El 756 de Bonds ocho años después

La pelota ha ido de los batazos a los grandes brazos desde que el cañonero de Gigantes se subió a la cima de los jonroneros históricos

El 7 de agosto se cumplen ocho años de que Barry Bonds conectó el jónrón con el que rompió la ilustre marca de bambinazos que durante 33 años mantuvo el legendario Hank Aaron que desde entonces es segundo del listado histórico con 755.

El nuevo récord fue festejado en San Francisco, pero despreciado en muchos otros lados.

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En medio de alegaciones y acusaciones por su presunto uso de esteroides, Bonds pegó su vuelacercas 756 en su parque, el AT&T Park, que se abarrotó de personas que querían atestiguar cómo se escribía esa noche un capítulo en la historia de la pelota.

Eso ocurrió en el quinto episodio de un encuentro ante los Nacionales de Washington que estaba igualado a cuatro carreras.

Con la cuenta llena, a Bonds le gustó un lanzamiento de 86 millas por hora que le envió el lanzador Mike Bacsik y mandó la pelota por encima del muro entre el jardín derecho y jardín central hasta lo más profundo de las butacas, a 435 pies de distancia del plato.

La historia ha sido otra desde que Bonds disparó su último cañonazo. Con él se oficializó el debate sobre quién es el verdadero rey de los jonrones. Y ese acalorado intercambio entre los apasionados de la pelota durará hasta que llegue el siguiente rey, pero pronto no será.

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A partir de ese momento, el asterisco se convirtió en el signo dominante de toda conversación sobre marcas de peloteros bajo sospecha de haber utilizado drogas para mejorar su rendimiento.

Producto de esas marcas con asterisco, Grandes Ligas comenzó a castigar a los que dieran positivo en sus pruebas de doping. Bonds, por su parte, fue foco de una investigación federal y procedimiento judicial que duró una década y que terminó a finales de julio con las autoridades federales desistiendo de sus acusaciones.

Bud Selig, el comisionado que dirigió la Gran Carpa mientras se destapaban las cloacas de los esteroides, se fue del puesto la temporada anterior sin reconocer que Bonds era el máximo jonronero de la historia de la pelota.

Las elecciones del Salón de la Fama ya han castigado con su rechazo a esos peloteros que rompieron récords, llenaron estadios y revivieron al béisbol: Mark McGwire, Sammy Sosa y Barry Bonds, que fue elegible por primera ocasión en 2013.

Sin embargo los castigos, que han incrementado su duración hasta el punto de que la máxima sanción es de por vida, no han intimidado a los peloteros que continúan buscando la ventaja que dan las sustancias prohibidas.

El béisbol de ahora ya no es como el que habitó Bonds. Pasamos de los batazos a los grandes brazos justo cuando Bonds estaba en los últimos al bat de su carrera. Ahora nos regodeamos con las hazañas y juegos perfectos desde la loma.

Bonds no se ha ido. Ahora hay quienes buscan su ayuda porque por más esteroide que se haya metido siempre tuvo el talento y el poder para hacer daño en proporciones legendarias. En eso estamos de acuerdo muchos, incluyendo a Alex Rodríguez.

El bateador designado de los Yankees lo buscó en el invierno para ayudarlo en su camino de vuelta a Grandes Ligas tras un año fuera tras ser suspendido por su uso de esteroides. Y quién sabe qué le dijo porque ahora ARod parece de 30 y no de 40.

Pasará mucho para que se deje de sentir, de hablar y de pensar sobre el legado de Bonds en la pelota.

Apenas van ocho años de esa histórica noche en San Francisco y aún seguimos nombrando cada temporada al hombre que llegó a 756 jonrones en su carrera.

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