Este indocumentado lleva 12 años viviendo en la calle, pero su familia no lo sabe

Su estatus de indocumentado reduce sus opciones para acceder a programas de ayuda y obtener vivienda

Es difícil creer que una persona que por años ha dormido en las calles guarde ilusión alguna.

¿Qué le mueve a levantarse todas las mañanas entre el ruido de los autos y el caminar indiferente de la gente?

La pregunta hace sonreír a William y sus ojos se avivan.

Segunda parte de una serie especial: Desamparo entre latinos

“Claro que tenemos ilusiones. Yo sueño con tener un lugar donde mis hijas puedan ir a visitarme”, responde.

William es un inmigrante salvadoreño indocumentado que ha vivido por más de 10 años en las calles de Los Ángeles. Suplica no revelar su nombre completo.

“No es por mí. Es por mis dos hijas. No quiero que se den cuenta que su padre vive en la calle”, explica.

La falta de empleo debido a problemas de salud orilló a William a vivir en las calles. (Foto Aurelia Ventura/La Opinión)

Este inmigrante tiene 53 años. Vino en 1990 de El Salvador a Los Ángeles. Dejó esposa y tres hijos pequeños que hoy en día son adultos.

“Acá me junté con otra señora y tuvimos dos hijas. Yo trabajaba en la construcción. Todo iba bien hasta que me caí. Ya no pude trabajar ni pagar la renta”, dice.

La falta de dinero hizo que comenzaran los problemas de pareja. William decidió dejar la casa.

“Me salí porque no podía aportar nada para la manutención de la familia”, cuenta.

En 2004 perdió el empleo. En 2005 literalmente se quedó en la calle.

Durante cuatro años, vagó por las vías públicas de las ciudades de Inglewood y Van Nuys hasta que decidió instalarse en una banqueta por la calle Wilshire cerca del parque Lafayette en Los Ángeles.

En los últimos cinco años, esta área se ha poblado de desamparados que han levantado casas de campaña en las aceras.

William se junta con un grupo de hispanos que se ayudan entre sí. Pero a la hora de dormir, prefiere aislarse y hacer su tendido en una banqueta más despejada, al cruzar la cuadra.

“Aquí hay mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, boricuas y cubanos. Cada vez esto se llena más. Algunos tienen problemas muy serios de adicciones. Muchos aquí se mueren intoxicados por el alcohol o las drogas”, cuenta.

William lleva muchos años viviendo en las calles junto a una población desamparada de latinos que cada vez crece más en Los Ángeles. (Foto: Aurelia Ventura/La Opinión)

La vida en la calle

“Lo peor fue el principio. Estaba tan desanimado que me entregué a tomar alcohol para no experimentar dolor. Miraba que mi vida ya se había truncado. Cuando uno bebe no percibe ninguna responsabilidad. Ni la lluvia ni el frío le hacen nada. El cuerpo está como adormecido”, comenta.

Recuerda que hasta lo asaltaron una noche y le robaron lo único que tenía de valor, su teléfono celular.

En 2012, cuando tocó fondo con la bebida, se encontró con los Alcohólicos Anónimos. “Por voluntad propia dejé de tomar. Y no he vuelto a probar alcohol”, confiesa.

William tuvo una razón muy poderosa para dejar el trago: su familia. “Me alejé de mis hijas. Cuando me recuperé, comencé a verlas. Su madre me permite verlas. Ellas no saben que yo vivo en la calle. Siempre nos vemos en lugares públicos. Son buenas hijas. Estudian. Tienen 14 y 19 años”, precisa.

Es tanto el miedo a que sus hijas sepan que no tienen un hogar, que todas las mañanas se levanta muy temprano, recoge sus cosas y se mueve del lugar donde duerme. “Ellas a veces pasan por aquí en el carro cuando su madre las lleva a la escuela. No vaya a ser que me vean tendido en la calle. Si ellas supieran que su padre es un homeless, sería un golpe emocional muy fuerte. Sufrirían mucho. No quiero que pase eso”, sostiene.

William, un desamparado de origen salvadoreño se desplaza lentamente con la ayuda de un bastón. (Foto: Aurelia Ventura/La Opinión)

Con la salud en contra

William camina con la ayuda de un bastón. “No puedo estar mucho tiempo parado ni sentado. Tengo el pie fracturado. Necesito operarme”, observa.

Ya había conseguido empleo como lavaplatos pero cuando el dueño se percató de sus dificultades físicas, no lo quiso contratar.

Se alimenta en las iglesias o del dinero que le regala uno que otro amigo. “Voy a bañarme a unas regaderas que hay aquí cerca. Me cobran un dólar por ser discapacitado”.

A lo que más le teme es la temporada de lluvias.

“Cuando llueve mucho en el día, nos refugiamos en las bibliotecas. Y si es de noche, nos vamos a una cafetería que abre las 24 horas. La empleada ya nos conoce y nos deja quedarnos dentro”, dice.

Cuando se vive en la calle, el ruido de los vehículos no se siente, deja de molestarte. “No afecta en lo más mínimo el sueño”, confía.

Con la ayuda de la organización de apoyo a los desamparados Housing Works es posible que William pueda muy pronto tener un hogar. (Foto: Aurelia Ventura/La Opinión)

En camino de tener vivienda

William no pierde la esperanza de recuperar su salud y regresar a trabajar. “Mi mayor ilusión es tener un techo y que mis hijas puedan visitarme”, repite.

Rudy Salinas de la organización Housing Works explica que están en proceso de encontrarle un departamento a William en el que pueda vivir.

“El problema es que muchos de ellos quieren quedarse cerca del vecindario donde viven sus familias. No se quieren ir a vivir a lugares como Pomona que les queda muy retirado”, comenta.

Añade que la búsqueda de vivienda pagada con fondos del condado a través del programa Reserva Flexible de Subsidios a la Vivienda (FHSP) que beneficia a los desamparados que son indocumentados con condiciones delicadas de salud física y mental se complica en Los Ángeles por la escasez de vivienda pero no es imposible de encontrar.

Inmigrantes como William no califican para la sección 8 el programa federal que ayuda a personas de bajos recursos con la renta de sus viviendas.

“Estamos también trabajando con el condado de Salud para que se aumenten los recursos para ayudar a más personas sin hogar”, aclara.

Housing Works no solo ayuda a las personas sin hogar a encontrar un techo sino que está al pendiente que reciban todos los servicios que eviten que vuelvan a las calles.

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