Dobles estándares en origen y destino de migrantes

La consistencia discursiva no es el “forte” de los gobiernos de México, Centroamérica, y el Caribe. Si el Estado exige la protección de sus ciudadanos en el extranjero, debería ofrecer un trato similar a los migrantes de otros países

Muchos países quieren un trato digno y humano para sus migrantes, pero no ofrecen lo mismo a migrantes de otros países. La República Dominicana decidió expulsar a los migrantes haitianos indocumentados que llegaron después de 2011, y hasta a los nacidos en ese país (que son cientos de miles) de padres indocumentados. En el proceso, también ha detenido a trabajadores haitianos documentados y les deportó a Haití. No obstante, los haitianos son el 85% de la fuerza laboral migrante, y el gobierno dominicano había ofrecido naturalizar a los trabajadores migrantes que hubieran registrado su estadía en el país.
Pero el gobierno dominicano sí espera que los migrantes dominicanos reciban un trato respetuoso en EE.UU. Una estimación conservadora indica que en el año 2000 al menos un millón de migrantes dominicanos vivía en EE.UU. Y el éxodo no se ha detenido. Sólo entre enero y mayo, al menos 97 dominicanos fueron capturados cuando intentaban ingresar a Puerto Rico como indocumentados.
México también exige respeto a sus migrantes en EE.UU. Y muchos mexicanos reaccionaron iracundamente a Donald Trump y su desafortunado discurso (como recién estrenado pre-candidato presidencial republicano), cuando dijo que los migrantes mexicanos son criminales. No obstante, en México, el migrante centroamericano es víctima de vejámenes por parte de autoridades federales, que parecen ser incapaces también de protegerle del crimen organizado. Claro, si no protegen a los mismos mexicanos de los criminales (como en el caso de los normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, en septiembre de 2014), menos lo harán con los extranjeros.
Guatemala tampoco se queda atrás. En 2014, la Procuraduría de Derechos Humanos reveló que policías guatemaltecos extorsionaban a otros migrantes centroamericanos (de El Salvador u Honduras) a cambio de permitirles desplazarse hasta México. De este abuso no se salvaron los guatemaltecos, aunque algunas víctimas dijeron que los polis extorsionistas les hicieron un “descuento” por ser paisanos. Aún así, el gobierno (cuando no está atribulado con acusaciones de corrupción) también se rasga las vestiduras exigiendo a México y EE.UU. que no le maltrate a los migrantes. Este año, el Canciller Carlos Raúl Morales dijo que no toleraría abusos ni en los consulados de Guatemala hacia los migrantes, que tanto se sacrifican por enviar las remesas al país—un ingreso sin el cual el Estado estaría en aún más serios aprietos para atender las necesidades socioeconómicas de la población.
Sin embargo, si es indignante el trato que reciben muchos migrantes en el extranjero, más indignante es cómo les tratan en su propio país, donde el gobierno les ve sólo como un origen de remesas y no reconoce que son migrantes porque el Estado les falló. Les falló porque no les permitió las condiciones necesarias para ganarse la vida en su propia tierra (por algo hay al menos un millón de dominicanos en EE.UU.). Pero encima de eso, tampoco reconoce que los migrantes de otros países que llegan a su suelo buscan lo mismo—es el caso de la República Dominicana para los haitianos, quizá el plan B de quienes no pueden llegar hasta EE.UU.
México es el mismo caso para los migrantes centroamericanos, de los que al menos una tercera parte (que huye por violencia de las pandillas en su país de origen) pretende radicar en suelo mexicano. Para el resto, la meta es llegar a EE.UU.
Hace casi 20 años, en Guatemala las autorides capturaron a cerca de una veintena de hombres cuyo origen sospechaban que era India. No había representación diplomática hindú en el país, y ellos no colaboraron en su identificación. Así, transcurrieron meses encerrados en condiciones infrahumanas. Les soltaron con órden de juez sólo después de que uno de los migrantes se suicidó (los hindúes quedaron libres para solventar su situación migratoria, aunque se perdieron en el mapa en su ruta a EE.UU.). Cuando surgió la noticia de la crisis de los niños y adolescentes migrantes hacinados en los albergues de la frontera sur estadounidense, Guatemala fue uno de los países que protestó, quizá habiendo olvidado ya el caso de los hindúes.
La consistencia en los argumentos parece ser escasa en los países que son origen, tránsito y/o destino de los migrantes. Si es tarea del Estado proteger a sus ciudadanos, adentro y fuera del país, también es lógico que cuanto exige para sus ciudadanos lo ofrezca a los migrantes de otros países. Todos los migrantes tienen derecho a un trato digno, y para eso se requiere de la participación comprometida de todos los países en las rutas migratorias. Pero está visto que la consistencia discursiva no es el forte de los gobiernos de México, Centroamérica, y el Caribe. Tampoco lo es la memoria histórica.
¿Se le olvida el gobierno de la República Dominicana qué sucedió cuando el “Trujillato” del siglo pasado persiguió a los haitianos, o a quien pareciera haitiano? Seguramente. Bien lo dice la frase, “quien olvida la historia está condenado a repetirla”. Y la región vive en un un déjà vu perpetuo.

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