El arte de recordar todos los passwords

Nos atrapa la tecnología

En la pantalla de mi teléfono apareció de pronto la manzanita mordida y lo próximo fue desastroso: lo perdí todo.
Sí, todo.

Contactos. Fotos. Emails. Textos. Apps. Todo.

De pronto me quedé sin recuerdos, sin horario de mis citas, sin emails señalados para responder… Sin redes sociales.
Y en ese momento me di cuenta que ya no sé el número de ningún teléfono y que el teléfono es como otro órgano que tengo conectado a mi cerebro.

El moribundo aparato pasó por las manos de David, el más tecnológico de mis compañeros de trabajo, de Inés, mi superasistente, y por último, del Departamento encargado de arreglar el teléfono quienes fueron parcos al responder que efectivamente algunos estaban colapsando y que había que volverlos a configurar.

Y es en este punto donde me vino a la mente el tema para esta columna: el arte de recordar las contraseñas.
Y es que la crisis que provocó que el teléfono dejara de existir fue reemplazada por otra: la crisis que nace al comprobar que se me habían olvidado todas las contraseñas.

Sí, todas.

Yo he seguido al pie de la letra la mayoría de los consejos que me han dado para configurarlas. Que sea el año de mi nacimiento más otro número. Que ponga la primera ciudad que conocí, que comience con mayúscula y termine con un número. Que ponga el nombre de mi primera mascota más un signo de interrogación (Lo que se vuelve un rompecabezas cuando tienes que recordar todos las contraseñas al mismo tiempo).

Cuando traté de buscar ayuda para recordarlos quedé peor. Un experto me aconsejó que tratara de recordar el momento específico de mi vida en que había creado la contraseña…

Otro muy serio me aconsejó que meditara…

Hubo alguien que me dijo que de ahora en adelante para evitar que se me olvidara pusiera la mala palabra que más repito cuando estoy enojada.

Le hice caso…

El problema es que cuando el teléfono volvió a la normalidad la alegría me borró el enojo y de paso se me olvidó cuál era esa palabra.

En el proceso indagué tanto que descubrí dos mundos fascinante. En uno de esos mundos cada password esconde una historia. Cada contraseña es el espejo de algo importante en la vida del usuario.

El otro es un mundo donde deben estar burlándose de mí todas mis contraseñas, ese mundo a donde se van todas las que no pudieron cumplir su misión: ser inolvidables.

Sobre la autora

Luz María Doria es inmigrante colombiana, periodista, productora ejecutiva de Despierta América y autora del libro “La Mujer de mis Sueños”. Podrán encontrar su columna cada lunes en nuestro diario impreso y en este sitio web.

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