La obra de teatro en México que busca hacer del migrante autor de su destino

David Grimaldo, un mexicano deportado quiere destacar que cada migrante es responsable de su propio destino, no como víctima

MEXICO.- La historia de la migración en México cabe en dos cajones de madera. No miden más de 40 centímetros de ancho cada uno, pero sobre ellos, David Grimaldo, un exmigrante retornado para estudiar teatro, resumió el escenario con dos actrices y un guión que sorprende por mostrar a la diáspora como responsable de su propio destino, no como víctima.

“Aquí hay adultos que toman decisiones, de irse, de quedarse’’, dice el director en entrevista con este diario poco antes de la apertura de la obra de teatro “Irving’’en la sede de la organización civil New Comienzos que apoya a repatriados a iniciar una nueva vida en México. “La idea es que quienes la hemos vivido demos voz a la migración’’.

La trama gira en torno de una familia de padre, madre e hijo que no tienen nombres ni rostro: las actrices saltan magistralmente de ser uno u otro; de una abuela abnegada que ve partir a su hija a lado del esposo, a un traficante efímero de indocumentados; de un compañerito de escuela con papeles a quien no los tiene; de la migra al gringo y vuelta a los protagonistas.

“Yo no he sido migrante pero he vivido con esto: no puedo ver a mis hermanas que viven allá y me molesta que ellas tengan tanto miedo porque cada vez se sienten menos seguras con Trump en un país al que han dado todo’’, cuenta Viridiana Robles, quien hace intermitentemente el papel de madre de familia.

Ahí está ella sobre el cajón que en este momento es un lugar clave de la intimidad mexicana donde se concibe la emigración con los sueños de que trabajando del otro lado de la frontera se puede tener una casa. Viridiana gesticula y mira al cielo. Besa una cruz que forma con el dedo pulgar y el índice y exclama: “por esta que en un año me regreso’’, piensa.

Se despide de su madre y sigue al marido cargando al hijo. Las cajas de madera pasan a ser la línea fronteriza una a lado de la otra para saltarse y llegar al Norte, donde se convierten en un estadio de fútbol americano al que el padre se aferra, seducido por la majestuosidad del Super Bowl, desde donde grita, echa porras y en un momento de éxtasis se pone la mano en el pecho y canta el himno estadounidense, enamorado.

Una de las actrices de la obra Irving.
Una de las actrices de la obra Irving.

Su voz se apaga. Da paso al salón de clases de su hijo, a quien un compañero de escuela abre los ojos del pequeño con una pregunta clave,

  • ¿Tienes papales? No tiene. Y aún así llegó a la universidad.

Los bancos de madera se han separado. Uno está en la esquina extrema de la izquierda que hace las veces de un banco a donde entra la madre con el dinero en mano para dar el enganche de su casa, ¿una, dos décadas? después. El extremo derecho, en contraste, representa el mundo académico donde el hijo fue seleccionado para dar un discurso en inglés.

No sabe si ya llegaron sus padres, pero lo suelta: “I believe in America…’’

  • No, no me lleve yo no he hecho nada- grita la madre afuera del banco donde los directivos llamaron a los agentes del Servicio de Inmigración y Aduana (ICE) y ahora los arrestan.
  • ¿Padre?¿madre?¿por qué no están en mi graduación?

El escenario se diluye, se cierra, la obra está a un paso de concluir. Algunos presentes sueltan algunas lágrimas y sólo entonces estallan los aplausos, los aplausos de la realidad.

  

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