El avión militar ruso de los años 50 que todavía espía los cielos

El Tupolev Tu-95 tronó sobre los desfiles militares soviéticos a mediados de 1950. ¿Pero por qué este enorme bombardero propulsado por hélices sigue generando titulares 60 años después?

,El gigante Tupolev Tu-95 comenzó a surcar los cielos a principios de la década de 1950 y simbolizó el poderío militar de la Unión Soviética. Incluso su nombre en clave, Oso, hacía referencia a su gran tamaño y fuerza.

La aeronave contaba con hélices contrarrotativas de ocho palas que alcanzaban velocidades supersónicas. Como consecuencia, el estruendo del bombardero se podía escuchar incluso desde los submarinos.

El Tupolev Tu-95 había nacido en una época revolucionaria para el diseño de aviones. En la década posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial el avance de la tecnología aeronáutica fue una constante.

Así que los motores propulsados por hélices del Oso comenzaron a parecer arcaicos.

Por ello, pocos pensarían que 60 años después seguiría siendo un bombardero estratégico para la patrulla marítima, además del avión espía más ruidoso del mundo.

Y mucho menos que continuaría ocupando las portadas de los diarios.

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En febrero pasado el Oso apareció en varios medios, después de que se detectaran dos de ellos surcando el cielo británico y los cazas de la Real Fuerza Aérea los tuvieran que escoltar hasta que abandonaron la costa de Reino Unido.

Estaban patrullando. Una rutina habitual durante la Guerra Fría y que Rusia ha vuelto a adoptar recientemente.

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Pero más interesante que los titulares sensacionalistas que generaron es la historia de por qué la Fuerza Aérea de Rusia sigue confiando en esta máquina seis décadas después de que fuera creada.

El oso continúa prestando servicio en parte por su visionario creador, Andrei Tupolev.

Fue el principal diseñador de las aeronaves de gran tamaño de la Unión Soviética, un talentoso ingeniero que, bajo cargos falsos, había sido encarcelado durante las purgas de Josef Stalin en la década de 1930.

Cuando la Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, Tupolev ayudó a crear el primer bombardero con capacidad nuclear, el Tu-4, el Toro.

Fue un caso de ingeniería inversa, ya que copiaba el diseño del estadounidense Boeing B-29 Superfortress, el avión que lanzó las bombas atómicas en Japón.

Durante aquella campaña de bombardeos de EE.UU. algunos de estos aparatos cayeron en territorio soviético. Fue así como Tupolev pudo saber cómo fueron fabricados.

El Tu-4 fue el primer bombardero nuclear soviético, pero no tenía capacidad para llegar hasta territorio estadounidense.

Así que en 1952 les encargaron a la compañía de Tupolev y a su rival Myasishchev el diseño de una aeronave que pudiera transportar 11 toneladas de bombas a lo largo de 8.000 kilómetros; lo suficiente como para llegar hasta el corazón de EE.UU.

Myasishchev optó por diseñar un bombardero cuatrimotor, el M-4 Bisonte, y llevar la capacidad técnica soviética hasta sus propios límites.

Tupolev, en cambio, decidió mezclar técnicas probadas y de confianza con características de diseño que tomó prestadas de la última generación de aviones. Y fue un golpe maestro.

“Optó por un enfoque conservador para desarrollar un bombardero de largo alcance y fue considerado menos arriesgado que la propuesta de Myasishchev, el M-4 Bisonte”, dice Douglas Barrie, analista de aviación del Instituto Internacional para los Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés), un think-tank global independiente.

El Tu-95 es una aeronave enorme. Mide 46 metros de cola a punta y tiene una envergadura de 50 metros.

Vacío pesa 90 toneladas y está propulsado por cuatro motores turbohélices.

Estos motores de turbina de gas mueven ocho hélices y pueden hacer que el aparato alcance los 800 kilómetros por hora, casi la velocidad de los aviones modernos.

Sin embargo, también generan un gran estruendo cada vez que lo hacen volar. No por nada se considera la aeronave más ruidosa de las que siguen de servicio.

Se llegó a afirmar que la tripulación de los submarinos estadounidenses podían escuchar al aparato volar incluso cuando estaban bajo el agua.

Y los pilotos de combate que vigilaban al Oso en el espacio aéreo internacional solían decir que lo oían por encima del sonido del motor de sus propios aviones.

Con la aparición de la tecnología de misiles, el Tu-95 perdió su función original: lanzar bombas nucleares en caída libre sobre el territorio enemigo.

Pero su inteligente diseño permitió que se adaptara una y otra vez a las nuevas funciones que le fueron asignadas.

Por ejemplo, durante la Guerra Fría fue la sombra de los barcos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) por todo el mundo.

Y algunas de las unidades fueron modificadas para portar misiles de largo alcance.

Una versión muy adaptada del Tu-95 fue el Tu-126 Musgo, un puesto de radar gigante que advertía a las defensas de que se estaban acercando las aeronaves enemigas.

También hubo un modelo modificado a partir del Oso para la aeronáutica civil. Un aparato que aún conserva el récord mudial de velocidad mundial para un avión con turbohélices: 870 kilómetros por hora.

Y fue la versión de un Oso la que lanzó el explosivo más poderoso jamás diseñado, la bomba zar, un artefacto nuclear puesto a prueba por los soviéticos en 1961.

La tripulación seleccionada a dedo dejó caer la ojiva de 50 megatoneladas sobre la isla ártica de Novaya Zemlya.

La tiraron con un paracaídas para que así el avión tuviera tiempo de alcanzar una distancia segura.

Pero la fuerza de la explosión, diez veces la potencia explosiva de todos los artefactos utilizados en la Segunda Guerra Mundial, catapultó al bombardero a un kilómetro más allá de su posición, a pesar de que ya se había alejado 45 kilómetros.

Los soviéticos incluso jugaron con la idea de un Oso de propulsión nuclear, el Tu-95LAL, equipado con un pequeño reactor.

Hizo más de 40 vuelos de prueba, la mayoría con el reactor apagado.

La principal preocupación era si el aparato podría despegar con el peso extra que suponía el blindaje necesario para proteger a la tripulación de los efectos de la radiación.

Pero el proyecto fue dejado de lado en 1960, a pesar de que se demostró que hacer volar al aparato era técnicamente factible.

De los más de 500 Tupolev Tu-95 fabricados desde 1950 al menos 55 siguen sirviendo a la Fuerza Aérea de Rusia, mientras que otras versiones continúan prestando servicio a las marinas rusa e india.

Al igual que el B-52 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, el Oso ha demostrado ser difícil de reemplazar.

Lo más probable es que las mejoras y reacondicionamientos mantengan a estos gigantes de la Guerra Fría en los cielos hasta al menos 2040.

Andrei Tupolev estaría orgulloso.

Lee la

historia original en inglés en

BBC Future

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