“Yo trabajo para el cártel del Golfo”, y llevan 20 años en DF

Un sujeto refuta las declaraciones del alcalde de la Ciudad de México que niega la presencia de cárteles de la droga

El teléfono celular no cesa de vibrar dentro de la bolsa de su sudadera de los Vaqueros de Dallas. Esta es una de las más de 200 llamadas que hoy, 19 de octubre de 2015, este hombre recibirá para hacer envíos a la carta: dos o tres papeles de piedra o crack, de cristal o metanfetamina, de polvo o cocaína.

Al otro lado de la gran Ciudad de México, en Iztapalapa, y pocas horas antes, el cuerpo de un muchacho no muy diferente a él se balanceaba colgado de un puente peatonal.

—Sí… ¿A dónde? —contesta con el mismo entusiasmo que el responsable de los pedidos en una pizzería.

—¿Cuántas?

-Van para allá.

El hombre —entre 20 y 30 años de edad— toma otro aparato, un radio Nextel, e instruye de la dirección en la Ciudad de México a la que uno de sus subalternos debe llevar un envoltorio con valor de 120 pesos de piedra (droga).

—Yo debo responder entre las 12 del día y las 5 de la mañana del día siguiente —explica en su casa—. Si no contesto, la organización me busca y me llama la atención. Si falto de nuevo me dejan sin trabajo una semana o hasta un mes. Gano 4 mil 500 pesos semanales.

El llanto de su hijo de seis meses sale de la sala y llena el patio en que este vendedor de drogas en ascenso ha aceptado hablar con SinEmbargo.

—¿La organización? —pregunto.

—Yo trabajo para el Cártel del Golfo.

—¿Desde hace cuánto tiempo están aquí, en la Ciudad de México?

—Desde hace 20 años.

—¿Cómo es la estructura?

—En cada municipio del Estado de México somos unos 10 que contestamos el teléfono y enviamos gente para entregar las drogas en motos. Hay, además, unos 25 vendedores en la calle. Cada lugar tiene su jefe de plaza, quien paga entre 25 mil y 30 mil pesos mensuales a la policía municipal y otro tanto a la estatal para que nos dejen trabajar. Encima de todos los jefes de plaza hay un encargado de la organización que es jefe tanto en el Estado de México como en el Distrito Federal.

—¿También el DF?

—En toda la Ciudad de México.

El timbre del Nextel lo reclama.

—Sí… Sí… Sí —termina la comunicación y abre otra conversación—. Date la vuelta por allá. Al pedo: son marinos… dos o tres camionetas. Y lleva una veladora a la oficina.

Durante el día, el Gobierno del DF negará, por enésima ocasión, la existencia de los cárteles en la capital del país.

Pero aquí están.

Hace dos años, el Congreso de Estados Unidos mapeó la presencia de las siete mayores organizaciones criminales en el corazón de México, en la sede de los poderes federales.

Más recientemente, durante los meses pasados, en los límites de Ecatepec, Estado de México, y Gustavo A. Madero, DF, se libró una cruenta batalla con decenas de muertos entre La Familia Michoacana y Los Guerreros Unidos. Más al poniente, Los Zetas y el Cártel Jalisco Nueva Generación se dieron con todo a principios de 2014 con una treintena de muertos tan sólo en Cuautitlán Izcalli.

Y hace algunos años más, la Federación, la organización que aglutinó a todas la facciones de Sinaloa, se internó en el Valle de México a través de dos espacios a los que se pretendió otorgar carácter de cárteles: Neza y Tepito.

Los Beltrán Leyva se acomodaron en los barrios lujosos de Huixquilucan y varios de los lavadores de dinero se han identificado en la próspera delegación Miguel Hidalgo, una de las demarcaciones con mayor ingreso per cápita en América Latina.

—¿Sicarios?

—Somos —el narcomenudista fija la mirada en su esposa, que sigue la conversación a unos pasos— son unos 20. Hablamos de Coacalco, Ecatepec, Tlalnepantla, Atizapán… La policía de los municipios y del Estado nos entregan contras —miembros de bandas rivales— para que nosotros los torturemos, los interroguemos y los asesinemos. Se les pagan 30 mil pesos por entrega.

—¿Han asesinado amigos tuyos?

—A dos. Uno decapitado y al otro le cortaron las manos. No fui a sus funerales, porque ahí es donde te detecta la contra. Por eso cuando agarramos a uno de los suyos viene el desquite.

—¿Piensas en tu muerte?

—Sí, pero yo no estudié ni puedo conseguir trabajo, porque ya tengo antecedentes penales. Pienso hacer algo de dinero y retirarme, poner un negocio. Todavía no sé de qué.

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México Narcotráfico

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