De Rusia con desamor

José María Giménez

Crédito: BBC

9 jul.- Cuando sólo faltaban unos minutos para que Uruguay -y el idioma español- fuese eliminada del Mundial Rusia 2018, José María Giménez se secaba el llanto con su camiseta por el sueño que se les escapaba mientras Francia cobraba un tiro libre. Aunque apenas tiene 23 años y seguramente muchas citas mundialistas y patrióticas por delante, sabía que esa muerte era inminente.

Poco antes, en el mismo partido, el francés Antoine Griezmann no había celebrado su gol. “Por respeto, pensé que no era apropiado”, declaró. “En mis primeros pasos en el mundo del fútbol siempre tuve un uruguayo que me ayudó, que me enseñó lo bueno y lo malo de este deporte y de la vida”, comentó al terminar el duelo.

Obviamente dolido por la eliminación, Luis Suárez replicó diciendo que Griezmann “no sabe en realidad el sentimiento de ser uruguayo. No sabe el esfuerzo y la entrega que hacemos los uruguayos para triunfar en el fútbol siendo tan pocos”.

Cierto, Uruguay es una nación pequeña, que cabe 97 veces en la geografía rusa. Mucho más discreta que su vecina, cuyo cuestionado triunfo en 1986 es un karma que le ha salido carísimo a la humanidad, pero sobre todo a los venezolanos, por tener que lidiar con ese mercenario infame y vicioso al que la FIFA se empeña en seguir honrando.

En contraste, los hinchas japoneses recogían sus desperdicios al término de sus juegos. Llevamos semanas recibiendo todo tipo de noticias desde Rusia, con amor y desamor, citando la novela de James Bond en esa guerra fría ahora resucitada.

Venezuela, tan beisbolera, nunca ha participado en un mundial de fútbol. Quizá por eso lo disfrutamos hasta con más criterio que otros.

Locales o internacionales, los deportes son batallas que trascienden la cancha y los músculos. Son también cabeza, corazón, espionaje, chisme, intrigas, dinero y política. Desde que se entona el himno nacional hasta que se firman contratos y pases multimillonarios en un mundo con tantos profesores, cirujanos y bomberos sobreviviendo en la miseria.

Todo ello abonado por mafias y apostadores que pueden perderlo todo en un pálpito que no salió como esperaban o fanáticos genuinos que hasta sufren infartos, se pelean a puños o lloran desconsolados.

No hay derrota sin alguien que se alegre en algún lado, incluso entre de quienes se podría esperar una reacción contraria. Ello aplica para todo, en el deporte, en el liceo, en la familia, en la oficina, en la política…

¿Es mejor morir peleando a pies y dientes en el campo, o en el paredón de los penales burocráticos y salomónicos? ¿Cuál de las dos acciones es más libre, justa y democrática? El estado de derecho, la ley, busca justicia. Pero no siempre lo logra, sobre todo cuando quienes imponen las reglas y las rayas de cal no son autoridades legítimas o quizá se han acostumbrado demasiado a las comodidades del poder, y terminan abusando.

Cuando se hace el sorteo de los mundiales de fútbol, con las llamadas “cabezas de serie” se busca premiar a quienes lo han hecho “bien”. Con una que otra variedad, casi siempre son los mismos, dejando casi a cero la posibilidad de que un país centroamericano, caribeño, asiático o africano pueda coronarse. Caídas humillantes como las de Francia en 2002 y 2010; Brasil, España e Italia en 2014, y Alemania en 2018 abren resquicios de luz y equilibrio, pero normalmente todo se va por la misma ruta.

Faltan pocos días para conocer al próximo -debutante o reincidente- “campeón del mundo”, título rimbombante que se disputa cada cuatro años con la ilusión de que se puede ser monarca planetario, aunque Trump y Putin ya se lo creen.

Los mundiales de fútbol son un bálsamo que auxilia, necesarios como la Cruz Roja. No sabemos cuál equipo ganará el domingo (para luego quizá ser humillado en Qatar 2022), pero desde ya hay que agradecer a Giménez por su entrega y a Griezmann por su decencia. “Quedan caballeros en el mundo”, diría sonriendo una doña, eterna señorita… “de las de antes”.

Andrés Correa Guatarasma es corresponsal y dramaturgo venezolano residenciado en Nueva York, miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, afiliado a The Dramatist Guild of America y la Federación Internacional de Periodistas.

(Las Tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista)

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