La tormenta de nieve desde la mirada de una reportera de El Diario

Cristina Loboguerrero cuenta sus peripecias tratando de conseguir transporte entre Nueva Jersey y Nueva York

La terminal de buses en Hoboken.

La terminal de buses en Hoboken. Crédito: Cristina Loboguerrero / El Diario

NUEVA JERSEY – Puede que los más de dos pies de nieve que se pronosticaron en el Estado Jardín no hayan caído, pero lo que sí es cierto, es que la vida de los residentes en ciudades al norte de Nueva Jersey se vio afectada por el retraso en la limpieza de vías internas así como la demora en el restablecimiento del transporte público.

Un extenso manto blanco -cuya precipitación llegó a 10 pulgadas- que cubría automóviles y calles, era el común denominador del desolador paisaje que pude observar desde tempranas horas del día. Residentes de viviendas trataban -como yo- de limpiar sus automóviles así como las aceras, aunque para muchos, fuera literalmente imposible salir de sus casas antes del mediodía, por la falta de limpieza en las calles locales.

La travesía empezó pasadas las 10 a.m., esperar por un autobús de la ruta 127, de la compañía New Jersey Transit, me llevó infructuosamente 45 minutos, hasta que me di por vencida y decidí optar por tomar los minibuses que cubren la ruta desde la ciudad de Ridgefield hasta la avenida Bergenline, para luego trasbordar a otro autobús para llegar hasta Hoboken.

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Una vez más, el intento resultó fallido, los minibuses no tenían planes de restaurar su servicio sino hasta en horas de la tarde, así me lo confirmó Gregorio Salazar, conductor de uno de los vehículos, al tiempo que me explicó que no había pasajeros para llevar a Nueva York, por lo que no valía la pena hacer el viaje.

Opté entonces por tomar mi automóvil, que al final resultó en una aventura por la nieve, que sumada a la sal, contribuyeron a que las calles se convirtieran rápidamente en una mezcla resbaladiza semejando en varios tramos de las vías a pequeñas pistas de patinaje.

Otra opción era la de desplazarme en el tren ligero abordándolo en la estación de la ruta 1&9 en North Bergen, en donde para el mediodía el servicio continuaba suspendido. Siguiendo con el plan de viaje me decidí a ir a la estación de la calle 47 y la avenida Bergenline, en pleno corazón de Union City, donde tampoco estaba corriendo el tren liviano, ni el servicio de autobuses.

“Debía salir porque tengo que visitar a mi hermano que está en el hospital”, dijo en tono frustrado Marshall Rojas, un usuario que llevaba más de una hora en espera del tren que lo transportaría hacia Jersey City.

En un tramo desde Ridgefield, en el condado Bergen, hasta Hoboken en el condado Hudson, donde se accede a una de las estaciones del tren PATH -para trasladarse hasta Nueva York- y que en tiempo regular demanda aproximadamente 30 minutos, me llevó más de una hora, todo para descubrir que no había estacionamiento disponible por estar en vigencia una restricción para facilitar las tareas de limpieza de las calles.

En el interior de la terminal, frustrados pasajeros esperaban con paciencia que el tren PATH, cuyo servicio fue anunciado que sería restaurado para después de las 9:30 a.m. con horario de fin de semana, indicaron que la periodicidad preestablecida entre los mismos fue muy escasa.

“Llevo más de una hora esperando el tren”, indicó disgustada Rose Roman, usuaria del PATH, que debía presentarse a su trabajo de mucama en un hotel de Manhattan, para las 3 p.m.

En la plataforma del tren, de los cientos de usuarios que a diario se observan en un día entre semana, sólo se apreciaban unas 20 personas que esperaban pacientemente a que el tren llegara.

Los autobuses de la New Jersey Transit, igualmente retrasaron el inicio de su servicio y para las 2 p.m. recién iniciaban sus tareas con ligera normalidad.

A lo largo del viaje, las únicas caras de evidente regocijo, eran las de los hombres que con palas en mano, iban ofreciendo sus servicios para limpiar aceras por precios entre los $45 a $60, dependiendo el tamaño del espacio.

Y si bien la tormenta anunciada resultó ser mas bullosa que dañina, lo que sí es cierto, es que desplazarse de un lugar a otro se convirtió en un verdadero dolor de cabeza.

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