Cómo Estados Unidos se está retirando de Medio Oriente (y quién lo reemplaza)
Aunque con el despliegue de más tropas en Oriente Medio EE.UU. aparente estar aumentando su presencia, la realidad es que se está marchando. Y otros países llenan ese vacío
En las últimas semanas, el gobierno de Estados Unidos ha incrementado la presión sobre Irán.
El presidente Donald Trump, además, ordenó desplegar 1,000 efectivos adicionales en Oriente Medio. Estados Unidos estaría reafirmando su fuerza en la región. Sin embargo, otros signos indican que gradualmente se retira. Y el espacio que deja es ocupado por otras potencias.
Desde principios de este año hay gran incertidumbre sobre el papel de Estados Unidos en Oriente Medio. Por un lado, el presidente Donald Trump ordenó reducir la presencia militar en Siria, Irak y Afganistán. Por otro, redobló la ofensiva contra Irán mientras refuerza alianzas con Israel, Arabia Saudita y Egipto.
- Qué originó la rivalidad que enfrenta a Irán y EE.UU. desde hace décadas
- Cómo se vive en Irán la escalada de tensión con Estados Unidos
No es falta de interés, dice el experto Mouin Rabbani, sino que el gobierno de Trump ha delegado su política regional en los intereses de Israel y Arabia Saudita.
Por su parte, Mara Karlin y Tamara Cofman Wittes (de Brookings Institution), consideran, en Foreign Affairs, que “el desorden de la región limita la capacidad de cuánto puede hacer Estados Unidos para modelar su trayectoria, más allá de lo que invierta”.
Y para Jackson Diehl, columnista del Washington Post, pese a toda la retórica sobre retirarse, eso es imposible debido a los intereses en juego.
Los aliados más cercados
Desde su llegada a la presidencia, Trump ha tomado decisiones clave en favor de Israel y Arabia Saudita.
Ha reconocido a Jerusalén como la capital del Estado judío, desafiando numerosas resoluciones de Naciones Unidas; ha cortado la financiación a la Agencia de Naciones Unidas de Asistencia a los Refugiados Palestinos en Oriente Medio (UNRWA); y ha encargado a su cuñado, Jared Kushner (en alianza con el príncipe saudita Mohammed bin Salman), preparar el “proyecto del siglo” que, supuestamente, resolverá el conflicto palestino-israelí.
En marzo pasado la Casa Blanca reconoció la soberanía de Israel sobre los territorios de Altos del Golán, ocupados desde 1967, y hace pocos días indicó que las controvertidas excavaciones arqueológicas israelíes en el subsuelo cercano a la mezquita de al-Aqsa (Jerusalén) son legítimas.
Respecto de Arabia Saudita, Trump ha ido en contra de su propia Agencia Central de Inteligencia (CIA) y del Congreso al negarse a condenar al príncipe Bin Salman, señalado por Naciones Unidas como el posible instigador del asesinato del periodista opositor Jamal Khashoggi, en el consulado saudita en Estambul en 2018.
Además, en contra de la recomendación del Congreso, ha ofrecido tecnología nuclear a Riad.
El paso decisivo con las posiciones israelíes y las monarquías del Golfo ha sido retirar a su país del Plan Conjunto de Acción Integral de 2016. Este puso al programa nuclear iraní bajo control internacional. Washington ha impuesto nuevas sanciones a Irán y presiona a Europa y al conjunto de la comunidad internacional para no comerciar con ese país.
El 1 de julio, Teherán sobrepasó los niveles de enriquecimiento de uranio. Con Arabia Saudita adquiriendo tecnología nuclear para uso militar, e Irán sin marco regulatorio, la carrera armamentista da un salto cualitativo.
Obama, el traidor
La alarma sobre el desinterés de Estados Unidos por la región comenzó durante la presidencia de Barack Obama. Su negativa a intervenir militarmente en la guerra en Siria y la retirada de fuerzas de Afganistán e Irak indicaron que finalizaba el período intervencionista de George W. Bush.
La estrategia de Obama era eliminar mediante un pacto la amenaza nuclear iraní, alcanzar un acuerdo entre palestinos e israelíes, y retirar a las fuerzas estadounidenses de Irak y Afganistán.
Israel, Arabia Saudita y otras monarquías suníes del golfo Pérsico criticaron el acuerdo con Irán de 2016. Para ellas, el chiismo iraní es un enemigo que abatir. Según el primer ministro Benjamin Netanyahu, acabar con el régimen iraní es una cuestión de supervivencia de Israel. Obama fue considerado un traidor por sus alianzas.
Trump llegó a la Casa Blanca criticando las intervenciones en la región, denunció el acuerdo sobre el programa nuclear iraní, y se alineó más abiertamente con Israel con la idea de que los palestinos deben aceptar que han perdido su lucha. Estas políticas responden a cuestiones de política interna e internacional.
Amigos, pero que paguen
Internamente, Trump complace a sus donantes americano-israelíes ultraconservadores y a sus votantes evangélicos, profundamente proisraelíes.
La alianza con Israel es tradicional en la política exterior estadounidense, pero está cuestionada por nuevos políticos demócratas. Para Trump es rentable electoralmente oponerse a todo lo que venga del Partido Demócrata.
Así mismo, busca la alianza con las monarquías árabes con el fin de mantener precios estables del petróleo, venderles armas y sostener el entramado de intereses que tiene Riad en Estados Unidos.
Desde los años 1940, Arabia Saudita fue el aliado regional de Washington para garantizar acceso al petróleo y combatir a la ex URSS.
La cuestión iraní es una antigua disputa debido al secuestro del personal de la embajada estadounidense en 1979-1981.
Las monarquías del Golfo quieren que Washington les proteja de Irán. A la vez, Estados Unidos ha disminuido notablemente la compra de petróleo, ya que lo extrae directamente en su territorio mediante el procedimiento de fracking. Son, por lo tanto, aliados y competidores. Además, Trump quiere que paguen por su propia seguridad.
Paralelamente, amplios sectores de la sociedad estadounidense y sus representantes en el Congreso y diversos gobernadores quieren disminuir el consumo de petróleo, favoreciendo energías alternativas.
Un dato clave es que el comercio entre Estados Unidos y la región ha caído significativamente, al tiempo que China le ha sustituido como el principal exportador e importador hacia Oriente Medio.
Un limitado uso de la fuerza
Pese a las amenazas de una acción militar contra Irán, gran parte de la base electoral de Trump es mayoritariamente anti intervencionista, cansada de aportar la vida de soldados en guerras lejanas.
El presidente es un aislacionista agresivo.
Puede llegar a usar la fuerza (por ejemplo, ordenó en 2018 lanzar misiles limitadamente en Siria), pero no quiere implicar fuerzas en guerras complejas de las que luego, como les ha pasado a sus antecesores, es difícil salir.
Coherentemente, a finales de 2018 Trump anunció, pese a la opinión contraria de su propio gobierno, la retirada de las fuerzas estadounidenses que luchan contra el Estado Islámico en Irak, argumentando la supuesta derrota de ese grupo. Poco después indicó que retiraría los efectivos de Estados Unidos que peleaban junto a las milicias kurdas en Siria.
Un repliegue global
La salida gradual de Oriente Medio forma parte de la tendencia de Estados Unidos a replegarse internacionalmente que se aprecia en los choques con los socios de la OTAN, abandonar el Acuerdo de París sobre cambio climático y el de libre comercio del Pacífico, los enfrentamientos comerciales y sobre tarifas arancelarias con Europa, México y China y los ataques en general al sistema liberal y multilateral.
El declive de Estados Unidos se debe a problemas internos como la desindustrialización y el éxodo de la producción a otros países. Y al ascenso económico, comercial, militar y tecnológico de China y varios emergentes.
El gobierno de Trump representa un intento de readaptarse al nuevo mundo, con una política aislacionista y de agresiva negociación sobre la posición económica y tecnológica de su país. Esto supone flexibilizar o abandonar la participación en organizaciones multilaterales, como Naciones Unidas y de libre comercio, y desentenderse de costosos compromisos militares. Por ejemplo, los que vinculan a Washington con Corea del Sur, Japón y Europa.
Respecto del uso de la fuerza, para Trump es un instrumento de negociación, por ejemplo, hacia Corea del Norte, Irán y Venezuela. Si decidiese utilizarla, como le alientan algunos de sus asesores, lo haría limitadamente, y evitando restricciones del Derecho Internacional.
Falta de control
Pese al poderío militar en Oriente Medio y a ser el mayor exportador de armamento hacia esta región, Estados Unidos no logra proyectar influencia política. Washington no controla dinámicas políticas complejas basadas en identidades nacionales, étnicas y religiosas a las que pretende enfrentar aliándose con los líderes autoritarios locales.
En los últimos dieciséis años Estados Unidos fracasó en la invasión a Irak, la promoción de negociaciones entre Israel y Palestina, el limitado apoyo a la “primavera árabe” en Egipto (hoy un régimen militar), y la intervención en Libia (Estado desintegrado en guerra).
En los conflictos de Siria y Yemen la diplomacia estadounidense desempeña papeles menores. La guerra en el primer país ha sido definida por Moscú e Irán, y en el segundo por Riad. Tanto Arabia Saudita como Israel expanden actualmente su influencia en Sudán y otros países de África.
Pese a la masiva invasión en Irak, la mayor influencia en ese país es iraní. Turquía, aliado de la OTAN, conduce su variada política exterior sin consultar con Washington. Y el Estado de Israel y las monarquías del Golfo establecen vínculos militares y económicos con Moscú y China.
Todos compiten por el espacio que deja Estados Unidos, y han entendido que en el imprevisible mundo actual no se puede confiar en nadie, ni siquiera en un amigo como Donald Trump.
Mariano Aguirre es analista de cuestiones internacionales. Su último libro es “Salto al vacío. Crisis y declive de Estados Unidos” (Icaria editorial, Barcelona, 2017). Una versión previa y ampliada de este artículo fue publicada en Política Exterior, Madrid.
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.