ese placer. Está bien”.

Y eso es exáctamente lo que pienso hacer.

Artículo original en inglés: http://www.bbc.com/future/story/20141219-why-does-guilt-increase-pleasure

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