El padre que vendió a su hija por US$1.300 en la frontera con China

Khin Khin Oo tenía 4 años cuando su padre la vendió a un traficante tras perderlo todo jugando a las cartas. Finalmente fue localizada, pero las historias de tráfico humano entre Birmania y China no siempre terminan bien.

En yuanes, 8.000. En dólares, 1.300. Ese fue el precio por la que el padre de Khin Khin Oo, una niña birmana de 4 años, la vendió en el mercado de tráfico humano chino.

Compungida, desde la puerta de su rústica casa de bambú, Ma Shan, abuela de la niña nos cuenta la historia. “Mi hijo es adicto a la heroína, así que no tenemos dinero”.

La vida familiar de Ma Shan es un caos. Sólo a un par de metros de distancia, en la oscuridad de la casa, su hijo escucha sentado cómo habla de él, con la mirada perdida.

A la hija de Ma Shan no le ha ido mucho mejor. Abandonó a su familia por otro hombre (según Ma Shan, después de haber sido drogada con jugo de naranja), dejando a sus dos hijos con sus padres.

Uno de ellos, un inquieto niño, juega en el barro por los pilotes de la casa de bambú, mientras miramos fotos de su hermana Khin Khin Oo.

“Un día, su padre regresó por ella”, cuenta Ma Shan. “Pero después de que cuatro días sin saber de ella, supe que algo estaba mal.”

Temiendo lo peor, Ma Shan se volvió detective y, con un anciano del pueblo, fue a hablar con algunos de los amigos de Soe Khine, el padre.

Rápidamente se dieron cuenta que estaba en problemas financieros.

“Perdió todo su dinero jugando a las cartas”, dice la abuela, sacudiendo la cabeza.

Fue entonces cuando se involucró la policía birmana. Encontraron a Soe Khine y confesó que, con la ayuda de una mujer de la localidad de Kachin, había vendido su hija a un traficante chino.

La policía siguió el rastro a la ciudad fronteriza china de Ruili, donde descubrieron que Khin Khin Oo había sido nuevamente vendida, esta vez por 12.000 yuanes (US$2.000) a una pareja sin hijos que quería adoptar.

Después de una semana y una operación conjunta con la policía china, Khin Khin Oo fue rescatada y regresó con su abuela.

“No podía ni comer. Estaba muy preocupada”, asegura la mujer.

Por suerte Khin Khin Oo había sido bien tratada por la pareja china. Aparentemente nunca se dio cuenta de que había sido objeto de tráfico humano.

Su abuela la recibió en Hankan. Sin embargo, temiendo por su seguridad, la envió de vuelta a China a vivir con una tía.

Afortunadamente, el tráfico de niños birmanos como Khin Khin Oo no es común.

Pero la región fronteriza del noreste de Birmania con China se ha hecho famosa por el tráfico de mujeres jóvenes.

La política del hijo único de China y su preferencia por los hijos varones ha creado una escasez de mujeres y esposas.

Los demógrafos estiman que para el 2020 habrá un excedente de 24 millones de hombres. Y buscarán desesperadamente cónyuges.

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El tráfico a lo largo de la frontera birmana es complejo, con familias que suelen ser cómplices de las transacciones financieras.

En su mesa de un campamento para personas desplazadas en Namkhan, Myint Kyaw, líder de la comunidad, ojea fotos de mujeres desaparecidas.

“Se trata de cuatro niñas de entre 15 y 18 años de Kutkai que fueron a China a trabajar. No se ha oído de ellas en ocho meses”, dijo.

“Esta mujer tiene 26 años y también está desaparecida. Estamos tratando de localizarla a través de nuestra comunidad que vive en China”.

En total, se estima que alrededor del 10% de las mujeres de la localidad de Ta’ang han sido vendidas o traficadas de alguna forma.

Lamo Bokdin es una de esas mujeres. Cuando aceptó un trabajo en un restaurante en Ruili, ciudad china en la frontera, pensó que era un empleo normal.

“Entonces mi jefa me dijo que ya no me necesitaba en el restaurant y que me iba a casar con su hermano,” relata.

La transacción valía unos US$6.500 dólares.

“Al principio me negué, pero mi jefa me dijo que si no me iba a vender a otra persona”.

Lamo se vio obligada a partir a la casa de su marido en Pekín. Durante tres meses fue prisionera en su propia casa.

“No podía hacer llamadas telefónicas y tuve que permanecer en el interior. Mi marido me dijo que sólo podía ir a visitar a mis padres cuando tuviéramos un bebé”.

Después de tres meses de cautiverio Lamo encontró una manera de escapar.

“Yo vivía en la parte superior de un edificio de dos plantas. La casa tenía pequeñas ventanas cubiertas con una malla. Corté la red con tijeras y salté a la calle”, explicó.

“Por suerte, a nadie que me vio caer le importó. Así que me subí a un auto hasta la estación de policía. Allí me ayudaron a conseguir un pasaje para salir de Pekín”.

Lamo ahora comparte una tienda de campaña junto a su hermana y está reconstruyendo su vida. Se dedica a tejer faldas tradicionales, con lo que gana una pequeña cantidad de dinero.

Ella es una de las sobrevivientes de un próspero comercio basado en vidas humanas.

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