Hay que parar a Trump

No asumir una postura clara e inequívoca frente a los argumentos de Trump, significa evadir un deber moral

Un manifestante con cartel en mano que reza: “Never Trump Wall en el centro de Chicago”.

Un manifestante con cartel en mano que reza: “Never Trump Wall en el centro de Chicago”.  Crédito: Belhú Sanabria/La Raza

I am your voice – profirió el candidato Donald  Trump hacia la conclusión de su mensaje en la convención republicana. 4 palabras que dejaron al desnudo el subtexto totalitarista y mesiánico de su campaña.  Pero además, el mensaje nos dejó claro que a partir de ese momento no hay marcha atrás.

El discurso de Trump es un resumen –aunque más refinado y pulido- de lo que ha sido su breve carrera política: una mezcla de retórica ponzoñosa y argumentos falsos o manipulados hasta proporciones caricaturescas. La idea fue proyectar una imagen oscura y apocalíptica de los Estados Unidos de hoy. Y por supuesto, la inevitable necesidad de elegir al único y verdadero redentor que puede sacar al país del abismo y devolverlo a su luminosa ruta histórica. La estrategia es el miedo.

Tomemos alguno de los datos que apuntalan el discurso trumpista. El candidato afirmó que desde que el Presidente Obama dio inicio a su gestión, 2 millones más de latinos se encuentran en estado de pobreza. Para comenzar, Trump utiliza el año de 2008 para iniciar su cálculo, no el 2009, cuando Obama llegó a la presidencia. De acuerdo a la oficina del Censo, el número de pobres en la comunidad hispana se incrementó entre marzo de 2009 y marzo del 2014 en 750 mil.

Sin embargo, esto no toma en cuenta el hecho que los hispanos como grupo han crecido en casi 7 millones más de personas, lo que nos permite apreciar que, de hecho, el porcentaje de pobreza ha descendido de un 25.3 a un 23.6 por ciento.  En cuestión de migración, las afirmaciones del candidato republicano están basadas en cifras tomadas fuera de contexto, como la que señala que en 2016 los números de familias inmigrantes indocumentadas que cruzaron la frontera excedieron el total de 2015, cuando las cifras, en este caso del Pew Research Center, calculan que de 2007 a 2014 se registró una tendencia de estabilización e incluso de decrecimiento en este campo. Y así se podría continuar con cada uno de los otros puntos del discurso.

Recuerdo que en algún momento del año pasado, cuando Trump comenzaba su resistible ascenso, comenté con una académica mexicanista, no hispana, la necesidad de realizar alguna declaración desde el frente académico en contra de las afirmaciones de Trump. Mi propuesta fue recibida con la indiferencia del argumento, ya clásico, de “Trump no va a durar más de tres meses”. Comento esta anécdota no para señalar la ceguera y apatía cívica de cierta clase de académicos y supuestos especialistas universitarios, sino para señalar un comportamiento sistemático en segmentos importantes de esta sociedad. Cualquiera que desdeñe, ahora más que nunca, la amenaza que significa Trump, vive en un peligroso estado de irrealidad. Y la irrealidad suele pagarse cara.

Voy a ser claro: la serie de problemas que representa Trump no son sólo conflictos para la sociedad de Estados Unidos y no son sólo cuestiones de la política interna de este país. Trump es una amenaza, en primer lugar, para todos los aspectos de la relación bilateral de México con Estados Unidos, desde la inmigración hasta el comercio y la seguridad. México es claramente el país más afectado y el que más tiene que perder en esta contienda. Pero esto no para ahí. El candidato republicano es un claro riesgo para la estabilidad mundial. Las últimas revelaciones sobre las filtraciones de correos electrónicos del partido demócrata parecen ser un indicio de ello.

Es el momento de actuar con energía, sin dilaciones. No asumir una postura clara e inequívoca frente a los argumentos de Trump, significa evadir un deber moral. Una incorrecta interpretación de lo que algunos llaman prudencia será muy costosa. No se trata de caer en la provocación, sino de actuar de manera racional, pero vigorosa. El brío no está reñido con la inteligencia. Cada uno debe actuar desde su trinchera: los gobiernos -especialmente aquellos más afectados-, las empresas, los medios de comunicación, las organizaciones comunitarias, los intelectuales, los artistas, el ciudadano. Puede pensarse en Trump como una suerte de prueba para mostrar el grado de unidad y acción social que nuestra comunidad puede lograr ante un riesgo que amenace su supervivencia.

Llegará el tiempo en que nos alcanzará esta inevitable pregunta – Y tú, ¿qué hiciste para detener a Trump?  La respuesta, que tendremos que dar a nuestros hijos, a nuestra comunidad y a nosotros mismos, depende de cada uno.

(Gaspar Orozco es escritor y diplomático de carrera. Ha sido Cónsul de Asuntos Comunitarios en Nueva York y Los Angeles, entre otros cargos)

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