Los mexicanos vieron al Papa pero ¿lo escucharon?

La visita del Sumo Pontífice ha desatado polémica por los fuertes dispositivos de seguridad y restricciones para que los feligreses estuvieran cerca

La visita del papa Francisco emocionó a los mexicanos.

La visita del papa Francisco emocionó a los mexicanos. Crédito: EFE

MÉXICO – Era de madrugada cuando llegué al sendero de ocho kilómetros por donde pasaría el papa Francisco aquel 14 de febrero en Ecatepec para ofrecer una de las homilías clave de su visita a México –donde habló de las tentaciones de riqueza, fama y poder– pero algunos feligreses llevaban ya 12 horas o más soportando el frío de cero grados, sin comer.

Y así siguieron seis horas más, alegrándose a ratos al ritmo del reguetón, la cumbia y la camaradería hasta que después de las 10 de la mañana un fugaz Papamóvil les iluminó el rostro, los hizo gritar al punto de la ronquera y la ilusión de ver en persona al “representante de Dios en la Tierra” terminó en menos de un minuto.

Las pantallas de televisión colocadas a lo largo de las vallas se quedaron hablando solas.

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Sólo uno que otro despistado de los dos 1.7 millones que se encontraban afuera del Instituto Tecnológico de Ecatepec se quedó a verlo, desconcertado por la estampida humana que emprendió la huida.

¿Hacia dónde iban después de ver pasar al Sumo Pontífice? La respuesta estaba unos metros adentro, en Plaza las Américas, el centro comercial más importante del municipio más peligroso del país: estaban comiendo, desparramados en los restaurantes donde apenas bajaron el volumen de las televisiones apenas inició la misa.

– ¿Por qué no dejan escuchar el discurso del papa?- le pregunté a una mesera.

– Ah, porque se enojan los comensales si hay mucho ruido de la televisión.

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Ajenos al discurso de Mario Bergoglio, los comensales se concentraban, más bien, en sus platillos: enchiladas verdes, café con leche, huevos a la mexicana con frijoles refritos, cecina con chilaquiles, pan dulce, cualquier cosa para saciar el hambre.

Un sacerdote que viajó de Los Ángeles (Jesús Varela) a la capital mexicana para estudiar a los feligreses en la Basílica de Guadalupe me había advertido desde un día antes: “A los católicos no les importa lo que diga el papa, sino tenerlo cerca porque, sea quien sea, lo van a respetar porque respeto a la jerarquía, a la organización de la iglesia”.

Aquella mañana en que yo hablaba con el cura Varela a las puertas del templo guadalupano un megáfono replicaba por todas partes el jalón de orejas que Francisco daba al alto clero mexicano desde la catedral metropolitana sobre su tibio papel frente a los problemas de violencia, inseguridad, narcotráfico y descomposición social en el país.

“No le tengan miedo a la transparencia”, decía a obispos y arzobispos mientras una familia en la Calzada Guadalupe lidiaba con una sombrilla y los bancos que les asegurarían un punto privilegiado para verlo pasar horas después.

“La Iglesia no necesita de la oscuridad para trabajar- seguía Francisco-. Vigilen para que sus miradas no se cubran de las penumbras de la niebla de la mundanidad; no se dejen corromper por el materialismo trivial ni por las ilusiones seductoras de los acuerdos debajo de la mesa”.

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– ¿Qué piensa de lo que está diciendo el papa?- pregunté a un muchacho de un colegio privado que engrosaba las vallas como voluntario.

– ¿Qué dice?- me respondió-. La verdad, no estaba poniendo atención, ya habrá tiempo de eso después.

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