Vivir el retiro en Puerto Rico, “una experiencia difícil y tierna”

Pocos meses después de retirarse y mudarse a Camuy, la historiadora Olga Jiménez de Wagenheim y su esposo Kal vivieron el embate de los huracanes Irma y María

La historiadora Olga Jiménez junto a su esposo Karl Wagenheim, fotografiados en abril de este año por Carmen Concepción. La pareja vivió más de 40 años en Nueva Jersey y se mudaron en año del año pasado a Camuy.

La historiadora Olga Jiménez junto a su esposo Karl Wagenheim, fotografiados en abril de este año por Carmen Concepción. La pareja vivió más de 40 años en Nueva Jersey y se mudaron en año del año pasado a Camuy.  Crédito: Suministrada

Nadie hubiera creído que el sueño dorado de vivir el retiro en Puerto Rico, lejos del trajín de Nueva Jersey y Nueva York donde vivieron más de cuatro décadas, cobraría un sabor agridulce para los esposos Olga Jiménez y Kal Wagenheim.

Olga Jiménez de Wagenheim es una reconocida académica boricua, especializada en el estudio de la historia de la isla; posee un doctorado de la Universidad de Rutgers y entre sus producciones más recientes está “Heroínas Nacionalistas: Mujeres olvidadas de la historia de Puerto Rico 1930-1950”, publicada en 2016.

Su esposo sufrió un ataque al corazón en Nueva Jersey en marzo de 2015. Luego en abril de 2017 sufrió un ataque de culebrilla (shingles, en inglés). Eso lo debilitó mucho porque le afectó el oído medio. Le ha tomado un tiempo recuperarse de la falta de balance; todo eso pesó a la hora de tomar la decisión de retirarse y mudarse a Puerto Rico.

Tenían apenas cuatro meses viviendo en Camuy, de donde Olga es originaria, cuando los huracanes Irma y María causaron una devastación de proporciones históricas en la isla. Aún en los peores momentos, ella ha escrito una serie de relatos con elementos inquisitivos y reflexivos de lo que significa vivir en Puerto Rico en el presente y los desafíos para el futuro.

En primera persona

“Miedo, como tal, no sentimos”, dice Olga de Wagenheim. Ellos compraron una casa que está muy bien construida, y la cual no tiene árboles cercanos que se pudieran caer. “Además, mi familia se había ocupado de ayudarnos a prepararnos para la época de huracanes que se acercaba. Nos aconsejaron comprar agua embotellada y comida enlatada para sobrevivir un tiempo en que los supermercados no tenían comida”, añadió.

Tras el paso de María, al despertar, Olga recuerda que lloró muchísimo al ver la devastación causada. Pero la solidaridad y el respeto manifestado por sus vecinos les ayudó a solventar la emergencia.

“Lo más difícil fue quedarnos sin electricidad por un mes y sin servicio de agua por varios días. Tampoco tuvimos servicio de teléfonos y tuvimos problemas con el servicio de correos porque habíamos alquilado un apartado en un centro privado y el lugar se quedó sin electricidad y no pudo abrir por más de tres semanas. Por fin logré conseguir un buzón en el correo del pueblo y volvió a fluir la correspondencia.

En cuanto a la electricidad, tuvimos suerte, porque nuestro vecino más cercano tenía una planta motorizada por gasolina y nos tendió un cable eléctrico por la ventana de la cocina, por arriba de la verja que divide nuestros solares, que el mismo conectó a nuestra nevera para que pudiéramos enfriar algunos alimentos por 4 horas al dia. Además yo había hecho mucho hielo en botellas de 32 onzas y eso ayudaba a mantener fiambres y quesos fríos en el congelador donde tenía el hielo .

El problema del teléfono se solucionó a la semana cuando pude comprar un celular prepagado de la única compañía que no se le había caído la torre. El servicio de agua fue corregido de a poco, al cabo de varios días, pero con las instrucciones de que debíamos hervirla. Eso lo sigo haciendo porque no me fío de la calidad del agua. El hecho de que teníamos cisterna nos ayudó para asuntos del baño.

La dieta se hizo un poco aburrida debido a la falta de vegetales y frutas. No se encontraba nada fresco porque los huracanes Irma y María destruyeron las siembras. Recuerdo que el primer producto verde que pude comprar dos semanas después del huracán fue un maso de apio. Una vecina, cuyo esposo tenía un hermoso huerto, me regaló unos guineos (bananos) maduros que habían cortado antes del paso del huracán. Esa misma vecina, que también tenía una planta motorizada con gasolina, me energizaba una lámpara para que me alumbrara cuando me tocaba cocinar de noche. Otro vecino, que queda detrás de nuestra casa, nos regaló un par de aguacates que había salvado y dejado madurar. Gracias a ellos la adaptación al vecindario no fue tan dura como pudo haber sido bajo esas circunstancias tan duras.

Debo aclarar que nosotros vivimos en una calle sin salida, en una urbanización pequeña de clase media, en el pueblo de Camuy, el cual está en localizado en el noroeste de Puerto Rico. A nuestro alrededor tenemos unas 7 casas, todas construidas por sus dueños. Entre ellos hay dos ingenieros, uno de los cuales me regaló los aguacates, otro que nos ayudó con un problema de una cisterna cuyo motor se había dañado. El lo cambió y no aceptó pago. Otro es juez y tres son maestros de escuela. Son una gente muy servicial y con quienes se puede hablar de muchos temas.

Lo más crítico para nosotros que ya somos mayores, fue la incertidumbre del sistema de salud. Aquí hay excelentes médicos y buenos hospitales, pero el huracán destruyó áreas importantes y al dejar 48% de estos sin electricidad creó mucho estrés a la sociedad. Un vecino, por ejemplo, tuvo que ir al hospital más cercano después de que lo picara un alacrán y se encontró que el lugar no estaba lleno y no tenía el antídoto. Por suerte a su regreso a su casa una vecina le dio Benadryl y pudo esperar hasta la mañana que abriera una farmacia para comprar el antídoto.

Por suerte nosotros no tuvimos ninguna crisis inmediata. Hemos conseguido buenos médicos. El mayor inconveniente es las largas esperas en los consultorios.

En cuanto al país, la economía está muy mal, por razones muy complejas. Ha emigrado gran parte de la población joven. Se van quedando un gran número de gente mayor. El sistema escolar público ha decaído mucho y toda mi familia envía a sus hijos y nietos a escuelas privadas. Mis sobrinos y sobrinas trabajan muy duro para sostener la familia. Los gastos son fuertes para el trabajador ya que la electricidad cuesta 23 centavos el kilowatt, comparado con 13 centavos en NJ, la comida cuesta un 15% más que en NJ y la calidad no siempre es la mejor.

Vivir aquí es un reto, pero jamás te encontrarás con gente más cariñosa, servicial y lista para ayudar al prójimo. En todos sitios te tratan como si fueras miembro de su familia. Los jóvenes respetan a los mayores y los tratan con entusiasmo y cariño. Los que trabajan por su cuenta son muy corteses y cumplen con sus tareas con mucho esmero. Es por eso que nos quedaremos aquí a vivir los años que nos quedan, a pesar de los problemas que también existen. Admiramos mucho a los que nos rodean por lo trabajadores que son y la valentía con que enfrentan sus vidas”.

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