Triquis, cinco años de recibir el Año Nuevo en la calle

Salieron como víctimas de amenaza de muerte y en medio de asesinatos

Amanecieron en el 2016 aunque igual que hace cinco años, cuando fueron desplazados de sus comunidades indígenas de la región triqui de Oaxaca y no tuvieron otra que plantarse en los corredores del Palacio de Gobierno del Estado, bajo carpas en el piso frío de diciembre, en plenas las fiestas de Navidad y Año Nuevo.

Y ahí siguen. Ellos dicen que son 30 familias; otros (el gobierno, indígenas rivales), que son 30 personas las que hacen el escándalo, vociferan, colocan pancartas de protesta para que los regresen “en condiciones de seguridad” a sus pueblos ubicados en una remota región del noreste de la entidad o les den una tierra digna en Oaxaca.

Porque salieron como víctimas de amenaza de muerte y en medio de asesinatos –alrededor de 40- en una lucha histórica que la antropóloga Natalia Marinis describe como “caracterizada por la violencia y los movimientos contra el despojo de tierras” en una región donde la política es sinónimo de cacicazgo y control económico.

En 2007, 10 comunidades de la etnia intentaron agruparse en una municipio independiente regido por los usos y costumbres pero el Estado hizo de todo para impedirlo incluso dividir a los pueblos para poner a unos contra otros.

Así fueron desplazados cientos hacia diversas partes de la entidad, al Distrito Federal, a San Quintín, a California y a la propia capital de la entidad donde muchos frente al Palacio de Gobierno. “No hay Navidad ni Año Nuevo”. Todo sigue igual, ¿la justicia? ¡Perdida!, dice Marcos Albino, uno de los afectados.

Algunas familias como la de Emelia Ortiz han aceptado ser reubicados  o regresar a sus comunidades entre ellas el centro ceremonial San Juan Chamula.  “Desde 2012 se pactó el regreso de familias, pero los que se quedaron no quieren porque les dan despensas y poder político”, observa Ortiz en entrevista telefónica. “El gobierno nos quiere engañar y reubicar en terrenos que no cuentan con servicios básicos”, contradice Lorena Merino. “Nosotros allá no vivíamos en casas de lámina”.

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